viernes, 31 de enero de 2014

La alquimia de la Corrupción.

Ciro Añez Núñez.

La corrupción ha sido analizada desde diferentes visiones y dentro de sus múltiples clasificaciones podríamos mencionar a la corrupción política también denominada corrupción administrativa o pública (son las cometidas por los servidores públicos, cualquiera sea su rango o jerarquía) y a la corrupción privada (cometidas por y entre los particulares).

Robert Klitgaard, definió la corrupción en términos de una ecuación: “Corrupción = Poder monopólico + Discreción – Rendición de cuentas” [1].

La organización Transparencia Internacional[2] la define como el abuso de poder encomendado para el beneficio propio.

En el ámbito legal la lucha contra la corrupción fue pensada solo en beneficio y en protección del Estado y no existe una definición específica de corrupción sino más bien es utilizada para agrupar varios actos delictivos predominando la idea del soborno y el abuso del poder encomendado; por ejemplo: las Convenciones Internacionales contra la Corrupción enumeran un listado de conductas delictivas que afectan por lo general al patrimonio estatal y un reflejo de ello es que en nuestro país, la Ley Marcelo Quiroga Santa Cruz (art. 2) mantiene aquella definición de corrupción en la noción del soborno y engloba cualquier acto u omisión que afecten los intereses del Estado dentro de una gama de delitos que en ella se encuentra contemplada.


Llevamos muchos años de búsqueda sobre las causas de la corrupción produciéndose un extravió al considerar como motivos a la pobreza o a la política, puesto que no puede ser la pobreza dado que en los países ricos también se dan casos de corrupción, por lo tanto, el solo hecho de que exista corrupción en ellos desacredita tal criterio; tampoco es la política porque no resulta ser de algún sistema político en particular, aunque sí existen situaciones históricas coincidentes más proclives a la corrupción relacionada con la concentración del poder absoluto; entonces la corrupción tiene que ver más con lo intrínseco, es decir con la naturaleza egoísta de la especie humana la cual engendra la angurria por conseguir más dinero en corto tiempo y con el menor esfuerzo y costo posible.

De allí que el límite de la moral de las personas incide en la conveniencia individual, el cual es propenso a adaptarse de acuerdo a su entorno y a su realidad; bajo esa óptica Montero Soler y Torres López advierte que el delincuente “en la medida en que los beneficios de su acción supera los costos, el delito es cometido[3].

Es cierto de que la corrupción corrompe el sistema democrático, quebranta el Estado de Derecho, produce la interferencia de roles y de poderes públicos, el sistema de administración de justicia deja de ser auténtico para convertirse en un reflejo del poder y no un límite al poder, se instaura el desorden, los contratos no se cumplen ni se hacen cumplir, se usa los bienes públicos para uso particular, todo esto afecta a la inversión y se convierte en un enemigo a largo plazo para el crecimiento económico de los países; sin embargo, desde una perspectiva económica más que percibir a la corrupción como “causa” se lo debiera analizar como un “efecto” del alto costo de la legalidad y de la fuente monopólica de la producción del Derecho.

La gente tiende por naturaleza carnal a buscar su propio beneficio y en consecuencia busca lo más barato y evita lo más oneroso. Esto es un proceso psicológico, lo cual ocasiona que existan personas con débiles fundamentos éticos que determinan a qué precio deciden ser buenas o malas personas.

Las leyes como la costumbre no son gratuitas. Ronald Coase señala textualmente lo siguiente: “lo que se intercambia en el mercado no son (como suelen suponer los economistas) entidades físicas, sino los derechos para realizar ciertas acciones; y los derechos de los individuos son establecidos por el sistema legal”[4].

Enrique Ghersi, sostiene que el costo de la ley “no siempre se mide en moneda (dinero) sino en la cantidad de tiempo y de información necesarios para obedecerla. El costo de la ley es la oportunidad desaprovechada para cumplirla. Es decir, todo aquello que dejo de hacer (trabajo, vida familiar, estudio, relaciones sociales, deporte, etc.) a fin de satisfacer las exigencias impuestas por una determinada regulación. Esta es una decisión basada en la utilidad individual, en la cual el ciudadano se sirve de la ley como un medio puesto a su disposición para tomar decisiones. Si la ley exige mucho tiempo, la gente no la cumple. Si la ley exige demasiada información, la gente no la cumple”[5].

Entonces, cuando el costo de la legalidad excede a su beneficio, la ley se incumple de acuerdo a la escala valorativa de las personas.

De allí que para algunas personas inescrupulosas bajo un sistema institucionalizado de corrupción (esto es: aquella sociedad donde los hábitos de ser corruptos se convierten en un estilo de vida generalizado), lamentablemente la corrupción les resulta rentable (logran enriquecerse ilícitamente), impune (a través del soborno evitan ser sancionados) y favorable, pues consideran que gracias al potencial económico que pudieran obtener producto de la corrupción se muestran de manera camuflada ante la sociedad como personas “prósperas y exitosas” alcanzando un supuesto prestigio basado únicamente en el dinero que ostentan.

Esto es lo que comúnmente ocurre con los contrabandistas, narcotraficantes, etc.; por lo tanto, las personas que conviven en una sociedad con estos dramas deberían preocuparse seriamente cuando ellos mismos para resolver sus problemas valoran más al profesional corrupto con vínculos o aquel que guarde alguna relación con los sectores de poder en vez de acudir a profesionales con solvencia ética y altamente instruidos.

Esta grave situación ocasiona que todo se distorsione y por consecuencia los errores ya no existen o al menos ya no son creíbles dado que la corrupción resulta siendo premeditada y deliberada en búsqueda de romper la competitividad institucional de un orden anterior establecido para imponer una nueva estructura acorde a ese estilo de vida. Como resultado a todo esto es que aquella idea inicial de que la corrupción afecta al crecimiento económico deja de ser cierta pues en este caso más bien ayuda a dicho crecimiento fulgor de una sociedad totalmente contaminada.

Existe también otro extremo con similar resultado y consiste en aquellas sociedades donde el costo de la ley es alto con economías muy reguladas y con muchas barreras económicas a la libre empresa, dando lugar a que la corrupción sea vista como un mecanismo eficiente para conseguir los objetivos más productivos a corto plazo.

Por este motivo, el  economista Xavier Sala-i-Martín[6] menciona que la relación entre corrupción y crecimiento económico no está del todo claro ni en la teoría ni en la práctica, pues si bien es cierto que en los países corruptos la economía no funciona bien, como es el caso de África, pero hay otros considerados muy corruptos (según los rankings internacionales del índice de percepción de corrupción) que en lo económico les va extraordinariamente bien, citando dicho investigador el caso de China.

De este modo, también hay quienes ven a la corrupción no en un nivel vinculado a causa y efecto, sino desde una perspectiva médica como un tumor que puede ser maligno o benigno. Dicho tumor puede estar claramente identificado o puede camuflarse en el sistema y si éste es invasivo y afecta a muchas partes del sistema, entonces el problema es más serio pues destruye la institucionalidad, complica la productividad, las leyes benefician a unos pocos y se experimenta una fuga de inversión, entre otras complicaciones más. Entonces, la lucha contra la corrupción debe estar destinada a que ésta sea identificada, que no sea maligna, pueda ser contralada y no sea invasiva.

La pregunta es ¿cómo se la puede controlar?; según Sala-i-Martín[7] existen dos grupos de teorías de la corrupción: 1) Que en aquellas sociedades donde existe un mayor incentivo a ser corruptos (Ej.: concurren más reglas que puedes ser saltadas o incumplidas a cambio de dinero, donde los beneficios de ser corrupto es más prominente y los costos de ser corrupto son bajos), el remedio es elevar los costes de la corrupción mediante persecuciones penales, agravación de penas, etc.; y, 2) la  otra percepción es que la corrupción es cultural y por ende los niveles de corrupción difieren entre países, lo cual es más complejo y muchas veces se cae únicamente en el pesimismo y la fatalidad.

El primero de los criterios ha quedado demostrado que históricamente no funciona porque a pesar de aplicarse las medidas sugeridas la corrupción continúa existiendo. No solo en Bolivia sino en los demás países del mundo por muchos años se viene enfrentando a la corrupción mediante dos frentes comunes y bien definidos, a saber: 1) arremetiendo contra los actos de corrupción mediante leyes drásticas y mecanismos de persecución a través de autoridades competentes y 2) potenciando las instituciones públicas lo cual genera mayor burocracia; sin embargo, el resultado ha sido siempre el mismo: la corrupción no pierde vigencia.

Adviértase de que una de las definiciones de “burocracia” por la Real Academia Española consiste en “la administración ineficiente a causa del papeleo, la rigidez y las formalidades superfluas”, en cuyo escenario existe mayores probabilidades de que surja la corrupción, pues para un mejor entendimiento diremos que en sentido figurado la burocracia es capaz de superar a los alquimistas pues sin necesidad de transformar el plomo o el hierro en oro (entiéndase como un bien evaluable en dinero), resulta que algunos servidores públicos “de la nada” son capaces de trasmutar un problema (donde nunca debió existir) para luego vender la solución la cual es traducida en dinero (que vendría a ser de forma figurativa aquel oro buscado como uno de los objetivos por parte de los alquimistas), llegándose a camuflar como si se tratase de un servicio más que brinda a favor del administrado, quien al final se ve obligado a pagar lo que pide el funcionario corrupto con tal de llegar a concretar sus proyectos que hasta antes de ese momento se encontraban irresolutos, al extremo que es lamentable ver en aquellas sociedades donde la corrupción se encuentra institucionalizada, que cualquier proyecto de inversión pública o privada para que sea viable ya se contempla dentro del presupuesto (como si fuese algo normal) un ítem o porcentaje destinado para corrupción.

Desde esta visión resulta absurdo pretender reducir la corrupción administrativa con más controles estatales (creando y potenciando más burocracia con nuevos ministerios, direcciones públicas de anticorrupción, nuevas formas de administración pública que involucre nuevos y más cargos, etc.), pues como menciona Juan Ramón Rallo: “el problema es que a más burócratas es posible más entidades corruptibles”[8]; una muestra de ello en nuestro medio es el caso Ostreicher, el cual develó públicamente el colmo de la corrupción que consiste en la posibilidad de que servidores públicos puedan mal utilizar la Ley Anticorrupción para cometer más actos de corrupción atacando no solo la libertad individual sino también los bienes de las personas, lo cual conlleva un cambio de paradigma pues la corrupción no solo había sido daño económico al Estado sino principalmente afectación al ciudadano.

En palabras de Axel Kaiser[9] afirma que quienes defienden el libre mercado saben que el peor de los mundos es la fusión de intereses económicos y políticos, cuando ello ocurre, el Estado ya no es capaz de cumplir el subsidiario rol de garante de la competencia que le corresponde. El mercado entonces ya no puede funcionar normalmente, lo que deriva en la obstaculización del progreso transversal, asegurando bienestar y privilegios esencialmente a esos pocos que integran directa o indirectamente las cúpulas de poder político y económico.

Esta captura del aparato estatal, dice Kaiser, tiene la siniestra ventaja de engañar al público, pues sólo en apariencia el Estado controla y fiscaliza a esos grupos de interés, cuando en realidad lo que hace es trabajar para ellos procurándoles, a través de regulaciones e impuestos que se aprueban en nombre del bien común y de la protección de los más débiles, una posición de ventaja irremontable frente al resto de la sociedad. La moneda de cambio son enormes sumas de dinero destinadas a campañas políticas de todos los partidos políticos, puertas giratorias entre los gobiernos y los grandes sindicatos, empresas, masa electoral cautiva y condescendiente con la voracidad tributaria que permite a políticos y burócratas darse una vida de cuasi nobleza financiada por la clase media y los más pobres[10].

De esta manera, Kaiser en el contexto internacional define que la crisis financiera del año 2008 no es sólo un fenómeno de carácter económico sino también moral cuya esencia del problema considera que radica en el tamaño y activismo del Estado.

Desde este enfoque la corrupción administrativa tiene un enorme poder para intervenir sobre la economía; por lo tanto, el camino de solución no gravita en añadir más controles estatales sino reducir y limitar las competencias del poder político.

Ludwing vo Mises hace décadas sentenció que “el intervencionismo engendra siempre corrupción” sosteniendo que “la actividad intervencionista da lugar a que ciertos grupos o individuos se enriquezcan a costa de otros grupos o agrupaciones[11] y bajo esa lógica conlleva a que con Estados agigantados o descomunales, los incentivos a la corrupción seguirán ahí, por mucho que cambiemos los métodos de financiación y los mecanismos de transparencia.

Andrés Benavente[12]señala que para luchar contra la corrupción es necesario: a) el fortalecimiento del individuo y de la sociedad civil; y, b) la contención del poder, evitando el surgimiento de la Cleptocracia.

Por lo tanto, no es por ley, decreto o sentencias que se acabará la corrupción o que una sociedad cambiará, pues el costo de la legalidad es inversamente proporcional al ingreso de la población y por consecuencia cuando en una sociedad existen muchas leyes en realidad los más afectados resultan siendo los pobres. A esto se lo conoce como “discriminación legal” pues todo incremento en la cantidad de normas de una sociedad acaba siendo discriminatorio.

Ghersi advierte que “el alto costo de la legalidad responde a condicionamientos políticos y es un reflejo de cómo se utiliza el poder legislativo en un Estado. Cuando el poder carece de limitaciones es previsible encontrar un alto costo de la legalidad (el costo de  la ley es un mero reflejo del poder)[13]; y, asimismo, señala que por un problema de satisfacciones alternativas y de costo de oportunidad, a los ricos la ley les es más barata que a los pobres, porque los ricos tienen que sacrificar menos de su ingreso personal para cumplir con la ley mientras que los pobres tienen que sacrificar más cosa significativas, es decir: más tiempo y más información (ambos elementos son excesivamente costoso en todo el mercado).

A manera de conclusión, considero que para aminorar y controlar de mejor manera a la corrupción tanto administrativa como privada, es menester agregar nuevas y más efectivas acciones de combate de largo plazo y de mayor alcance, las cuales pasan a su vez por entender cuatro (4) situaciones: 

a) Que es necesario reducir el costo de la legalidad; por ejemplo: bajar de modo ínfimo el costo de todos los impuestos dado que es evidente que muchas personas no pueden cumplirlos; muestra de ello es que se ha proliferado en magnitud la informalidad y a quienes actualmente se los agobia en sobremanera y de forma permanente son a las minorías formales. Ej.: el valor del IVA cuya tasa efectiva (para calcular el impuesto al precio neto) es aproximadamente del 15% bajar al 5%. De esta manera todos podrían y estarían obligados a pagarlo, debiendo ser eliminado el régimen simplificado;

b) Que en una economía de mercado el costo de la legalidad es más bajo que una economía intervenida, recordando la ecuación de Alejandro Chafuen: “a mayor libertad económica menor corrupción[14];

c) De manera individual ser cada vez menos egoístas cultivando desde el hogar los buenos hábitos basados en principios y valores éticos morales (la enseñanza debe empezar con el ejemplo de los padres, progenitores, tutores, etc.), esto es, invertir en el capital humano como estrategia imprescindible si se pretende implementar cambios verdaderamente profundos y duraderos.

d) Permitir que la sociedad civil establezca asociaciones o fundaciones de lucha contra la corrupción (con financiamiento privado e independiente al poder político o partidario) y que dichas fundaciones o asociaciones tengan accesibilidad efectiva y libertad de control social a todos los servidores públicos de todas las reparticiones estatales (subalternas, jerárquicas y de control interno, autoridades de fiscalización, etc.).

Es de suma importancia que la sociedad civil, como expongo en mi libro “Los Delitos de Corrupción”, pueda establecer asociaciones o fundaciones de lucha contra la corrupción donde se le permita verdaderamente trabajar y sea ésta respetada, pues resulta ingenua la idea de que la corrupción administrativa que emerge de la burocracia pretenda ser controlada por sí misma con más burocracia.

China ha creado una Comisión Independiente Anticorrupción a manera de brigadas de control, de prevención y de instrucción destinados para los menores de edad hasta los adultos mayores en pro de la no corrupción, con el propósito de que se entienda de que las arcas públicas no son dinero de los burócratas y que se debe castigar a la corrupción (no se la debe tolerar).

Si bien es cierto que China todavía se encuentra en los listados de rankings de corrupción, sin embargo tampoco es menos cierto que se va alejando de los primeros puestos en comparación con años anteriores.

Esta es una enseñanza individual de dejar la fatalidad, transformándose en seres proactivos y hacer todos los esfuerzos posibles que motiven un cambio cultural (Hong Kong hace cuarenta años era mucho más corrupto que ahora y eso debería ser visto y entendido por América Latina); y, 


e) Permitir auditorías especializadas forenses externas por parte de las Fundaciones y Asociaciones Civiles antes mencionadas en los sectores de control de determinadas entidades públicas, por ejemplo, en la Aduana Nacional (auditoría a los procesos).  Debiendo dichas auditorías emitir conclusiones, recomendaciones y sugerencias. Dichas Fundaciones y Asociaciones harían el seguimiento respectivo de la implementación de dichas sugerencias y recomendaciones, exigiendo su cumplimiento por parte de los servidores públicos.

f) Que las personas entiendan que el costo de acceso a la justicia no es mediante slogans sobre principio de gratuidad en los procesos judiciales sino que tiene que ver con el verdadero costo que la burocracia representa y por ende apuesten también por la administración de sus problemas mediante la mediación, conciliación o arbitraje como mecanismos alternativos de solución de conflictos y no así recurrir a los linchamientos como síntoma de degradación humana y desesperación por el deficiente servicio del sistema de administración de justicia.



[1] Klitgaard, Robert. Controlling Corruption, Berkeley: University of California Press, 1988.
[2] http://www.transparency.org/
[3] MONTERO, Alberto y TORRES, Juan. La Economía del delito y de las penas, Ed. Comares, Granada, 1998, p. 20.
[4] COASE, Ronald H. La empresa, el mercado y la ley, Alianza Económica, Madrid, 1994, p. 213.
[5] GHERSI, Enrique. Economía de la Corrupción, CEDICE,  http://www.hacer.org/pdf/ghersi3.pdf
[6] http://www.youtube.com/watch?v=tS38pjolK44
[7] http://salaimartin.com/randomthoughts/video-blog-e-konomia/item/655-¿por-qué-hay-países-más corruptos-que-otros
[8] https://twitter.com/juanrallo/status/292691876975370241
[9] KAISER, Axel. La miseria del intervencionismo, Aguilar Chilena Ediciones S.A., Chile, 2011, p. 29.
[10] Ob. Cit, p. 30.
[11] MISES, Ludwing von. La acción humana, Unión Editorial, Madrid, 1980, p. 1063 (3ra. Edición revisada).
[12] BENAVENTE, Andrés. Corrupción: el caso de América Latina, Revista Enfoques, num. 1, Universidad Central de Chile, Santiago, 2003, p. 155.
[13] GHERSI, E. Economía de la Corrupción.., p.19.
[14] CHAFUEN, Alejandro. Economía y Corrupción, en “Los desafíos a la sociedad abierta”, p. 112. Fundación Libertad, Ameghino, Rosario, 1999.