domingo, 28 de julio de 2024

Menos “ego-food” y más unidad.

Ciro Añez Núñez.

La especie humana es una sola, aunque obviamente nos diferenciemos por nacionalidades, color o tonalidad de la piel, por el idioma, entre otras peculiaridades más.

Como seres humanos, todos tenemos ego, sin importar el país de procedencia o el continente donde se hubiera nacido. Es parte de nuestra realidad humana existencial.

La falta de dominio propio hace que las personas sean más desdichadas que otras, esto debido a que el ego es materialista (insaciable, jamás agradecido, siempre insatisfecho), narcisista, sabelotodo, interruptor, vanidoso (busca ser admirado, la aprobación, ser adulado y se inventa una supuesta exclusividad), es imitador (repite lo mismo que hacen otros -de su misma condición- sin discernir), plagiador, finge escuchar al otro, enjuiciador, manipulador, hipócrita y orgulloso, vive de pretextos, teme morir (sabe que el cuerpo se acaba) y sin templanza ni contención alguna, la persona da rienda suelta a sus pasiones desenfrenadas: soberbia, envidia (traducido “en que nadie sea mejor que mí”), avaricia, lujuria, ira, gula y pereza, acabando siendo un títere de sus emociones y ansiedades.

El ego desenfrenado es trepador, se mueve a través de la mentira y el fraude, buscando siempre justificarse de manera absurda, careciendo de sentido común y objetividad.

Al respecto, como bien sabemos, exagerar es una forma de mentir, así como el confundir o el cambiar el significado de las palabras es otra forma de engañar. Por ejemplo, confundir éxito con ser una persona que tenga lujos, que tenga muchos recursos económicos o que aparente ser triunfalista; y, a eso, todavía mezclar otras palabras más como ser: felicidad, decencia, persona digna, entre otros términos, los cuales tienen definiciones totalmente distintas y diferentes.

Éxito no significa ser mejor que alguien, no significa estar por encima de alguien o someter a los demás a nuestros propios caprichos y designios. Esas son las trampas del ego. En realidad, hacer tu vida bien, es éxito. 

De allí que la vida diaria del ser humano a veces es como una fábula: no es una verdad, sino un intento de vivir la vida sin una seguridad en lo que está haciendo y afirmando.

Entre lo que se dice y hace, es mejor siempre guiarse por la conducta (lo que hace, los hechos), así se sabrá, si es auténtico o una farsa.

Si lo que hace, es únicamente enriquecimiento ególatra con la mentira, el engaño, la evasión y la corrupción, es un rufián fanfarrón, un delincuente; o, por el contrario, se trata de una persona decente.

Todo ello, se verá reflejado en la rutina, en sus actos y hábitos; por lo tanto, la calidad de vida depende de los hábitos, pues son ellos, los que nos lleva hacia una existencia alegre y pacífica; o, a una vida colmada de permanente crisis, estrés, ansiedad y angustia hasta nuestros últimos días.

Con todo ello, debemos dejar de lado el egocentrismo, aquel deseo de tener razón y control siempre, con su necia necesidad de ser la estrella del espectáculo (por lo que tiene o hace), para inflarse a sí mismo.

Aquella jaula mental, del deseo de un supuesto “status” (de elevarlo) o el: ¡Mírame a mí, soy tan “cool”, soy tan “In” !, lo único que está haciendo es que exista mucha gente falsa, absurdamente infeliz y sufrida, por culpa de su propio ego.

Seamos sinceros, existe gente que, en verdad, no ha tenido que pelear por su supervivencia (como realmente ocurrió con aquellos pueblos, de los países que quedaron literalmente “destruidos”, después de la Segunda Guerra Mundial). Sin embargo, a pesar de todo esto, en nuestra sociedad existe un sentido generalizado de “sentirnos peor.”

En palabras de Ralph Waldo Emerson, diríamos: “Lo que haces suena tan fuerte que no puedo oír lo que dices”. Es decir, una total contradicción (lo que dice no condice con lo que hace), producto de la arrogancia, pues adopta todas las formas, pero poco de la esencia.

En pleno Siglo XXI, vivimos a un paso cada vez más frenético en un mundo cada vez más fragmentado, por lo tanto, amerita tener un verdadero sentido de estar vivo y despierto, con una visión global de complemento colaborativo, no del “yo” sino del “nosotros”.

Dejémonos de prejuicios y miramientos, entre nosotros mismos (entre bolivianos), sea por motivos regionales, étnicos, u otros. Aquella egolatría por la exclusividad (sólo me uno o me asocio entre los míos, los que sean de misma ciudad o de mi mismo Departamento) o aquel consejo manipulador que está basado en el resentimiento y la envidia, que es totalmente contrario al ejercicio de las libertades individuales, que consiste en recomendar a otra persona (sea ésta joven o no) que para hacer algo bueno con identidad y representativo, no deba relacionarse ni agruparse con otros de distinta comarca o zona regional a ella.

Con ello, lo único que se logra es aislarnos entre los propios bolivianos, conllevando hacia la ausencia total de unidad; y, por consecuencia, cada vez más divididos, polarizados por castas políticas, corporativismo corrupto y/o empresarios prebendarios, bajo absurdos fanatismos y dogmatismo de Izquierdas Vs. Derecha, manipulados, ninguneados y confrontados entre bolivianos, es decir, débiles como pueblo boliviano, merced a perder nuestras libertades individuales, propiedad privada, salud, vida, amordazados (sin libertad de expresión, asociación, etc.), reinando la represión, el abuso, el autoritarismo y la impunidad. Cuando nos unimos como pueblo podemos mejorar, divididos conlleva a la calamidad.   

Debemos despertar y cambiar para bien, no para peor (no corrupción generalizada y desvergonzada). No podemos vivir al margen de los demás, sino que como “pueblo” (esto es, la “suma de los individuos” que sale en defensa de sus libertades individuales) debemos crear siempre puentes de unión para que podamos convivir juntos y en armonía, y no solo llevándose bien por puro interés personal, sino también buscando auténtica unión pues la unidad no es la exclusión de los contrarios sino la suma de los contrarios.

Estar realmente despiertos significa experimentar un sentido tanto de la insignificancia como de la inmensidad de todo, imbuido en un sentido de asombro, agradecimiento, integridad y amor de forma integral.

Una alimentación saludable a nuestro ser es dejar de consumir “ego-food”. Liberarse de dicha adicción. Parafraseando a Geoffrey Molloy: “Darle al ego el trabajo de gestionar tu vida, es igual que pedirle a un zorro que cuide de tus gallinas”, por ende, es casi lo mismo, a pretender que sean los ineptos altaneros y los soberbios corruptos, quienes resuelvan los problemas estructurales de la economía de cualquier país del mundo y que un pueblo dividido pueda ser capaz de preservar sus libertades, salud, vida, seguridad y paz social.