Ciro Añez Núñez.
Desde
la perspectiva cristiana, lo que tengamos en la vida que produzca felicidad
depende de nuestra habilidad de entender para que fuimos creados por Dios. Es
cuestión de mentalidad basada en la Palabra de Dios, de cómo vemos la vida.
Casi todos corren en búsqueda de la felicidad olvidandose que para ello es menester transitar por el gozo, llevando una vida agradecida (es decir, debemos encontrar gozo para que sea más entendible aquella felicidad añorada).
Advirtamos
lo siguiente: San Pablo - aun
encontrándose en persecución y circunstancias temporales de aflicción extrema - dijo: "Me considero feliz – me tengo
por dichoso-..." (Hechos
26:1-2). Todo lo que a Pablo le podía pasar no cambiaba su estado de ánimo de
felicidad (habiendo afirmado: "me
tengo por dichoso o gozoso"). Por lo tanto, su gozo, su alegría no se basaba en
condiciones externas, se basaba en lo que él creía (Creer en Dios es confiar en Dios,
depender de ÉL y en ÉL, del Señor de nuestra Salvación).
Como
vemos, el estado de nuestra felicidad comienza en nuestra mente. Se basa en
nuestra percepción del mundo que nos rodea acordes a los principios dados por
Dios.
Como
cristianos nuestra fe debe ser un escudo de protección frente a las
distracciones externas que tratan de debilitar nuestros cimientos de felicidad.
Las
personas promedios (es decir: el común denominador) mantienen conceptos
erróneos en la mente de que la felicidad es una casa nueva, realizar viajes a
otros países (por turismo, negocios, etc.), vivir de los recuerdos, tener prestigio o pavonearse, obtener un carro nuevo, tener un bebé,
hacer una fiesta por cumpleaños, obtener un título o profesión, escribir
libros, casarse (boda) o tener un trabajo. Sin embargo, después de obtener esas cosas o concretar dichas situaciones,
más adelante se dan cuenta de que siguen viviendo con insatisfacción y no son felices. Esto
se debe a que la felicidad no está en el exterior (no está en una persona, en
una cosa o en un evento).
La
felicidad no se compra con dinero, no es materialismo ni vivir de apariencias y tampoco popularidad (existen jóvenes que viven
disconformes e infelices porque viven buscando popularidad o cosas materiales).
No se trata de un concurso de popularidad.
La visión del mundo (de la mayoría) no es la correcta, pues únicamente le interesa el desempeño de las personas (lo que hacen y por ende exigen permanentemente un buen resultado), no les interesa quien es (desean que hagan las cosas bien aunque internamente estén mal. Ej.: a un equipo le interesa que el jugador rinda bien y no le interesa si su vida es un desastre o si está padeciendo de algún dolor o enfermedad). Las personas comúnmente comparan y evalúan a las demás en función a lo que hacen (como una competencia), porque creen que lo que hacen es lo que son.
La visión del mundo (de la mayoría) no es la correcta, pues únicamente le interesa el desempeño de las personas (lo que hacen y por ende exigen permanentemente un buen resultado), no les interesa quien es (desean que hagan las cosas bien aunque internamente estén mal. Ej.: a un equipo le interesa que el jugador rinda bien y no le interesa si su vida es un desastre o si está padeciendo de algún dolor o enfermedad). Las personas comúnmente comparan y evalúan a las demás en función a lo que hacen (como una competencia), porque creen que lo que hacen es lo que son.
En tal sentido, el conocimiento común de
las personas solo se basa en lo que ven, y resulta que lo que ven en los demás
es solo lo que hace esa persona. La felicidad no está en función a lo que hacemos,
pues lo que hacemos no siempre lo haremos en el mismo nivel; por ejemplo, todas
las personas envejeceremos por ende experimentaremos cambios naturales como la reducción de determinadas capacidades en la medida que se produce el envejecimiento. No importa cuánto traten de evitar envejecer, el
momento llegará. Aquellas personas que tratan de verse bien para que los demás
lo halaguen, en realidad tienen un verdadero problema, pues su vida se mueve en
función a los demás. Lo correcto es verse de adentro hacia afuera, no a la
inversa.
Cuando
el ser humano empieza a verse de adentro hacia afuera producirá verdadera felicidad.
Lo
que pensamos es importante, es decir, lo que pensamos de nosotros mismos, el
carácter y los logros determinan nuestro verdadero valor y precio. Para evitar
la intimidación y la tentación de caer en la comparación y moverse en función a
los demás, debes necesariamente conocerte a ti mismo, no en función a lo que
haces sino a lo que eres, saber para qué fuiste creado. No dejes que las
personas te jalen a ser alguien más cuando Dios dice que seas tú mismo.
La
felicidad, los logros, la satisfacción, la autovaloración, etc., está envuelto
en el interior de cada ser humano, esto es, en la calidad de pensamientos que
posee cada persona (quien eres está en ti
mismo, eres único, no te compares con los demás).
No hay nadie en este planeta igual a otro (nadie tiene tus mismas huella digitales, ADN, etc.; no tienes que competir ni compararte con nadie más). Tú eres quien Dios te creó (la persona que debes ser), eso debe hacernos feliz (ser feliz con cada parte de nuestro ser) y libertarte de la opinión de las personas (la más grande liberación que muchas personas necesitan es liberarse de la opinión de los demás, pues hay quienes viven afligidos para saber qué piensan los demás de él. Ejemplo: Si alguien se queja o se enoja porque no la divisaste - no la viste pese a estar cerca tuyo, que de paso puede ser por un problema de miopía-, ese enojo no es tuyo ni es tu culpa, sino de quien se queja – porque esa persona que se queja está viviendo en función a quien la mira, la vea o la reconozca, tiene un problema de baja autoestima -. A veces puedes estar enfocado en algo y no la pudiste ver pero eso no significa que ignores a esa persona o ignores a las demás personas).
No hay nadie en este planeta igual a otro (nadie tiene tus mismas huella digitales, ADN, etc.; no tienes que competir ni compararte con nadie más). Tú eres quien Dios te creó (la persona que debes ser), eso debe hacernos feliz (ser feliz con cada parte de nuestro ser) y libertarte de la opinión de las personas (la más grande liberación que muchas personas necesitan es liberarse de la opinión de los demás, pues hay quienes viven afligidos para saber qué piensan los demás de él. Ejemplo: Si alguien se queja o se enoja porque no la divisaste - no la viste pese a estar cerca tuyo, que de paso puede ser por un problema de miopía-, ese enojo no es tuyo ni es tu culpa, sino de quien se queja – porque esa persona que se queja está viviendo en función a quien la mira, la vea o la reconozca, tiene un problema de baja autoestima -. A veces puedes estar enfocado en algo y no la pudiste ver pero eso no significa que ignores a esa persona o ignores a las demás personas).
No
debemos poner nuestra felicidad en la cabeza de alguien más, por cuanto nuestra
felicidad está dentro de nosotros mismos. Agradece a Dios que te creó, que
estás vivo (cada día alguien muere en
este mundo, alégrate que estas vivo, porque gracias a Dios venciste a la muerte
ayer porque amaneciste con vida. Dios nos da otro día, otra oportunidad para
expresarnos con todo nuestro ser), agradece a Dios que eres único, sé feliz.
Gálatas
6: 4 afirma: “cada quien examine su
propia conducta, y entonces tendrá en sí solo motivos de regocijarse, y no en
otros”. Nos dice que debemos regocijarnos en nosotros mismos, en nuestra
voluntad, en nuestra conducta. Ser feliz es una decisión, elegimos ser felices.
A veces podemos reírnos de nosotros mismos. Podemos reconocer en otros, pero no
debemos tratar de buscar felicidad en otros, ni compararnos con los demás[1].
Debemos aprender a encontrar la felicidad en nosotros mismos. Dios te creó, se
feliz por eso.
Cada
uno debe cargar con su propia responsabilidad. Que todos se aseguren de dar lo
mejor que pueden para tener su satisfacción personal (satisfacción en quien eres tú mismo). Estar personalmente
satisfecho. Una cosa es que las personas podamos acumular muchas cosas
materiales pero aquí estamos hablando sobre el ser interior de cada persona, no
estamos hablando sobre lo que hacemos sino lo que somos (nuestros pensamientos, nuestro ser interior, nuestro cuerpo – templo de
Dios-, etc.).
La
felicidad no está en el exterior, pues ya está en nuestro interior. Debemos
pensar en positivo (sabiendo y pensando
sobre lo que Dios dice sobre nosotros mismos en su Palabra. Entender sobre lo
que las Santas Escrituras dicen que aunque la higuera no de fruto, todo salga
mal, aun así me regocijaré en el Dios de mi salvación). Todo comienza en
nuestro interior.
La
felicidad no se basa en apariencias. Muchas personas tienen una lucha interior
por “sentirse” bien, por verse bien, vivir a la moda (sin darse cuenta que los estilos cambian a diario), basan su
autoestima en “sentirse” realizados, cuando ya eres realizado, es decir, Dios
te creó (ya estas realizado). Dios te
dio vida, eres único tienes talentos y todos tenemos límites, cada persona
tiene un talento diferente; por lo tanto, no puedes compararte con otro
(existen límites), etc. Dios ya te dio todo lo que necesitas y con un propósito
por cumplir. La felicidad empieza de adentro. Dios trabaja de adentro hacia
afuera.
La
Biblia en Mateo 6: 23 (NVI) dice: “El ojo
es la Lámpara del Cuerpo. Por Tanto, si tu visión es clara, TODO tu Ser
disfrutará de la luz. Pero si tu visión nublada está, TODO tu Ser estará en
oscuridad. Si la Luz que hay en ti es oscuridad, ¡Qué densa será esa oscuridad!.
La percepción de cómo nos vemos en el
interior determina las acciones. La percepción; por ejemplo: ¿cómo vemos la
vida?, ¿vemos solo problemas o vemos soluciones?. No solo debemos platicar
sobre problemas pues debemos orientarnos por las soluciones. Cada vez que
tengamos un problema debemos tener una lista de sugerencias de cómo
solucionarlo. Debemos tratar siempre de buscar soluciones a todo lo que vemos,
no enfocarnos en los problemas. De esa manera, la vida es el lugar donde
podemos encontrar soluciones a los problemas y divertirnos con ello, aplicando
trabajo creativo acorde a nuestro talento. Todo está en cómo percibimos las
cosas. ¿Cuál es tu percepción?. Dios
siempre preguntó a los profetas: ¿qué
ves?. Le dijo a Abraham, a Moises, ¿que
ves?. Jesús les dijo a sus discípulos: ¿Qué
ves?. Está en la percepción. Podemos
ver lo malo o ver lo que produce felicidad en nosotros, cómo nos vemos a
nosotros mismos. Al vivir en este planeta, cómo te percibes a ti mismo. ¿Que
ves?.
Existen
muchas cosas que no hacemos debido a cómo nos vemos a nosotros mismos. Algunos
no tenemos fe en Dios ni fe en nosotros mismos. Jesús dijo que cada persona
debe amar al prójimo como “así mismo”. Debemos permitir que la iluminación del
evangelio brille en nosotros mismos y nos ilumine. Cuando tenemos una relación
personal con Dios, cambia nuestra percepción de la vida y de nosotros mismos,
llegando a un punto donde todo es posible para el que cree. No debemos permitir
que nuestra vida se llene de oscuridad y negatividad porque debido a ello,
nunca veremos nada bueno aun aunque pase en frente de nosotros algo bueno.
Cuando
no vemos lo bueno de las cosas, tenemos una actitud negativa de la vida. La
negatividad evita que avancemos en la vida. Siempre debemos buscar lo bueno.
La
felicidad es proactiva no reactiva. La Biblia en Juan 5:5-9 (La Biblia de las
Américas) dice: “Y estaba allí un hombre
que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado
allí y supo que ya llevaba mucho tiempo en aquella condición, le dijo: ¿Quieres ser sano?. El enfermo le
respondió: Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando el agua es
agitada; y mientras yo llego, otro baja antes que yo. Jesús le dijo: Levántate,
toma tu camilla y anda. Y al instante el hombre quedó sano, y tomó su camilla y
echó a andar. Y aquel día era día de reposo”.
Adviértase
que el enfermo estuvo en esa condición por largo tiempo, todo se basa en lo que
te condicionas. La televisión muchas veces te condiciona al temor, a la
inseguridad, etc. Te condicionan a pensar de una manera (Ej.: el consumismo,
afligirse en comparaciones, etc.). Todo a lo que nos exponemos a eso nos
condicionamos. La felicidad no depende de las circunstancias correctas para
expresarse (hay quienes creen que son infelices debido a sus circunstancias),
la felicidad crea sus propios momentos de oportunidad.
En
Dios, todo lo que nos pueda pasar como mal puede transformarlo (volcarlo) para
bien. Por ejemplo, José fue vendido por sus hermanos a los egipcios, y más
adelante José les dijo a sus hermanos, todo el daño que me hicieron Dios lo
transformó en mi bien. Sin embargo, muchas veces creemos que las cosas no
pueden cambiarse porque estamos condicionados a eso, a creer que todo siempre
estará mal. Adviertan que en la cita de Juan 5:5, aquel enfermo llevaba 38 años
inválido, es un largo tiempo, era ya una rutina, eso mismo a veces ocurren con
las personas que viven condicionadas olvidando que Dios nos permite
reacondicionarnos.
Probablemente
aquel enfermo durante esos 38 años escuchaba solo las palabras: “así es como
eres”, esta persona estaba en un punto donde era infeliz. La pregunta que hizo
Jesús fue: ¿quieres tú quedar sano?. No
se trataba de lo que Jesús quería o no, sino la pregunta consistía en saber lo
que esa persona quería. A veces solo pensamos en decir: “quiero que se haga lo
que Dios quiera”.
Cada uno tiene un propósito que cumplir (Dios ya nos equipó con vida, talentos, dones y propósito para hacer en esta vida) y esa es la santa voluntad de Dios para con nosotros. De allí que oramos: hágase tu voluntad. Pero no nos dice que debamos vivir condicionado con lo que los demás nos dicen ni tampoco culpando a los demás, pues la queja de aquel enfermo fue que nadie lo ayudaba a bajar donde estaba el agua pues cada vez que él llegaba al lugar ya otro ocupaba su lugar. Jesús le dijo al hombre: “levántate”. No requirió de que alguien le preste asistencia, lo ayude a levantar. La responsabilidad de levantarse estaba en él (él encendió su propia felicidad, la forma que pensaba, la forma en que se percibìa así mismo. La pregunta es: “que tanto quieres ser feliz”). Había algo en ese hombre que durante 38 años podría haber encendido su felicidad pero él se basó en la condición externa, cuando su felicidad estaba dentro de él.
Cada uno tiene un propósito que cumplir (Dios ya nos equipó con vida, talentos, dones y propósito para hacer en esta vida) y esa es la santa voluntad de Dios para con nosotros. De allí que oramos: hágase tu voluntad. Pero no nos dice que debamos vivir condicionado con lo que los demás nos dicen ni tampoco culpando a los demás, pues la queja de aquel enfermo fue que nadie lo ayudaba a bajar donde estaba el agua pues cada vez que él llegaba al lugar ya otro ocupaba su lugar. Jesús le dijo al hombre: “levántate”. No requirió de que alguien le preste asistencia, lo ayude a levantar. La responsabilidad de levantarse estaba en él (él encendió su propia felicidad, la forma que pensaba, la forma en que se percibìa así mismo. La pregunta es: “que tanto quieres ser feliz”). Había algo en ese hombre que durante 38 años podría haber encendido su felicidad pero él se basó en la condición externa, cuando su felicidad estaba dentro de él.
La
felicidad es una decisión no condicionada a las circunstancias. No dejes que la
vida pase y tú sigas luchando con la infelicidad, cuando verse feliz se trata
de una decisión. La gente promedio vive bajo falsas creencias, por ejemplo afirman:
voy a ser feliz cuando me case, seré más feliz cuando tenga más dinero (nota que mientras más cosas externas tengas
más quieres, por lo tanto, ese criterio es absurdo, pues caes en la codicia o
la avaricia y empiezas a sufrir por el dinero), cuando tenga un hijo, cuando
gane otro trofeo (pregúntate: ¿y que
pasará cuando llegue el momento – por lesiones, por vejez, etc.- que ya no
puedas ganar más trofeos?, acaso ¿serás infeliz por el resto de tu vida, por
eso?), cuando me compre un coche nuevo, cuando viaje, etc. Todo eso es
falso, pues la felicidad no está en el exterior sino en el interior. Cuando la
felicidad la basamos en cosas externas, esa seudo felicidad no es eterna.
La
felicidad verdadera en Dios no está centrada en nuestras emociones,
condiciones, apariencias, experiencias o situaciones de la vida. Se centra en
nuestra voluntad. Estamos contentos porque elegimos ser felices. La vida es una
serie de decisiones (de ser o no ser, de hacer o no
hacer). Las decisiones que tomemos, son con ellas con las que
viviremos por el resto de nuestra vida. La verdadera felicidad permanece a
pesar de las circunstancias.
La felicidad
no es una emoción (influenciada por cosas externas) es un acto de voluntad.
Debemos
saber manejar las emociones, pues de antemano sabemos que no todo nos saldrá
bien en esta vida ni será todo a nuestro gusto y placer. Habrá momentos de
tristeza, alegría, sufrimiento, etc., pero eso no debe controlar nuestra
existencia ni movernos en función a emociones.
Obviamente
que las emociones nos afectará en determinados momentos pero debemos saberlo
manejar ya que a pesar de lo que pueda ocurrir, debemos estar siempre dichosos
o felices porque Dios siempre se encuentra bajo control de todo lo que existe y
sucede en este mundo. La verdadera felicidad hace posible que nos regocijemos
aunque todo no salga como planeamos.
Debemos
entender que en este mundo siempre habrá problemas, y esto es así, simplemente
porque en esta vida no hay nada perfecto, vivimos en un mundo imperfecto (no se debe cometer el error en pensar de que
la vida se mantendrá exactamente igual todo el tiempo, eso no es real. Nuestra
vida es subida y bajada; nunca permaneceremos en la misma posición en nuestra
vida por el resto de nuestra existencia; la vida se encuentra sujeta a cambios,
tiene altas y bajas; podemos tener momentáneamente derechos hasta que alguien
más ocupe nuestro puesto; existen personas mejor preparadas que nosotros mismos
y no por ello debemos pensar que la vida deba ser justa, la vida no tiene
porqué ser justa; a veces hay quienes creen que tendrán derecho a tener ciertas
cosas por siempre pero eso es algo ficticio[2],
etc.). Pensar lo contrario es irreal y absurdo.
Aquel que piense que la vida debe ser justa; pregúntese: ¿por qué debería ser justa?, la vida es tal como es, y simplemente hay que aceptarla, La vida consiste en existir, en vivir. Entonces, si de antemano sabemos que este mundo o la sociedad está compuesta por personas vivientes e imperfectas, muestra de ello es que también nosotros somos imperfectos (podemos pecar, equivocarnos, etc.), por ende, no pensemos que la vida tiene que ser justa o perfecta, cuando todos somos imperfectos. Aquel que piense que la vida debe ser a nuestro gusto y capricho (circunstancias ideales), vivirá en constante disconformidad, sufrimiento y finalmente morirá auto engañado, habiendo desperdiciado el gozo de vivir la vida que Dios le dio, tan solo por un problema de mentalidad y de enfoque.
Aquel que piense que la vida debe ser justa; pregúntese: ¿por qué debería ser justa?, la vida es tal como es, y simplemente hay que aceptarla, La vida consiste en existir, en vivir. Entonces, si de antemano sabemos que este mundo o la sociedad está compuesta por personas vivientes e imperfectas, muestra de ello es que también nosotros somos imperfectos (podemos pecar, equivocarnos, etc.), por ende, no pensemos que la vida tiene que ser justa o perfecta, cuando todos somos imperfectos. Aquel que piense que la vida debe ser a nuestro gusto y capricho (circunstancias ideales), vivirá en constante disconformidad, sufrimiento y finalmente morirá auto engañado, habiendo desperdiciado el gozo de vivir la vida que Dios le dio, tan solo por un problema de mentalidad y de enfoque.
La
felicidad es interior, está en la relación personal que tenemos con Dios.
Aunque el cristiano pase por la peor crisis de su vida, sabe que Dios está bajo
control y su felicidad es interior no basado en circunstancias o situaciones
que suceden en la vida.
La
felicidad es un subproducto de nuestro sentido de autoestima. El principio de
nuestra autoestima es que somos creación de Dios (hechos a imagen y semejanza);
somos hijos de Dios gracias a nuestro Señor Jesucristo. Ese es el fundamento de
la autoestima personal no por lo que tengamos o los logros que hubiéramos
conseguido.
La
verdadera felicidad se puede experimentar solamente cuando nos amamos y
aceptamos a nosotros mismos como obra de Dios. Podemos ser felices en la vida
cuando nos sentimos bien con nosotros mismos (y qué mejor saber que somos
creación de Dios).
Cuando
hemos hecho todo lo posible con lo que somos, podemos experimentar la
satisfacción personal de nuestro trabajo y debemos disfrutarlo a lo máximo
dichos logros, los viajes que podamos realizar, los acontecimientos alegres que
pasemos, etc., pero en ningún momento debemos confundirlos como fuente de felicidad.
Los
logros nos alegran y nos motiva a seguir adelante pero debemos sacarnos el chip
mental o la falsa creencia de que es la fuente de nuestra felicidad pues eso es
auto engañarnos. Por ejemplo, si el enfoque de la felicidad estaría en los
logros, en lucirse, en tener algo nuevo, etc., aquella persona ingresará en un
sendero de estrés, malestares continuos, en disconformidad persistente y vivirá
infeliz por el resto de su vida porque aquellos logros, aquellas cosas
materiales, los eventos, etc., no son permanentes y menos aún eternos.
La
verdadera felicidad no puede encontrarse en el entorno externo, en factores ni
en fuerzas; por lo tanto, viviremos siempre en conflictos o con problemas, si
para ser felices nos comparamos con los demás (Ej.:
vivir quejándose de que no se tiene una absoluta libertad financiera como
creemos que ocurre con aquella otra persona; viendo si los demás se van de
viaje, si se compran un nuevo vehículo, si sus hijos están en tal colegio o si
aparentan ser más listos; etc.).
Vivir
bajo la comparación es de mediocres, tonto, absurdo y a la vez pernicioso dado
que muchas veces se esconde el mal en nosotros mismos, esto es la envidia. Este
mal hábito lo que busca en realidad es apartarnos de Dios. Recordemos que el
pecado significa separado de Dios (La
Real Academia española define pecado como “cosa que se aparta de lo recto y
justo, o que falta a lo que es debido”). La felicidad en Dios hace posible que nos sintamos bien sobre nosotros
mismos sin la opinión o la aprobación de otros.
Dios
nos dio capacidad de discernimiento (diferenciar
lo bueno de lo malo; distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia que
hay entre ellas), por lo
tanto, podemos entender lo que es debido y trabajar en ese sentido pero sin
vivir comparándonos con los demás, ya que cada persona sigue un proceso
individual, único y distinto a los demás. El cristiano no tiene motivo para
juzgar a las demás personas y menos aún condenarlas, sino tan solo discernir
sus actos (por sus frutos los conoceréis) y en función a ello, tomar una
decisión personal basada en los principios y valores dados por Dios.
Muchas
veces las personas buscan la felicidad en cosas materiales, olvidando que éstas
son temporales, solo Dios puede darnos felicidad eterna. Podemos ser felices sabiendo
que somos únicos. ¡Todos podemos dejar una huella única en la vida!.
Como
creyentes, la felicidad debe ser un estilo de vida. No es algo que deberíamos
necesitar encontrar cuando se produce una crisis o problema. Cuando
experimentamos infelicidad, puede deberse a la forma en que interpretamos la
vida personal y las experiencias.
Con
Dios, podemos ser felices a través de cualquiera de las condiciones de la vida.
La felicidad nunca depende de circunstancias ideales.
Cuando
vemos la vida de una manera positiva a través de la luz del lente de la Palabra
de Dios, podemos vivir una vida feliz. Cuando nuestros pensamientos están
influenciados por la Palabra de Dios, ¡Tenemos el combustible para
considerarnos felices!.
Si
estamos en constante búsqueda de la felicidad externa, nos encontraremos en una
espiral descendente hacia el vacío espiritual y emocional.
Debemos
cuidar lo que entra en nuestra mente y cómo percibimos la vida, porque nuestros
pensamientos son los que pueden controlar, distorsionar, desenfocarnos o
boicotear nuestra felicidad.
Para el cristiano en virtud a esa relación con Dios (relación de
amor y de obediencia), la felicidad es el fruto del Espíritu
Santo (leer Gálatas 5:22, Filipenses 2:1-2, 1ra. Tesalonicenses 5: 16 al 19). De allí, la importancia
para los padres cristianos de enseñar a los hijos a comunicarse con Dios, a conectarse con Él, principalmente mediante la oración. No estamos hablando de ser religiosos sino de tener una relación personal y sincera con Dios. El evangelio de religiosos de nada sirve si no existe RELACIÓN.
[1]Debemos saber que
existirán cosas que no lograremos en este mundo, porque cada uno tiene un
propósito individual por cumplir en esta vida. Tener amigos inteligentes y más
listos que uno es una buena meta en esta vida pues ellos nos enseñan muchas
cosas y debemos agradecer a Dios por lo que hacen pero no debemos tener envidia
de ello o compararnos con ellos. Debemos entender que en esta vida no estamos aquí para competir sino para complementar.
Existe una gran diferencia entre competir y complementar. Cada persona hace
la parte que le corresponde hacer. Tú tienes tu parte, luego mi persona hace su
parte, él hace su parte, etc. Debemos calmarnos y no entrar en un sistema de
competición y comparación (unos con otros) pues eso genera inseguridad. El pretender hacer exactamente igual a lo que
el otro hizo o buscar ansiosamente mejorarlo implica muchas veces dejar de ser
uno mismo. Debemos permanecer siendo
nosotros mismos y esforzarnos en desplegar nuestros talentos de forma
inteligente sin entrar en comparación y competición ni envidia por los demás. No dejes que las personas te jalen a ser
alguien más cuando Dios dice que seas tú mismo.
[2]Lo único que podemos
aferrarnos en este planeta, es en quienes somos, como individuos, porque eso
permanecerá, todo lo demás no permanece. Es decir, es necesario entender que “quien
soy es diferente a lo que hago”. Lo que hago podría ser considerado que
es para conseguir recursos económicos para mi familia; pero quien soy permanece
igual. Por ejemplo, las personas se jubilan, las personas son despedidas de su
trabajo, por ende dichas personas seguirán siendo lo que son aunque ya no
trabajen en el mismo lugar. Nuestra identidad no está atada a lo que hacemos.
Es como dice el viejo adagio popular: “el
traje no hace al sacristán”. Nosotros no debemos identificarnos
únicamente por nuestra actividad o profesión, pues somos más que eso. No
debemos limitarnos en lo que hacemos temporalmente. Si atamos nuestra identidad a lo que hacemos, cuando ya no podamos
hacerlo (por jubilación, enfermedad,
etc.), entonces ¿qué pasará?.
Muchos dirán que les llegó la vida infeliz y que la vida es injusta. De que la
vida no sea justa es obvio que así sea – no es novedad-, pero la felicidad no
debe estar sustentada en lo que hacemos o los logros que obtengamos, pues eso
no es real por cuanto sólo serán “recuerdos” dado que eso no permanece. No confundamos el ser con el hacer. Advirtamos
lo siguiente: a Juan el Baustista, le preguntaron: ¿Quién eres?, él era el predecesor de Jesús, no era el Mesías, no
era el elegido. Juan el Baustista, entendía que no era un concurso de
popularidad. Para saber quién eres, lo primero que debes saber es quien no eres.
Juan el baustista, dijo: “sé quién soy,
pero no soy el Cristo”; soy un predecesor, entiendo mi posición, entiendo mi lugar y para lo cual fui
designado o enviado a hacer. Es ser el predecesor del Mesías, pero cuando
Jesús entró en escena, Juan el baustista entendió (el conocía su ser de su hacer), y se dio cuenta que su trabajo
había concluido, aquí viene el Mesías, debo descender y ÉL debe ascender. Así
es la vida, “subes y bajas”, aunque para muchos no suene bien. Después de la muerte, rendiremos cuentas
ante nuestro Señor, como individuos, de manera individual. Hebreos 9: 27: “Y de la manera que está establecido a los
hombres, que mueran una vez; y después, el juicio”. Lo que somos, permanecerá hasta el juicio.