Ciro Añez Nuñez.
Si decidiste ser padre, estas en
este mundo, para ser (de tu hijo o de tu hija) su maestro del ejemplo más que
del discurso o de las apariencias, esto es, esforzarse por ser una auténtica
persona de bien, decente y templado, no un embustero farsante y desvergonzado,
que no se indigna de la corrupción, que cobardemente la promueve,
enriqueciéndose de la mentira y del engaño, siendo un simple títere del
egocentrismo y de las emociones, dominado por la envidia, la codicia, la vanidad y la
lujuria.
Al tener descendencia, ambos
(padres e hijos) se convierten en maestros mutuamente y en su debido tiempo.
El ejercicio de la paternidad, es
el acto de atender las necesidades de los hijos y su educación, siendo los
padres, a su vez, proveedores de riqueza, el cual no se refiere exclusivamente
al dinero en sí mismo.
La verdadera riqueza está en la integridad, cultivar la mente, en los valores y los principios éticos morales; el amor; las
convicciones, la creatividad, la imaginación (la cual abre horizontes),
los talentos desplegados, la familia, la
conciencia tranquila, la humildad de corazón, ser humanitario, la libertad y la
propiedad privada como acervo de los derechos humanos y componente indisoluble
de la libertad individual (sin libertad y propiedad privada, las personas no
pueden desarrollar sus propios proyectos de vida, desaparece la solidaridad y
la posibilidad de compartir y trabajar en conjunto).
Los hijos aprenden lo que viven.
Ellos deben atender y respetar los sentimientos de los demás. Este aprendizaje
se hará efectivo en la medida en que los padres seamos capaces de mostrar
también nuestra empatía hacia nuestros hijos y hacia los demás, sembrando conciencia
y actuando siempre en la medida de lo necesario.
Como padres, entregamos nuestra
energía paterna con nuestros abrazos. No debemos robarles a los hijos su
infancia tampoco su futuro. Se deber ir a lo esencial sin malgastar tiempo ni
energía en luchas y discusiones inútiles.
En ese sentido, evitemos ser
padres tóxicos que impulsan lazos neuróticos y mutilan a sus hijos,
imponiéndoles prejuicios ególatras y jaulas mentales que pasan por generaciones
por simple repetición ancestral sin reflexión y discernimiento, instaurándose
barreras al desarrollo de su ser esencial.
Como padres debemos entregarnos,
sin finalidad y manipulación, al amor, aceptándolos (a los hijos) tal como son,
no lo que nosotros deseáramos que sean, caso contrario, crecerán los hijos sintiéndose
vacíos.
Ellos (los hijos) deben cumplir
sus propios proyectos de vida, no los nuestros sino el suyo propio conforme a
su identidad individual.
Como padres damos lo que somos y
lo que tenemos, por lo tanto, todo lo que podemos dar es acorde a lo que nos
hemos cultivado; y, en consecuencia, lo que no sabemos dar o no supimos dar,
tiene que el hijo dárselo a sí mismo pues como todo ser humano en libertad es
responsable de sus propias decisiones.
Todo lo que hacemos en la vida,
aunque sea para otros, lo hacemos para nosotros mismos (si hacemos el bien,
recibimos ese bien. Si realizamos o provocamos el mal, recibiremos ese mal),
por ende, debemos crear si es posible, una familia iluminada y libre.
Con todo ello y en definitiva, sé
el padre que siempre quisiste tener y deja de ser el hijo, que no quisieras
tener.