domingo, 23 de junio de 2019

Corrupción e informalidad.

Ciro Añez Núñez


La corrupción no es un hecho relacionado exclusivamente a ocupaciones, profesiones, países pobres, países ricos, ni debido a una falta de educación o por carencia de formación profesional, en realidad tiene que ver con el deterioro de los valores sustentables de la conducta humana.


La ignorancia no necesariamente es esencial para la corrupción, una muestra de aquello es que puede existir una persona corrupta sin educación ni instrucción como así también pueden existir grandes hechos de corrupción cometidos por personas cultas, educadas, civilizadas, de buenos modales, incluso podrían provenir de familias con trayectoria respetable, de buen nombre, reconocidas de ser bien educadas, de manifiesta educación del profesional, eruditas que han cursado educación superior, profesionales con un alto grado de formación académica.

En este último aspecto, citar por ejemplo el escándalo Watergate, caso Lava Jato, Odebrecht, fraudes electorales en los distintos países (Ej.: en la época presidencial de la distinguida familia Kennedy - informes secretos del FBI, desclasificados en los 90, revelaron que la mafia contribuyó con mucho dinero a la campaña de Kennedy sólo en la primaria de Virginia Occidental. Mucho de ese dinero fueron destinados a convencer a los sheriffs de los condados, que controlaban la maquinaria electoral, link: https://es.wikipedia.org/wiki/Hubert_Humphrey); entre otros muchos casos más registrados a lo largo de la historia humana.

La naturaleza egoísta de la especie humana la cual engendra la angurria por conseguir más dinero en corto tiempo y con el menor esfuerzo posible, bajo la idea de vanagloria, de aparentar «prosperidad», «poder» y/o «exitismo» alimenta la corrupción y todos los delitos relacionados con ella.

Por ejemplo: corrupción y legitimación de ganancias ilícitas son hermanos de sangre dado que el lavado de dinero favorece la corrupción, al permitir que ésta sea una actividad lucrativa.

Debemos entender que cuando la corrupción (hábito de transitar a través de los atajos) llega a enraizarse en una sociedad, aquella se convierte en un estilo de vida, que también lleva por nombre doctrinal "estado de corrupción" o «sistema institucionalizado de corrupción». Por lo tanto, una sociedad que posea dicho estilo de vida no debiera extrañarse de los frutos que produce.

La burocracia (entendida como  la administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas) junto con el excesivo costo de legalidad, esto es, el infierno fiscal, la presión impositiva además de las imposiciones arbitrarias que desalientan la inversión privada productiva, terminan convirtiendo a los formales en esclavos, agobiados y presionados con una serie de cargas públicas y sociales mientras que la informalidad o los delincuentes, como ser: los contrabandistas, evasores, testaferros, políticos corruptos o funcionarios disolutos (que exigen pago de porcentajes para adjudicaciones, etc.), lavadores de dinero, entre otras modalidades más de delincuencia, siguen en aumento y todavía se pampean con arrogancia creyendo que han venido a este mundo para ser ególatras y que el propósito de vida consiste únicamente en conseguir «como sea» dinero, acumularlo, sin importar la manera ni la procedencia de ésta. De allí que se cumple en ellos aquel dicho: «Era tan pobre que solo tenía dinero».

Por lo expuesto, en la lucha contra la corrupción además de la exigencia de transparencia es importante implementar dos acciones más: 1) el fortalecimiento del individuo y de la sociedad civil mediante asociaciones o fundaciones de lucha contra la corrupción con financiamiento privado e independiente al poder político o partidario y que dichas fundaciones o asociaciones tengan accesibilidad efectiva con libertad de control social a todos los servidores públicos de todas las reparticiones estatales, tal como explico en mi libro “Los Delitos de Corrupción”, publicado en el año 2011; y, 2) la contención del poder; evitando el surgimiento de la cleptocracia, esto es limitando el poder absoluto de la administración pública y al mismo tiempo evitando la promulgación de normas que atenten las libertades individuales.

En cuanto a la lucha contra la informalidad es hora de una reforma tributaria, no a través del aumento de los impuestos sino encaminada hacia la eliminación de las exoneraciones tributarias, achicar al Estado, ampliar la base tributaria bajando significativamente las tasas impositivas, luchando eficazmente contra la evasión, simplificando sustancialmente los trámites administrativos no únicamente para el pago de impuestos sino promoviendo tal situación para todo el aparataje estatal y que la población evite la doble moral, no consumiendo del informal.