miércoles, 24 de febrero de 2021

Show político y el olvido de los adultos mayores.

Ciro Añez Núñez



Este año, al ser nuevamente electoral y de pandemia, febrero es el mes del show político, al extremo que muchos funcionarios han usado la pandemia para sus fines (Ej.: obtención de indultos, disposiciones que ponen en riesgos y desventajas a profesionales como el sector salud, médicos, etc.), aplicación de la ley del hielo y la indiferencia sobre las desgracias de muchas personas contagiadas y azotadas por el virus Covid-19.

Al parecer, poco o nada de diagnósticos se realizan a los pacientes fallecidos, porque resulta que es como si ya no existieran personas hipertensas, diabéticas, con problemas renales, etc.; es decir, se tiene la “impresión” de que todo paciente que fallece es por Covid-19; y, de esta manera, hay quienes se evitan de mayores explicaciones y responsabilidades al respecto.

En cuanto a las famosas vacunas (sean estas de procedencia China, Alemana, Norteamericana, etc.), muchos funcionarios públicos aparentan que son muy hacendosos, eficientes y caritativos, siendo que para toda autoridad y servidor público, esa es su obligación; por lo tanto, éstos no deberían buscar los aplausos, ni salir en las portadas de periódicos o notas televisivas otorgándose laureles a sí mismos, tampoco andar procesando, esclavizando o sacrificando a los médicos bolivianos y lo que es peor, no deberían olvidarse de los ancianos.

Las personas adultas mayores deben ser consideradas merecedoras de especial respeto de parte de la sociedad y, particularmente, del grupo familiar. El adulto mayor debe ser visto como la cabeza del grupo familiar extendido, y sus decisiones ser escuchadas y respetadas. La edad está vinculaba a una mayor experiencia y en algunos de los casos, años de sacrificio. No debe ser desvalorado el ser humano bajo la etiqueta de anticuado, viejo, obsoleto o desechable.

La dignidad del adulto mayor está vinculada al valor intrínseco de su valor personal, por ende, exige se respete y promueva el derecho a la promoción y garantía de su protección sin trabas, burocracias y condiciones.

En la denominada cultura fragmentaria (donde las personas trabajan en una organización o sociedad pero para ellas mismas, sin importarle de verdad el entorno sino únicamente les interesa la apariencia de sentirse a sí mismo: "excelente", "próspero sesgado y ególatra" - es decir, creer que prosperidad es tan solo tener dinero-; sentirse "genial" o "muy bien"), el ser humano es transformado en un coloso tecnológico y un enano humanitario, pues va marginando a los débiles como inservibles e inútiles para permanecer en esa lucha competitiva de "exitismo" y "culto al egocentrismo", en un ambiente utilitarista (lleno de rencores, egoísmo y resentimientos), donde los débiles, enfermos y ancianos, son descalificados, incluso de su dignidad.

En esa perspectiva egocéntrica del mundo, se llega a evidenciar el colmo de los males, esto es, que a veces existen adultos mayores que continúan pensando conforme a esa denominada "cultura fragmentaria", siguen alimentándola, incentivándola y enseñándola a sus descendientes (a que piensen de esa manera); y, lo peor de todo, dichos adultos mayores entre ellos mismos, se discriminan y se humillan recíprocamente. En esos casos, se cumple la ley de la siembra y la cosecha, surgiendo la reflexión: "por sus frutos los conoceréis".

De allí, la importancia que la bioética y el Derecho se ocupen del desvalido, pues en la etapa del adulto mayor se requiere de los cuidados solícitos, afectuosos y pacientes; por consecuencia, los adultos mayores juntos con las personas más expuestas al Coronavirus, son quienes deberían primeramente ser asistidos y protegidos, sin importar el color político que fuese.