martes, 15 de octubre de 2013

El pequeño dictador y los padres al poder.

Ciro Añez Núñez

Las noticias dan cuenta sobre el peligroso incremento de la delincuencia. Ya no es novedad escuchar la consumación de delitos porque éstos ocurren casi a diario.

Las asociaciones delictuosas están al orden del día y cada vez más la población siente el impacto de las pandillas juveniles.

Ya se han realizado varias cumbres departamentales y nacionales de alto nivel sobre inseguridad ciudadana; sin embargo, han quedado solo en discursos y en un manifiesto de buenas intenciones.

Es hora que entendamos que una sociedad no se cambia por decreto, leyes ni sentencias. El mejor combate a la delincuencia no se encuentra en los tiempos de los poderes: ejecutivo, legislativo o judicial sino más bien en el tiempo y en el rol de los padres (Vid. pág. 276 del libro “Los delitos de corrupción”, 2da. edición, Ed. El País, 2013).

Al decir que es el tiempo de los padres y de la educación integral, no sólo consiste en la educación formal que imparten los colegios sino también en la educación primordial de los padres enseñando la virtud con el ejemplo.

La fuerza más poderosa en la vida de un niño, es lo que ellos ven hacer a sus padres, no lo que escuchan decir a sus padres. Lo que los padres dicen es importante, pero lo que hacen los padres es vital. 

Como padres debemos esforzarnos por llevar una vida de integridad (Ej.: ser veraz; defender lo que es correcto; elegir buenos amigos no necesariamente por su potencial económico sino principalmente por su integridad; cumplir las promesas o la palabra empeñada - si hemos prometido algo a nuestros hijos debemos cumplirlo -). Se debe valorar la integridad más que la imagen, la frivolidad y la popularidad.

Los recursos económicos no tienen nada de malo pero no debemos basar nuestro éxito únicamente en ellos (lo material siempre se deprecia). No debemos creer que tenemos todo, tan solo por tener más dinero que otros; pues al final, física y materialmente, todos terminamos parejos (moriremos y nos convertiremos en polvo). No saboteemos nuestro futuro viendo únicamente cosas temporales. 

Todos aquellos jóvenes que componen las pandillas en nuestro país, son muchachos con  graves problemas familiares y existenciales debido a la ausencia de un hogar donde exista amor, disciplina y orden; logrando tapar ese vacío incursionado a las pandillas, la cual es como una seudo familia carente de principios y valores morales, donde se incentiva la holgazanería, el vicio y la degeneración humana.

Por lo tanto, las pandillas vienen a ser una fuga social ante la falta de pertenencia, reemplazando el fracaso familiar, siendo presas del negocio furtivo principalmente de la venta y el consumo de las drogas.

Cada pandillero es en realidad un hijo que cuenta con un padre y una madre que los trajo al mundo, pero que fueron irresponsables al renunciar y no asumir el rol de padres. Ahora es la sociedad (los demás padres de  familia) quienes deben protegerse y se unen en determinados barrios y comunidades para salir en defensa de sus propios hijos, su vida y su patrimonio.

Estos jóvenes al no haber sido disciplinados adecuadamente desde sus primeros años de vida, mantienen los resabios de una conducta egocéntrica, convirtiéndose en pequeños dictadores que tratan con dureza a los demás (incitan a la violencia como una muestra absurda de virilidad y valentía) y creen que poseen poderes extraordinarios (porque consideran que nadie puede impedir lo que ellos quieren conseguir); al extremo que se atreven a llevar a cabo asambleas generales o reuniones de "presidentes" de pandillas a plena luz del día, donde cada cabecilla hace alarde y ostentación de la tropa que comanda, frente a la mirada atónita de los vecinos que tuvieron que disciplinarlos haciendo uso de la fuerza y de la unidad vecinal.

Llegó la hora de que los padres se involucren en los problemas de la sociedad y entiendan que si bien no existe una escuela para ser padres perfectos, esto no significa que no debamos esmerarnos para ser personas responsables, administradores de nuestros hijos y verdaderos líderes de nuestro hogar.

No hay duda que los hijos son de alta prioridad para los padres, pero en una familia cristiana no debe trastocarse la escala de prioridades, donde primero debe estar Dios, segundo el matrimonio y tercero los hijos.

Los hijos necesitan ser amados y atendidos pero en ningún caso deben ser transformados en objeto de adoración.

Si colocamos a los hijos en el centro de nuestra existencia (como si fuesen los que tienen el poder de dar sentido a nuestra vida y constituyen la razón de nuestro vivir), el día de mañana, cuando ellos crezcan y se vayan, las consecuencias podrían ser catastróficas, pues el  matrimonio corre el riesgo inminente de colapsar ante la ausencia o la pérdida de los hijos.

Es importante dar la prioridad correcta a nuestra pareja. De esta manera, conservaremos una relación matrimonial saludable y cercana después que los hijos se hubiesen ido de la casa.

El nacimiento de un hijo es sin duda una experiencia maravillosa pero el rol de los padres no concluye ahí, sino por el contrario recién empieza. Por lo tanto, es necesario acompañar ese proceso, interiorizándose y conociendo más sobre el desarrollo psicobiológico de los hijos. En otras palabras, padre y madre necesitan disponer de su tiempo para enfocarse en sus hijos y en sus necesidades.

El profesor de psicología de la Universidad de Washington y co-director del Instituto de Ciencias del Aprendizaje y del Cerebro,  Phd. Andrew N. Meltzoff, hace una alusión figurada del cerebro de los bebés como la “máquina de aprendizaje más potente del universo”, pues un niño al nacer se encuentra apto para absolver todas las imágenes, sonidos y demás estímulos de su entorno.

A los pocos días de nacido, el bebé ya se encuentra acostumbrado a la voz de la madre y la prefiere más que a la de un extraño, porque mientras éste niño era intrauterino ya percibía muchas sensaciones y emociones al interior de su madre.

El balbuceo incoherente de un bebé no es solo ruido o batología; la neurobióloga Lise Eliot afirma que “aunque el balbuceo parezca únicamente un medio encantador de llamar la atención, es también un importante ensayo de la compleja gimnasia del habla”, pues “requiere la compleja coordinación de decenas de músculos que controlan los labios, la lengua, el paladar y la laringe”.

El papel de los padres para estimular el habla es importante en esta etapa biológica. Mediante el intercambio de palabras, el niño aprende las técnicas elementales de la conversación, una habilidad necesaria que será utilizada por el resto de su vida.

Durante el primer año de vida del infante, los padres asumen el rol de“cuidadores” para luego pasar a ser “instructores o entrenadores de vida (life coach)”. 

Si bien resulta natural que el niño en sus primeros años de vida asuma que es el centro del universo; sin embargo, esa burbuja paulatinamente debe ir desapareciendo, siendo menester que los padres desde temprano y de manera firme establezcan y comuniquen a los hijos los límites y las reglas basados en principios y valores.

Los niños necesitan tener parámetros claros y bien definidos.

Lo más nocivo es cuando los padres no son firmes en sus decisiones y empiezan a cambiar las reglas, pues como bien sabemos es usual que los niños pretendan poner a prueba los límites para ver hasta dónde pueden llegar.

Permitir que un niño haga algo que tiene prohibido es darle un mensaje contradictorio y por ende es una forma de autorizarles que empiecen a manipular situaciones y lo peor de todo, esta mala conducta podría derivar en un mal hábito por el resto de su vida, llegando a convertirse en personas que consiguen sus gustos y caprichosos a través de la manipulación (crean situaciones premeditadas para conseguir de los demás algo a cambio).

En otras palabras, ningún hijo debe ser subestimado (a veces los padres al verlos tiernos son permisivos con sus caprichos; sin embargo, no toman en cuenta que los niños son lo suficientemente hábiles como para darse cuenta cuál de los padres es el más dócil o débil; e, incluso pueden efectuar diferentes tipos de actuaciones frente a los padres logrando conseguir lo que buscan).

Cuando tu pareja ha impuesto un castigo al hijo en tu ausencia debido a que era necesario corregirlo en el acto, nunca te pongas del lado de tu hijo. No debes permitir que él los divida, por lo tanto, el castigo impuesto debe ser cumplido.

El niño debe conocer y respetar el principio de autoridad. Para lograr esto es importante hacer valer las reglas, pero sin ser dogmáticos o demasiados rígidos.

Si bien es fundamental entender que en la relación padres e hijos no gobierna la democracia, por cuanto los progenitores no hicieron campaña electoral para ser padres y tampoco esperaron que los hijos votaran por ellos; sin embargo esto no implica que los padres deban ser dictadores o ceñirse a un liderazgo plenamente autoritario nada transformador.

Los niños necesitan ser supervisados y dirigidos, no sofocados ni criados en una atmosfera autoritaria (Colosenses 3: 21).

Por la gracia de Dios se es padre e hijo, donde los primeros aceptan respetuosamente el privilegio y la responsabilidad de asumir el papel de padres, mientras que los segundos al ser los padres coautores de su existencia física, se encuentran en la posición de hijos, nacidos del vientre materno; razón por la cual, mientras los hijos estén bajo el cobijo de sus padres, éstos últimos son los responsables y administradores de sus vidas.

Una familia que dice ser cristiana, tanto padres como hijos (Mateo 19: 14 y 15) deben escuchar y aprender sobre la Palabra de Dios, aplicando los principios en sus vidas a través de una relación personal y sincera con Dios. No se trata de llevar consigo el rotulo de cristiano como religión sino de tener una convicción. Debemos poner más valor en lo eterno que en lo temporal (Hebreos 11: 24-26; Mateo 6: 19-21).

Es casi imposible lograr un equilibrio evitando ser dictatorial o autoritario si es que los padres no tienen una comunicación directa y fluida con los hijos. El método para disciplinar a los hijos es hablar y hacerlos razonar.

En caso de que el hijo no entienda razón y desee imponer su capricho, se debe tomar en cuenta que "el que escatima la vara odia a su hijo, mas el que lo ama lo disciplina con diligencia" (Proverbios 13: 24). Para mayor comprensión otra traducción dice: "El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; Mas el que lo ama, desde temprano lo corrige".

Los padres deben conocer cada vez más a sus hijos, pues cada persona es una identidad compleja y muy distinta la una con la otra. Entonces no basta con poner reglas y ser firmes en ellas sino se cultiva una relación comunicacional directa, clara, precisa y sincera generadora de confianza.

No se debe permitir que en dicha relación exista interferencia, interlocutores, intermediarios ni traductores; la comunicación tiene que ser necesariamente directa y personal. Si no ocurre tal situación, el riesgo es que los padres lleguen a ser incapaces de influir positivamente en sus hijos y como resultado únicamente consigan ahuyentarlos.

El ser equilibrado no significa ser tolerante en quebrantar reglas, valores y principios. Estos aspectos son innegociables; por lo tanto, es primordial que los padres sean consecuentes con lo que pregonan, deben dar el ejemplo sin relativizar aquellas reglas, principios y valores. De allí que se dice que los hijos son el reflejo de los padres.

La búsqueda del equilibrio tampoco consiste en pretender ser padres “buena onda”, siendo bastante permisivos, bajo la absurda idea de que deben salir y experimentar, cuando en realidad exponen a sus hijos a que les ocurra cualquier desgracia o caigan en el vicio del alcohol y de las drogas.

Es necesario que como padres nos ubiquemos que no estamos en campaña de elecciones para ser el papá más popular del año, pues ya cada quién tiene el padre que les tocó y por lo tanto, sería irracional poner en peligro la seguridad de los hijos por quedar bien y caerles bien a sus amigos.

El ser padres es cien veces más que ser amigo del hijo. Si bien el padre es también un amigo, pero es menester dejar en claro que en dicha relación ambos se encuentran en niveles completamente distintos; razón por la cual, las reglas impuestas por los padres deben cumplirse.

El hijo debe saber de antemano que las órdenes dada por los padres se encuentran basadas en el amor, lo cual seguramente le resultará muy difícil de comprenderlo en ese momento (hasta el día en que éste llegue a ser padre); mientras tanto, el hijo debe confiar en sus padres y cumplir con las decisiones que ellos dispongan.

Existen estudios donde demuestran que usualmente los niños a partir de los dos (2) años, profundizan su “yo dictador” en defensa de su reinado (basado en el egocentrismo) pues esperan siempre conseguir lo que quieren; lo cual se traduce en conductas típicas como las rabietas, berrinches o pataletas. Los ejemplos comunes, cuando el niño no es complacido con lo que quiere, consiste en tirar las cosas, caerse al suelo a llorar, gritar o patalear.

Estas conductas se debe a que el niño experimenta un viraje en sus relaciones, pues antes bastaba con el simple gimoteo para que los adultos vinieran corriendo a atenderlo; pero ahora las cosas han cambiado, se da cuenta que existe un cambio de timón (existe un golpe de estado y los padres asumen el poder) y empieza a comprender que su reinado en realidad era temporal y que llegó la hora de hacer los ajustes necesarios, que significa: obediencia a los padres en todo (Colosenses 3: 20).

En este difícil periodo, los padres no deben jamás renunciar a su autoridad, no soltar las riendas ni dar un paso atrás, deben actuar con firmeza y amor; y el niño debe ir adaptándose a su nuevo rol (ahora debe obedecer y hacer las cosas), sentándose de esta manera las bases para su crecimiento integral.

Los niños se sienten especiales cuando se les dice “no” en los momentos adecuados.

Como vemos el principio de autoridad se aprende desde la niñez y junto a dicho principio también es necesario cultivar y promover la racionalidad y el sentido común.

Al momento de disciplinar, los padres deben tomar las decisiones en privado (lejos de los hijos). Y la decisión que tomen no debe ser negociable con el hijo. Es decir, la discusión de los padres para decidir qué respuesta darán al hijo por su mala conducta, ante todo la privacidad es lo principal, pues hacerlo en su presencia es cometer el peor error, ya que el niño rápidamente detectará cuál de los dos puede ser su aliado a futuro y con quién resulta más fácil conseguir lo que quiere.

Entiéndase que el matrimonio es un complemento, por lo tanto, las personalidades misericordiosas, clementes o fáciles deben aprender a ser fuertes; mientras que las personalidades severas o ásperas deben aprender a suavizar esas áreas para que los hijos obtengan un balance y disciplina.

El matrimonio debe cuidarse mutuamente que ninguno de los dos sea visto por el hijo como el personaje malo de la casa. La atmósfera en el hogar debe ser de dos padres que aman y disciplinan a sus hijos (Efesios 6: 4).

Una madre no debe incurrir en el error de decir a su hijo: "Ya verás, cuando tu padre llegue a casa"; porque de esta manera está boicoteando su propia autoridad y otorgando una mala fama a su pareja como el personaje malo de la casa.

Cuando un hijo deshonra a uno de los padres, el otro debe salir en su defensa y exigir al niño que pida disculpas y les de honor (Éxodo 20:12; Efesios 6:1-3).

La pareja siempre debe actuar en equipo y no deben avergonzarse mutuamente en público; por lo tanto, deben trabajar en los desacuerdos privadamente y darle honor a su pareja públicamente.

Otro de los aspectos importantes para no descuidar son las influencias.

La buena influencia que los padres les ha provisto a sus hijos puede ser fácilmente arrancada por medio de las malas influencias. Se debe tener cuidado y conocer a las personas con las que el hijo frecuenta. Si el compañero de tu hijo es rebelde (es una muestra clara que sus padres no están trabajando lo suficiente para corregirlo) no es una buena influencia para tu hijo, pues muchas cosas se aprenden por la imitación. "No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres" (1ra. Corintios 15: 33).

También debes tener cuidado con la influencia de la televisión, la música y el Internet, no deben ser contrarias a los valores que en tu hogar se enseña.

Es necesario preguntarse: ¿cómo se está alimentado mi hogar?; ¿Qué alimentos proveemos a nuestro cuerpo y a nuestra mente?. ¿Qué estamos leyendo?. 

¿Buscamos buena información sobre asuntos reales, racionales y objetivos que ofrecen valor agregado a nuestra vida? o simplemente perdemos nuestro tiempo con puras frivolidades, ficciones, chismes, fantasías, lascivias o concupiscencias. 

¿Cuántas horas pasamos frente al televisor y qué es lo que estamos viendo?. ¿Somos proactivos y estamos investigando y buscando información positiva para aplicarlo en nuestra corta vida?.

Proveámosles a nuestros hijos de buen entretenimiento en materiales de lecturas o lo que escuchan, entre otras cosas, para que se diviertan.

Nadie tiene el derecho de jugar o cuidar a tus hijos, sean o no amigos, familiares o vecinos, si su influencia es negativa. Como padres debemos ser ejemplo para los hijos y actuar responsablemente conociendo muy bien a la persona con quien dejaremos a cargo a nuestros hijos. No es una buena idea dejar a los hijos de ambos sexos al cuidado de muchachos adolescentes; porque el impulso sexual en los varones se encuentra en su pico máximo entre los dieciséis y dieciocho años de edad. Por ejemplo, se han dado casos en que los padres por salir a divertirse o por encontrase en estado de ebriedad producto de una fiesta familiar en su propia casa, dejaron a su hija(menor de edad) con los primos y amigos de éstos, quienes procedieron a abusar sexualmente de ella.

Los padres no deben olvidar que la sexualidad de un niño se basa en el afecto, afirmación y atención positiva que recibe tanto de su padre como de su madre. Es decir, deben cubrir las cuatro necesidades básicas de un niño: aceptación, propósito, identidad y seguridad.

En ese sentido, así como el amor tanto de la madre como del padre puede influir en la sexualidad de los niños; del mismo modo, el amor paternal hacia las hijas les ayuda reforzar su sexualidad y al ver cómo su padre trata a su madre, les provee un modelo apropiado y sano del cariño de un hombre cuando ellas crezcan.

Los niños necesitan ver que sus padres se aman, no unos padres estresados tratando de satisfacer las demandas de los hijos o con el temperamento irritable y angustiado, viviendo  demasiados ocupados y preocupados en cubrir los gastos económicos del hogar. Recuerde siempre: lo que ellos ven en casa formará un patrón para sus relaciones futuras.

Los padres que dan a sus hijos un modelo exitoso para una buena vida y un buen matrimonio, les han dotado de todas las herramientas que ellos necesitarán para la vida.

En la segunda epístola del apóstol San Pablo a Timoteo, capitulo 3: 1-10 (carácter de los hombres en los postreros días), dice:

“[…] en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita. Porque de éstos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias. Éstas siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad. […], así también éstos resisten a la verdad; hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe. Mas no irán más adelante; porque su insensatez será manifiesta a todos, como también lo fue la de aquéllos”.

Como padres cristianos está en nuestras manos elegir ¿de qué lado deseamos estar, con aquellos que hacen la diferencia o con aquellos que incentivan y promueven que sus hijos lleguen a tener ese tipo de carácter antes mencionado?.

Una profecía bíblica no debe ser vista únicamente como algo que suscita terror o miedo sino que debe motivar a un cambio de actitud personal.


Finalmente, por ser una familia cristiana no significa que estará exenta de problemas a la hora de educar a los hijos, pues los problemas siempre existirán; sin embargo, cuenta con sólidas bases que deben ser aplicadas en esta vida.