domingo, 26 de abril de 2015

La Felicidad.

Ciro Añez Núñez.
Desde la perspectiva cristiana, lo que tengamos en la vida que produzca felicidad depende de nuestra habilidad de entender para que fuimos creados por Dios. Es cuestión de mentalidad basada en la Palabra de Dios, de cómo vemos la vida.
Casi todos corren en búsqueda de la felicidad olvidandose que para ello es menester transitar por el gozo, llevando una vida agradecida (es decir, debemos encontrar gozo para que sea más entendible aquella felicidad añorada).

Advirtamos lo siguiente: San Pablo - aun encontrándose en persecución y circunstancias temporales de aflicción extrema - dijo: "Me considero feliz – me tengo por dichoso-..." (Hechos 26:1-2). Todo lo que a Pablo le podía pasar no cambiaba su estado de ánimo de felicidad (habiendo afirmado: "me tengo por dichoso o gozoso"). Por lo tanto, su gozo, su alegría no se basaba en condiciones externas, se basaba en lo que él creía (Creer en Dios es confiar en Dios, depender de ÉL y en ÉL, del Señor de nuestra Salvación).  
Como vemos, el estado de nuestra felicidad comienza en nuestra mente. Se basa en nuestra percepción del mundo que nos rodea acordes a los principios dados por Dios.
Como cristianos nuestra fe debe ser un escudo de protección frente a las distracciones externas que tratan de debilitar nuestros cimientos de felicidad.
Las personas promedios (es decir: el común denominador) mantienen conceptos erróneos en la mente de que la felicidad es una casa nueva, realizar viajes a otros países (por turismo, negocios, etc.), vivir de los recuerdos, tener prestigio o pavonearse, obtener un carro nuevo, tener un bebé, hacer una fiesta por cumpleaños, obtener un título o profesión, escribir libros, casarse (boda) o tener un trabajo. Sin embargo, después de obtener esas cosas o concretar dichas situaciones, más adelante se dan cuenta de que siguen viviendo con insatisfacción y no son felices. Esto se debe a que la felicidad no está en el exterior (no está en una persona, en una cosa o en un evento).
La felicidad no se compra con dinero, no es materialismo ni vivir de apariencias y tampoco popularidad (existen jóvenes que viven disconformes e infelices porque viven buscando popularidad o cosas materiales). No se trata de un concurso de popularidad. 

La visión del mundo (de la mayoría) no es la correcta, pues únicamente le interesa el desempeño de las personas (lo que hacen y por ende exigen permanentemente un buen resultado), no les interesa quien es (desean que hagan las cosas bien aunque internamente estén mal. Ej.: a un equipo le interesa que el jugador rinda bien y no le interesa si su vida es un desastre o si está padeciendo de algún dolor o enfermedad). Las personas comúnmente comparan y evalúan a las demás en función a lo que hacen (como una competencia), porque creen que lo que hacen es lo que son. 
En tal sentido, el conocimiento común de las personas solo se basa en lo que ven, y resulta que lo que ven en los demás es solo lo que hace esa persona. La felicidad no está en función a lo que hacemos, pues lo que hacemos no siempre lo haremos en el mismo nivel; por ejemplo, todas las personas envejeceremos por ende experimentaremos cambios naturales como la reducción de determinadas capacidades en la medida que se produce el envejecimiento. No importa cuánto traten de evitar envejecer, el momento llegará. Aquellas personas que tratan de verse bien para que los demás lo halaguen, en realidad tienen un verdadero problema, pues su vida se mueve en función a los demás. Lo correcto es verse de adentro hacia afuera, no a la inversa.
Cuando el ser humano empieza a verse de adentro hacia afuera producirá verdadera felicidad.
Lo que pensamos es importante, es decir, lo que pensamos de nosotros mismos, el carácter y los logros determinan nuestro verdadero valor y precio. Para evitar la intimidación y la tentación de caer en la comparación y moverse en función a los demás, debes necesariamente conocerte a ti mismo, no en función a lo que haces sino a lo que eres, saber para qué fuiste creado. No dejes que las personas te jalen a ser alguien más cuando Dios dice que seas tú mismo.
La felicidad, los logros, la satisfacción, la autovaloración, etc., está envuelto en el interior de cada ser humano, esto es, en la calidad de pensamientos que posee cada persona (quien eres está en ti mismo, eres único, no te compares con los demás). 

No hay nadie en este planeta igual a otro (nadie tiene tus mismas huella digitales, ADN, etc.; no tienes que competir ni compararte con nadie más). Tú eres quien Dios te creó (la persona que debes ser), eso debe hacernos feliz (ser feliz con cada parte de nuestro ser) y libertarte de la opinión de las personas (la más grande liberación que muchas personas necesitan es liberarse de la opinión de los demás, pues hay quienes viven afligidos para saber qué piensan los demás de él. Ejemplo: Si alguien se queja o se enoja porque no la divisaste - no la viste pese a estar cerca tuyo, que de paso puede ser por un problema de miopía-, ese enojo no es tuyo ni es tu culpa, sino de quien se queja – porque esa persona que se queja está viviendo en función a quien la mira, la vea o la reconozca, tiene un problema de baja autoestima -. A veces puedes estar enfocado en algo y no la pudiste ver pero eso no significa que ignores a esa persona o ignores a las demás personas).
No debemos poner nuestra felicidad en la cabeza de alguien más, por cuanto nuestra felicidad está dentro de nosotros mismos. Agradece a Dios que te creó, que estás vivo (cada día alguien muere en este mundo, alégrate que estas vivo, porque gracias a Dios venciste a la muerte ayer porque amaneciste con vida. Dios nos da otro día, otra oportunidad para expresarnos con todo nuestro ser), agradece a Dios que eres único, sé feliz.
Gálatas 6: 4 afirma: “cada quien examine su propia conducta, y entonces tendrá en sí solo motivos de regocijarse, y no en otros”. Nos dice que debemos regocijarnos en nosotros mismos, en nuestra voluntad, en nuestra conducta. Ser feliz es una decisión, elegimos ser felices. A veces podemos reírnos de nosotros mismos. Podemos reconocer en otros, pero no debemos tratar de buscar felicidad en otros, ni compararnos con los demás[1]. Debemos aprender a encontrar la felicidad en nosotros mismos. Dios te creó, se feliz por eso.
Cada uno debe cargar con su propia responsabilidad. Que todos se aseguren de dar lo mejor que pueden para tener su satisfacción personal (satisfacción en quien eres tú mismo). Estar personalmente satisfecho. Una cosa es que las personas podamos acumular muchas cosas materiales pero aquí estamos hablando sobre el ser interior de cada persona, no estamos hablando sobre lo que hacemos sino lo que somos (nuestros pensamientos, nuestro ser interior, nuestro cuerpo – templo de Dios-, etc.).
La felicidad no está en el exterior, pues ya está en nuestro interior. Debemos pensar en positivo (sabiendo y pensando sobre lo que Dios dice sobre nosotros mismos en su Palabra. Entender sobre lo que las Santas Escrituras dicen que aunque la higuera no de fruto, todo salga mal, aun así me regocijaré en el Dios de mi salvación). Todo comienza en nuestro interior.
La felicidad no se basa en apariencias. Muchas personas tienen una lucha interior por “sentirse” bien, por verse bien, vivir a la moda (sin darse cuenta que los estilos cambian a diario), basan su autoestima en “sentirse” realizados, cuando ya eres realizado, es decir, Dios te creó (ya estas realizado). Dios te dio vida, eres único tienes talentos y todos tenemos límites, cada persona tiene un talento diferente; por lo tanto, no puedes compararte con otro (existen límites), etc. Dios ya te dio todo lo que necesitas y con un propósito por cumplir. La felicidad empieza de adentro. Dios trabaja de adentro hacia afuera.
La Biblia en Mateo 6: 23 (NVI) dice: “El ojo es la Lámpara del Cuerpo. Por Tanto, si tu visión es clara, TODO tu Ser disfrutará de la luz. Pero si tu visión nublada está, TODO tu Ser estará en oscuridad. Si la Luz que hay en ti es oscuridad, ¡Qué densa será esa oscuridad!.
La percepción de cómo nos vemos en el interior determina las acciones. La percepción; por ejemplo: ¿cómo vemos la vida?, ¿vemos solo problemas o vemos soluciones?. No solo debemos platicar sobre problemas pues debemos orientarnos por las soluciones. Cada vez que tengamos un problema debemos tener una lista de sugerencias de cómo solucionarlo. Debemos tratar siempre de buscar soluciones a todo lo que vemos, no enfocarnos en los problemas. De esa manera, la vida es el lugar donde podemos encontrar soluciones a los problemas y divertirnos con ello, aplicando trabajo creativo acorde a nuestro talento. Todo está en cómo percibimos las cosas. ¿Cuál es tu percepción?. Dios siempre preguntó a los profetas: ¿qué ves?. Le dijo a Abraham, a Moises, ¿que ves?. Jesús les dijo a sus discípulos: ¿Qué ves?. Está en la percepción. Podemos ver lo malo o ver lo que produce felicidad en nosotros, cómo nos vemos a nosotros mismos. Al vivir en este planeta, cómo te percibes a ti mismo. ¿Que ves?.
Existen muchas cosas que no hacemos debido a cómo nos vemos a nosotros mismos. Algunos no tenemos fe en Dios ni fe en nosotros mismos. Jesús dijo que cada persona debe amar al prójimo como “así mismo”. Debemos permitir que la iluminación del evangelio brille en nosotros mismos y nos ilumine. Cuando tenemos una relación personal con Dios, cambia nuestra percepción de la vida y de nosotros mismos, llegando a un punto donde todo es posible para el que cree. No debemos permitir que nuestra vida se llene de oscuridad y negatividad porque debido a ello, nunca veremos nada bueno aun aunque pase en frente de nosotros algo bueno.
Cuando no vemos lo bueno de las cosas, tenemos una actitud negativa de la vida. La negatividad evita que avancemos en la vida. Siempre debemos buscar lo bueno.
La felicidad es proactiva no reactiva. La Biblia en Juan 5:5-9 (La Biblia de las Américas) dice: “Y estaba allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado allí y supo que ya llevaba mucho tiempo en aquella condición, le dijo: ¿Quieres ser sano?. El enfermo le respondió: Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando el agua es agitada; y mientras yo llego, otro baja antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu camilla y anda. Y al instante el hombre quedó sano, y tomó su camilla y echó a andar. Y aquel día era día de reposo”.
Adviértase que el enfermo estuvo en esa condición por largo tiempo, todo se basa en lo que te condicionas. La televisión muchas veces te condiciona al temor, a la inseguridad, etc. Te condicionan a pensar de una manera (Ej.: el consumismo, afligirse en comparaciones, etc.). Todo a lo que nos exponemos a eso nos condicionamos. La felicidad no depende de las circunstancias correctas para expresarse (hay quienes creen que son infelices debido a sus circunstancias), la felicidad crea sus propios momentos de oportunidad.
En Dios, todo lo que nos pueda pasar como mal puede transformarlo (volcarlo) para bien. Por ejemplo, José fue vendido por sus hermanos a los egipcios, y más adelante José les dijo a sus hermanos, todo el daño que me hicieron Dios lo transformó en mi bien. Sin embargo, muchas veces creemos que las cosas no pueden cambiarse porque estamos condicionados a eso, a creer que todo siempre estará mal. Adviertan que en la cita de Juan 5:5, aquel enfermo llevaba 38 años inválido, es un largo tiempo, era ya una rutina, eso mismo a veces ocurren con las personas que viven condicionadas olvidando que Dios nos permite reacondicionarnos.
Probablemente aquel enfermo durante esos 38 años escuchaba solo las palabras: “así es como eres”, esta persona estaba en un punto donde era infeliz. La pregunta que hizo Jesús fue: ¿quieres tú quedar sano?. No se trataba de lo que Jesús quería o no, sino la pregunta consistía en saber lo que esa persona quería. A veces solo pensamos en decir: “quiero que se haga lo que Dios quiera”. 

Cada uno tiene un propósito que cumplir (Dios ya nos equipó con vida, talentos, dones y propósito para hacer en esta vida) y esa es la santa voluntad de Dios para con nosotros. De allí que oramos: hágase tu voluntad. Pero no nos dice que debamos vivir condicionado con lo que los demás nos dicen ni tampoco culpando a los demás, pues la queja de aquel enfermo fue que nadie lo ayudaba a bajar donde estaba el agua pues cada vez que él llegaba al lugar ya otro ocupaba su lugar.  Jesús le dijo al hombre: “levántate”. No requirió de que alguien le preste asistencia, lo ayude a levantar. La responsabilidad de levantarse estaba en él (él encendió su propia felicidad, la forma que pensaba, la forma en que se percibìa así mismo. La pregunta es: “que tanto quieres ser feliz”). Había algo en ese hombre que durante 38 años podría haber encendido su felicidad pero él se basó en la condición externa, cuando su felicidad estaba dentro de él.
La felicidad es una decisión no condicionada a las circunstancias. No dejes que la vida pase y tú sigas luchando con la infelicidad, cuando verse feliz se trata de una decisión. La gente promedio vive bajo falsas creencias, por ejemplo afirman: voy a ser feliz cuando me case, seré más feliz cuando tenga más dinero (nota que mientras más cosas externas tengas más quieres, por lo tanto, ese criterio es absurdo, pues caes en la codicia o la avaricia y empiezas a sufrir por el dinero), cuando tenga un hijo, cuando gane otro trofeo (pregúntate: ¿y que pasará cuando llegue el momento – por lesiones, por vejez, etc.- que ya no puedas ganar más trofeos?, acaso ¿serás infeliz por el resto de tu vida, por eso?), cuando me compre un coche nuevo, cuando viaje, etc. Todo eso es falso, pues la felicidad no está en el exterior sino en el interior. Cuando la felicidad la basamos en cosas externas, esa seudo felicidad no es eterna.
La felicidad verdadera en Dios no está centrada en nuestras emociones, condiciones, apariencias, experiencias o situaciones de la vida. Se centra en nuestra voluntad. Estamos contentos porque elegimos ser felices. La vida es una serie de decisiones (de ser o no ser, de hacer o no hacer). Las decisiones que tomemos, son con ellas con las que viviremos por el resto de nuestra vida. La verdadera felicidad permanece a pesar de las circunstancias.
La felicidad no es una emoción (influenciada por cosas externas) es un acto de voluntad.
Debemos saber manejar las emociones, pues de antemano sabemos que no todo nos saldrá bien en esta vida ni será todo a nuestro gusto y placer. Habrá momentos de tristeza, alegría, sufrimiento, etc., pero eso no debe controlar nuestra existencia ni movernos en función a emociones. 
Obviamente que las emociones nos afectará en determinados momentos pero debemos saberlo manejar ya que a pesar de lo que pueda ocurrir, debemos estar siempre dichosos o felices porque Dios siempre se encuentra bajo control de todo lo que existe y sucede en este mundo. La verdadera felicidad hace posible que nos regocijemos aunque todo no salga como planeamos.
Debemos entender que en este mundo siempre habrá problemas, y esto es así, simplemente porque en esta vida no hay nada perfecto, vivimos en un mundo imperfecto (no se debe cometer el error en pensar de que la vida se mantendrá exactamente igual todo el tiempo, eso no es real. Nuestra vida es subida y bajada; nunca permaneceremos en la misma posición en nuestra vida por el resto de nuestra existencia; la vida se encuentra sujeta a cambios, tiene altas y bajas; podemos tener momentáneamente derechos hasta que alguien más ocupe nuestro puesto; existen personas mejor preparadas que nosotros mismos y no por ello debemos pensar que la vida deba ser justa, la vida no tiene porqué ser justa; a veces hay quienes creen que tendrán derecho a tener ciertas cosas por siempre pero eso es algo ficticio[2], etc.). Pensar lo contrario es irreal y absurdo.

Aquel que piense que la vida debe ser justa; pregúntese: ¿por qué debería ser justa?, la vida es tal como es, y simplemente hay que aceptarla, La vida consiste en existir, en vivir. Entonces, si de antemano sabemos que este mundo o la sociedad está compuesta por personas vivientes e imperfectas, muestra de ello es que también nosotros somos imperfectos (podemos pecar, equivocarnos, etc.), por ende, no pensemos que la vida tiene que ser justa o perfecta, cuando todos somos imperfectos. Aquel que piense que la vida debe ser a nuestro gusto y capricho (circunstancias ideales), vivirá en constante disconformidad, sufrimiento y finalmente morirá auto engañado, habiendo desperdiciado el gozo de vivir la vida que Dios le dio, tan solo por un problema de mentalidad y de enfoque.
La felicidad es interior, está en la relación personal que tenemos con Dios.  Aunque el cristiano pase por la peor crisis de su vida, sabe que Dios está bajo control y su felicidad es interior no basado en circunstancias o situaciones que suceden en la vida.
La felicidad es un subproducto de nuestro sentido de autoestima. El principio de nuestra autoestima es que somos creación de Dios (hechos a imagen y semejanza); somos hijos de Dios gracias a nuestro Señor Jesucristo. Ese es el fundamento de la autoestima personal no por lo que tengamos o los logros que hubiéramos conseguido.
La verdadera felicidad se puede experimentar solamente cuando nos amamos y aceptamos a nosotros mismos como obra de Dios. Podemos ser felices en la vida cuando nos sentimos bien con nosotros mismos (y qué mejor saber que somos creación de Dios).
Cuando hemos hecho todo lo posible con lo que somos, podemos experimentar la satisfacción personal de nuestro trabajo y debemos disfrutarlo a lo máximo dichos logros, los viajes que podamos realizar, los acontecimientos alegres que pasemos, etc., pero en ningún momento debemos confundirlos como fuente de felicidad. 
Los logros nos alegran y nos motiva a seguir adelante pero debemos sacarnos el chip mental o la falsa creencia de que es la fuente de nuestra felicidad pues eso es auto engañarnos. Por ejemplo, si el enfoque de la felicidad estaría en los logros, en lucirse, en tener algo nuevo, etc., aquella persona ingresará en un sendero de estrés, malestares continuos, en disconformidad persistente y vivirá infeliz por el resto de su vida porque aquellos logros, aquellas cosas materiales, los eventos, etc., no son permanentes y menos aún eternos.
La verdadera felicidad no puede encontrarse en el entorno externo, en factores ni en fuerzas; por lo tanto, viviremos siempre en conflictos o con problemas, si para ser felices nos comparamos con los demás (Ej.: vivir quejándose de que no se tiene una absoluta libertad financiera como creemos que ocurre con aquella otra persona; viendo si los demás se van de viaje, si se compran un nuevo vehículo, si sus hijos están en tal colegio o si aparentan ser más listos; etc.).
Vivir bajo la comparación es de mediocres, tonto, absurdo y a la vez pernicioso dado que muchas veces se esconde el mal en nosotros mismos, esto es la envidia. Este mal hábito lo que busca en realidad es apartarnos de Dios. Recordemos que el pecado significa separado de Dios (La Real Academia española define pecado como “cosa que se aparta de lo recto y justo, o que falta a lo que es debido”). La felicidad en Dios hace posible que nos sintamos bien sobre nosotros mismos sin la opinión o la aprobación de otros.
Dios nos dio capacidad de discernimiento (diferenciar lo bueno de lo malo; distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia que hay entre ellas), por lo tanto, podemos entender lo que es debido y trabajar en ese sentido pero sin vivir comparándonos con los demás, ya que cada persona sigue un proceso individual, único y distinto a los demás. El cristiano no tiene motivo para juzgar a las demás personas y menos aún condenarlas, sino tan solo discernir sus actos (por sus frutos los conoceréis) y en función a ello, tomar una decisión personal basada en los principios y valores dados por Dios.
Muchas veces las personas buscan la felicidad en cosas materiales, olvidando que éstas son temporales, solo Dios puede darnos felicidad eterna. Podemos ser felices sabiendo que somos únicos. ¡Todos podemos dejar una huella única en la vida!.
Como creyentes, la felicidad debe ser un estilo de vida. No es algo que deberíamos necesitar encontrar cuando se produce una crisis o problema. Cuando experimentamos infelicidad, puede deberse a la forma en que interpretamos la vida personal y las experiencias.
Con Dios, podemos ser felices a través de cualquiera de las condiciones de la vida. La felicidad nunca depende de circunstancias ideales.
Cuando vemos la vida de una manera positiva a través de la luz del lente de la Palabra de Dios, podemos vivir una vida feliz. Cuando nuestros pensamientos están influenciados por la Palabra de Dios, ¡Tenemos el combustible para considerarnos felices!.
Si estamos en constante búsqueda de la felicidad externa, nos encontraremos en una espiral descendente hacia el vacío espiritual y emocional.
Debemos cuidar lo que entra en nuestra mente y cómo percibimos la vida, porque nuestros pensamientos son los que pueden controlar, distorsionar, desenfocarnos o boicotear nuestra felicidad.


Para el cristiano en virtud a esa relación con Dios (relación de amor y de obediencia), la felicidad es el fruto del Espíritu Santo (leer Gálatas 5:22, Filipenses 2:1-2, 1ra. Tesalonicenses 5: 16 al 19). De allí, la importancia para los padres cristianos de enseñar a los hijos a comunicarse con Dios, a conectarse con Él, principalmente mediante la oración. No estamos hablando de ser religiosos sino de tener una relación personal y sincera con Dios. El evangelio de religiosos de nada sirve si no existe RELACIÓN.


[1]Debemos saber que existirán cosas que no lograremos en este mundo, porque cada uno tiene un propósito individual por cumplir en esta vida. Tener amigos inteligentes y más listos que uno es una buena meta en esta vida pues ellos nos enseñan muchas cosas y debemos agradecer a Dios por lo que hacen pero no debemos tener envidia de ello o compararnos con ellos. Debemos entender que en esta vida no estamos aquí para competir sino para complementar. Existe una gran diferencia entre competir y complementar. Cada persona hace la parte que le corresponde hacer. Tú tienes tu parte, luego mi persona hace su parte, él hace su parte, etc. Debemos calmarnos y no entrar en un sistema de competición y comparación (unos con otros) pues eso genera inseguridad.  El pretender hacer exactamente igual a lo que el otro hizo o buscar ansiosamente mejorarlo implica muchas veces dejar de ser uno mismo.  Debemos permanecer siendo nosotros mismos y esforzarnos en desplegar nuestros talentos de forma inteligente sin entrar en comparación y competición ni envidia por los demás.  No dejes que las personas te jalen a ser alguien más cuando Dios dice que seas tú mismo.
[2]Lo único que podemos aferrarnos en este planeta, es en quienes somos, como individuos, porque eso permanecerá, todo lo demás no permanece. Es decir, es necesario entender que “quien soy es diferente a lo que hago”. Lo que hago podría ser considerado que es para conseguir recursos económicos para mi familia; pero quien soy permanece igual. Por ejemplo, las personas se jubilan, las personas son despedidas de su trabajo, por ende dichas personas seguirán siendo lo que son aunque ya no trabajen en el mismo lugar. Nuestra identidad no está atada a lo que hacemos. Es como dice el viejo adagio popular: “el traje no hace al sacristán”. Nosotros no debemos identificarnos únicamente por nuestra actividad o profesión, pues somos más que eso. No debemos limitarnos en lo que hacemos temporalmente. Si atamos nuestra identidad a lo que hacemos, cuando ya no podamos hacerlo (por jubilación, enfermedad, etc.), entonces ¿qué pasará?. Muchos dirán que les llegó la vida infeliz y que la vida es injusta. De que la vida no sea justa es obvio que así sea – no es novedad-, pero la felicidad no debe estar sustentada en lo que hacemos o los logros que obtengamos, pues eso no es real por cuanto sólo serán “recuerdos” dado que eso no permanece. No confundamos el ser con el hacer. Advirtamos lo siguiente: a Juan el Baustista, le preguntaron: ¿Quién eres?, él era el predecesor de Jesús, no era el Mesías, no era el elegido. Juan el Baustista, entendía que no era un concurso de popularidad. Para saber quién eres, lo primero que debes saber es quien no eres. Juan el baustista, dijo: “sé quién soy, pero no soy el Cristo”; soy un predecesor, entiendo mi posición, entiendo mi lugar y para lo cual fui designado o enviado a hacer. Es ser el predecesor del Mesías, pero cuando Jesús entró en escena, Juan el baustista entendió (el conocía su ser de su hacer), y se dio cuenta que su trabajo había concluido, aquí viene el Mesías, debo descender y ÉL debe ascender. Así es la vida, “subes y bajas”, aunque para muchos no suene bien. Después de la muerte, rendiremos cuentas ante nuestro Señor, como individuos, de manera individual. Hebreos 9: 27: “Y de la manera que está establecido a los hombres, que mueran una vez; y después, el juicio”. Lo que somos, permanecerá hasta el juicio.