miércoles, 22 de enero de 2014

Títulos versus Conocimiento.

Ciro Añez Núñez

Para garantizar una educación de calidad amerita inversión en el desarrollo intelectual de las personas, esto implica brindar un servicio de excelencia y para ello es menester que se garanticen las libertades, entre ellas, la libertad educativa.

No solo deben ser los gobiernos (Estados) quienes monopolicen el servicio de la educación sino que debe brindarse todas las garantías a los particulares para que éstos también provean dicho servicio y desarrollen modelos o programas eficaces.

No olvidemos que la formación educativa de calidad pasa también por una decisión personal y en consecuencia cada cual también debe ser responsable de escoger el itinerario de su propia formación. De esta manera los consumidores de un servicio (en este caso los estudiantes) no necesitan organizar ninguna huelga para protestar contra la defectuosa calidad de ese servicio, bastará con que cambien de proveedor.

La educación merece también ser vista como un bien económico que posee un costo. Aquel criterio de que la educación pública o estatal es gratuita no es real por cuanto existe alguien que al final la paga y esto ocurre mediante la apropiación coactiva (confiscación) de la propiedad y los frutos del trabajo de algunos para satisfacer las demandas a otros. Es decir dicho pago es en realidad gasto público que se realiza con el dinero de todos los contribuyentes, por ende no es dinero gratis que cae del cielo. Entonces, lo más importante en esto es la administración pública del sistema educativo, por lo que debe exigírseles principalmente a ellos eficiencia, transparencia, calidad y buenos resultados.

Según el informe PISA 2012, entre los países desarrollados existe una nula relación entre gasto público por alumno y resultados académicos, lo cual nos enseña que gastar más en educación no equivale a mejorar la educación, por lo tanto, la clave estaría en que necesitamos gastar mejor y gastar menos; de esta manera se justifica la imperiosa necesidad de que exista una mayor exigencia, transparencia y control del gasto público que realiza la administración pública en dicho ítem.

Por otro lado, no debemos caer en el grave error de apuntar hacia una mediocridad educativa generalizada y horizontal generadora de talentos perdidos como si se tratase de un nuevo paradigma para lograr emparejar a todos (con el propósito de conseguir una ciudadanía estandarizada para sofocar la disidencia y la originalidad) bajo la creencia de que no existirá desigualdad, impidiendo de esta manera que jóvenes talentosos de manera individual sobresalgan y evitar que éstos con sus méritos puedan influenciar positivamente a los demás; más por el contrario, si realmente deseamos una educación de calidad debiéramos apostar al potencial de la investigación, la innovación, el trabajo creativo, la iniciativa privada competitiva y el desarrollo de nuevas ideas, como directrices de política pública, mediante el desarrollo de capital intelectual propio con formación idónea, objetiva y pragmática, donde se promueva la cooperación social, esto es: cada persona tratando de beneficiarse sirviendo a los demás.

Finlandia constituye un ícono en el progreso educativo de calidad y los requisitos por el cual alcanzaron dicho progreso son: los docentes de excelencia, profesores certificados internacionalmente, la meritocracia educativa, la libre iniciativa, la innovación, la creatividad y la investigación. Entre las profesiones u oficios con mejor remuneración en dicho país se encuentra la del maestro o profesor.

El abogado y economista Juan Ramón Rallo, explicando las claves del éxito finlandés, menciona: 1) En la OCDE, sólo un 10% de la variabilidad de los resultados en PISA se explican por diferencias entre sistemas educativos: el 36% se debe a diferencias entre centros y el 54% a diferencias entre alumnos. Por consiguiente, los distintos “modelos” educativos son relativamente menos importantes que las características del alumno y que la organización de cada escuela. 2) PISA constata que un mayor grado de autonomía de cada escuela a la hora de diseñar el currículum y de organizar el centro contribuye positivamente a los resultados; y, 3) de manera paradójica con el anterior, la competencia entre centros no juega absolutamente ningún papel en mejorar los resultados. Entonces ¿Cómo es posible que la diversidad curricular sea buena y la competencia entre centros, que estimula esa diversidad curricular, no lo sea? Básicamente porque la competencia educativa que realmente marca la diferencia no es la de que dos centros cortados por el mismo patrón se peleen por captar un número limitado de alumnos: la competencia relevante es la que permite la autoorganización y autorregulación de cada centro, esto es, su autonomía para proponer planes de estudio y modalidades de enseñanza radicalmente distintas a las de otros centros, compitiendo con ellos en ese campo; por lo que sugiere la no imposición estatal de un modelo ni el simple traspaso de la gestión a empresarios maniatados.

Por otro lado, en esta Era de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) son tiempos inmejorables para el mejoramiento educativo y en consecuencia ya no existen excusas para la no adquisición de conocimiento. Hoy en día existen sinnúmeros de aplicaciones para teléfonos celulares, computadoras, tablets, televisores, etc., que bien pueden ser utilizados para acceder a mayor información como nunca antes en el pasado.

Teniendo en cuenta este avance tecnológico se podría avizorar que las nuevas tecnologías (Internet, Skype, redes sociales, etc.) ofrecen un sinfín de posibilidades para desarrollar nuevos modelos educativos que vayan más allá de la universidad tradicional. La participación de un centro de enseñanza superior en la formación del capital humano puede ser muy variable: desde la tutela directa y presencial de un equipo docente durante 20 horas semanales a lo largo de cinco años a la provisión del material docente y posterior certificación de que un determinado alumno ha adquirido por su cuenta los conocimientos reconocidos en su título, pasando por la enseñanza online presencial o no presencial.

Lo que más debiera importar es la adquisición de conocimientos especializados de calidad y que éstos tengan una utilidad práctica y no caer en la epidemia de la “titulitis”, esto es, llenarse de títulos sin que el conocimiento llegue a tener un impacto objetivo que mejore la calidad de vida de las personas. En los últimos años esta situación de "la titulitis" a llegado al extremo que el título de "Doctor Honoris Causa" (el cual carece de prueba alguna), se ha desacreditado a sí misma, pues está siendo entregada con motivos egocéntricos, políticos, de amistades, etc., a cualquier persona por supuesta contribución a algo, llegando algunas universidades a otorgar dicha distinción inclusive relacionado al supuesto conocimiento extraordinario sin antes siquiera acreditar vencimiento de la escolaridad, sin tener un máster o algún postgrado en educación superior. Se han dado inclusive situaciones de algunos políticos con astucia pero sin integridad que se atrevieron a dictar cátedras haciendo uso de dicho título honorífico.     

No debiera ser una cuestión de llenarse de "titulitis" sino de conocimiento pues el título puede llegar después. Entiéndase que aquel estudiante íntegro que realmente posee los conocimientos no solo teóricos sino prácticos le resultará más fácil después acceder a un título verdaderamente académico pues ahora ya existen en el mundo numerosos centros de enseñanza superior de reconocida calidad y trayectoria internacional que cobran sólo por examinar y certificar la adquisición de unos determinados conocimientos tanto a nivel técnico superior como de licenciatura. En resumidas cuentas lo más importante en realidad es el conocimiento y la destreza adquirida que poseer un papel, certificado o título. Es decir la falta de título ahora ya no es un verdadero impedimento para crear, desarrollar y hacer realidad las ideas, por ejemplo, grandes innovadores como Bill Gates y Steve Jobs, sus primeros inventos no fueron realizados dentro de las universidades o en algún laboratorio institucional sino en un garaje (en casa). 

Manuel Hinds es bastante claro al mencionar que queramos o no queramos estamos compitiendo en una economía globalizada en la que el progreso sonríe a personas altamente instruidas y muy entrenadas para pensar y cooperar a un nivel de mucha sofisticación. Los que no puedan competir a esta altura tendrán que hacerlo en actividades que generan mucho menos valor agregado. Por lo tanto, el desarrollo está cada vez más ligado a la excelencia y no a la mediocridad, para ello se debiera también promover el conocimiento de idiomas extranjeros de mayor influencia en el mundo.

Usualmente escuchamos la frase de que “la educación es una inversión”, sin embargo, resulta que existen universidades que no están generando una buena inversión pues el capital humano que produce no es tal, por lo tanto, se debiera exigir más calidad que cantidad de estudiantes, pues éstos últimos con conocimientos mediocres luego se ven en desventajas en el mercado laboral frente a quienes sí se esmeraron por adquirir mejores conocimientos.

Rallo señala que un capital humano debe cumplir tres requisitos: 1) excelencia técnica; 2) adaptación a las necesidades del consumidor; y, 3) que permita lograr un sobresueldo en el mercado. Si esto no ocurre puede considerarse una mala inversión. En otras palabras, la enseñanza universitaria es una inversión en un activo llamado capital humano y cuya rentabilidad es el sobresueldo que cosecha el trabajador.

Resulta que esa rentabilidad no se cumple en la actualidad debido a que no todos quienes obtienen un sobresueldo tienen que obtenerlo por gozar de estudios universitarios como tampoco los que gocen de estudios universitarios tienen por qué obtener un sobresueldo y menos obtenerlo en virtud de ese título (no por el hecho de tener un título, la persona podrá generar ingresos automáticamente). Por ejemplo, esta situación es claramente perceptible cuando vemos una gran oferta de profesionales el cual no condice con la demanda e inmediatamente nos preguntamos ¿cuál es el sentido? si muchos de ellos en nuestro país se están dedicando a la informalidad y al delito para enriquecerse ilícitamente siendo esto una muestra de que no se está valorando la formación escolar y superior como se debiera y por ende tampoco se está formando a profesionales con una mayor exigencia de calidad.

Si hacemos una comparación entre los profesionales de antigua generación versus las actuales es evidente que si bien las anteriores no tenían buenas condiciones como hoy; sin embargo, percibimos que el nivel de conocimiento adquirido era mayor.


Esto por ejemplo es posible evidenciarlo cuando algunos profesionales dependen por completo de un aparato tecnológico o del internet desde el momento en que efectuará algunos cálculos hasta prescribir una receta médica sobre alguna dolencia de menor gravedad. 

La educación usando las nuevas tecnologías no consiste únicamente en mostrar a los estudiantes un vídeo aduciendo que con ello se les estaría aumentando el conocimiento, pues ese aprendizaje resulta siendo falso dado que se requiere de una estimulación adecuada para alcanzar dicho objetivo, donde a los estudiantes se les permita pensar, razonar, discernir, disentir y a manifestar sus propias apreciaciones y opiniones demostrando sus conocimientos adquiridos, y no simplemente quedarse relajados tanto profesor como estudiante viendo una película, un documental, etc.

No estamos sacándole el verdadero provecho (de manera debida) a las nuevas tecnologías, por lo tanto, el desafío es extraer la mayor utilidad posible en pro de la calidad y no simplemente conformarnos con el facilismo que éstas podrían ofrecernos. No nos olvidemos que todos los avances tecnológicos que hoy existen empiezan desde una idea básica pero a veces ni siquiera esa idea básica se encuentra realmente comprendida por los estudiantes siendo esa la razón principal para que exista una absoluta dependencia a los artefactos.

Debemos tener presente que cada persona posee un talento y una vez desarrollado constituye su medio primordial de subsistencia por la vía de la formalidad y entre los principales caminos que posibilitan descubrir dichos talentos se encuentran la educación y el trabajo. 

Entonces, aquellos padres que ven a sus hijos adolescentes que por algún motivo no rinden bien en la educación convencional no deben ofuscarse sino que con optimismo debieran también motivarlos a que adquieran algún oficio productivo, pues probablemente con el trabajo adquirirán los hábitos de disciplina, voluntad de servicio, cumplimiento de horario, respeto a la autoridad, manejo de agenda, etc., que podrían ser aquellos factores que están impidiendo el despegue de los talentos para muchos jóvenes en nuestro país además que mediante el trabajo ellos tienen la oportunidad de tener acceso a la información y al conocimiento especializado de manera práctica.

Es bueno recordar que desde un punto de vista material a esta vida temporal no hemos venido únicamente a emplearnos ni a acumular cosas perecederas sino más bien a desplegarnos, es decir a desplegar nuestros talentos, especializarlos y ser creativos, a través del cual trataremos de beneficiarnos sirviendo a los demás. 

En la economía del conocimiento, es la formación de conocimientos especializados e interdisciplinarios la que adquiere mayor relevancia, pues en el futuro cada vez más tendrá mayor valor la propiedad intelectual y se producirán cosas más sofisticadas.