Ciro
Añez Núñez.
Es
bastante común ver a gente acelerada y colérica transitando por las calles y
avenidas de nuestra ciudad. No muestran vergüenza alguna por pisar con sus
vehículos el paso de cebra, por botar basura por la ventana de sus vehículos y
cuando ni bien cambia de color el semáforo empiezan a tocar las bocinas de sus
vehículos con bastante insistencia y desesperación acompañado de insultos para
avanzar lo más pronto posible y ante el mínimo estimulo, los conductores están
predispuestos a denigrar a la madre del otro y agarrarse a golpes.
Recientemente
ocurrió un hecho trágico relacionado con carreras urbanas de autos y consumo de bebidas
alcohólicas cuyo resultado fue un grave accidente ocasionando varias víctimas adolescentes al
extremo que una de ellas quedó en coma profundo y muerte cerebral.
Éstas
carreras clandestinas no constituyen novedad alguna puesto que en el mes de
mayo del año pasado la Unidad Operativa de Transito realizó batidas en ese mismo
lugar, en virtud a las denuncias de vecinos que escuchaban los ruidos de los
motores y las carreras llevadas a cabo por adolescentes quienes conducían motos,
vehículos lujosos, vehículos tuneados y para el colmo de males, se evidenció la
participación de algunas personas mayores de edad que a pesar de su avanzada edad
aún continúan en el trance de llegar a ser adulto.
Ante
este hecho no podemos abstraernos del mismo y debiera llamarnos la atención que
la conducta social denota ausencia de sentido común.
La
solución a estos problemas no pasa únicamente por promulgar leyes que por
ejemplo reduzcan la velocidad en el radio urbano, elimine la categoría especial
en la emisión de permisos de conducir a temprana edad o andar de niñera y de policía
detrás de los muchachos haciéndoles batidas de forma continua pues es ingenuo
pensar que por el sólo hecho de efectuar dichas batidas aquellas malas
conductas desaparecerán.
Como
bien sabemos, el comportamiento de los hijos es un reflejo o una ausencia de
nosotros los padres. La conducta es aquella manifestación de voluntad que da a
conocer la mentalidad y el estilo de vida de la persona y estructuran su plan
de vida.
Si
vemos que el actual estilo de vida no está dando buenos resultados es hora de
cuestionarlo con valentía y para ello amerita un cambio de mentalidad en los
ciudadanos.
Son
nuestro sistema de creencias los que proveen los cimientos de nuestro plan
maestro de vida, y ese plan es una fotografía de la visión de realidades en el
futuro.
Entonces,
debemos preguntarnos si nuestras creencias son las adecuadas y por consecuencia
saber qué es lo que estamos haciendo en realidad.
Las
falsas creencias causan daño, por ejemplo: nuestra idea sesgada de la prosperidad.
Cuando
la gente cree que una persona es próspera únicamente por la cantidad de dinero
que ostenta y lo mucho que puede farsantearlo convirtiendo al vehículo en un
símbolo de madurez, prosperidad y libertad, eso debiera preocuparnos por la
falta de sentido común que eso representa, puesto que se olvida que la
prosperidad debe ser integral porque resulta que también el delincuente, el
narcotraficante, el evasor fiscal, el lavador de dinero, el que contrabandea,
el sicario, el corrupto, etc., posee mucho dinero en los bolsillos y alardea
con autos lujosos, por lo tanto, sería un total despropósito considerarlos a
éstos como personas prósperas y de ejemplo para la humanidad.
Del
mismo modo, existen tres mentiras que destruyen el sentido común y construyen
los siguientes mitos populares: 1) tener más cosas me hará más feliz; 2) tener
más cosas me hará más importante; y, 3) tener más cosas me dará más seguridad.
La
felicidad es un asunto de decisión, de actitud, nada tiene que ver con tener
cosas y/o acumularlas. Es menester quitarse la idea de que “yo soy lo que
poseo” debido a que bajo esa perspectiva, hay quienes demuestran tener una baja
autoestima, porque creen que: “si tengo poco, soy poco importante”.
No
debemos confundir valor patrimonial con valor humano.
Cuando
por motivos de apariencia o por cumplir el capricho de un hijo adolescente entregamos
un vehículo a su libre disposición sin que éstos entiendan la importancia del
trabajo y responsabilidad para obtener las cosas además del verdadero sentido
de utilidad del vehículo para transportarse y no como un objeto que alimente el
egocentrismo (estamos nosotros mismos boicoteando el sentido común), porque ese
muchacho usualmente no valorará lo que tiene, mal usará lo que posee y de paso
considera que sus padres están en la obligación de darle todo según sus
caprichos (tratan a sus padres con desprecio como si fuesen esclavos suyos) tampoco
valoran la vida humana del prójimo y lo peor de todo, hay quienes se atreven a
manipular, a conflictuar el matrimonio de sus padres, se creen con más conocimiento
y experiencia que sus progenitores e incluso los chantajean con sus buenas
calificaciones obtenidas y confunden amor con dar cosas o viajes.
Adviértase
que los muchachos comúnmente son imitadores de los estereotipos del celuloide (películas
cinematográficas y actores) que exaltan aquellas tres mentiras antes
mencionadas, como ocurre con la célebre película: “Rápidos y Furiosos”, donde se
mezcla: carreras clandestinas de autos, motos, bebidas alcohólicas, negocios ilícitos, sensualidad
y sexualidad. Aquel mancebo, tarde o temprano hará exactamente lo mismo que sus
ojos vieron en la película, como si fuese un nene que por mirar Superman desea
volar siendo que ya es un adolescente.
La
vida es tan frágil que no tiene sentido perderla por un momento de diversión
peligrosa o vivir tan solo por imitación.
Con
todo ello, queda claro que la ausencia de sentido común y la falta de ética del
carácter ocasiona serios problemas pues ante cualquier actuación voluntaria en alguien
carente de sentido común se desarrolla una sinapsis neuronal involuntaria que
determina al sujeto a comportarse en uno u otro sentido, pudiendo ser fácilmente
manipulado por aquellas falsas creencias, por la idea de ser popular (en vez de
ser extraordinario) y una vez expuesto a diferentes estímulos (Ej.: películas,
video juegos, propagandas televisivas, etc.) y sometidos a la repetición son luego
tenidas como verdades, ocasionando un determinismo sobre la persona por cuanto
su libre acción y decisión se encuentra viciada o distorsionada por el grado de
influencia de aquellas creencias falaces.
Ya
es hora que los jóvenes rompan esa absurda cadena del autoengaño y adopten el sentido
común en sus vidas, llegando a comprender que ser útil es mejor que creerse ser
importante y que el propósito de vida es llegar a ser servicial.
Un
buen inversionista y emprendedor sabe que lo importante no es el dinero sino un
buen capital humano capaz de hacer crecer la inversión. Entonces, es menester
derrumbar aquellas falsas creencias y entender que la mejor inversión es en el
CAPITAL HUMANO (en nosotros mismos y en nuestros hijos) puesto que constituye
una estrategia imprescindible si se pretende implementar cambios verdaderamente
profundos y duraderos en una sociedad.
Si
realmente nos interesan nuestros hijos debiera importarnos su futuro. Para
ello, es importante arrancar aquellos malos hábitos que vienen arrastrándose
por generaciones e inculcar la ética del carácter en sus vidas.
Es
responsabilidad de los padres involucrarse en la vida de los hijos y por lo
tanto, la prioridad debe enfocarse en la educación y en la salud; éste último,
entendido como un estado de completo bienestar: físico, mental y social.
Los
padres finalmente debemos asumir la responsabilidad por lo que pasa en la
sociedad; por ende amerita un cambio de mentalidad, desechando aquel estilo de
vida de andar apresurados, deseosos de tenerlo todo a la vez con el mínimo
esfuerzo posible, dotados de un temperamento furioso y con un total desprecio
hacia los derechos de los demás.
No
porque se diga que el sentido común es el menos común de los sentidos no vamos
a conseguirlo máxime si por deambular rápidos y furiosos por este mundo estamos
provocando el cercenamiento prematuro de vidas humanas.