Ciro Añez Núñez
Cuando hablamos de Latinoamérica, hay quienes
piensan que descendemos de culturas salvajes, brutales e ignorantes, siempre
apocándonos incluso entre nosotros mismos, cuando en realidad, por toda la
arqueología latinoamericana existente, dan muestra que es todo lo contrario,
pues esas antiguas construcciones no pudieron ser realizadas si no se contaba
con conocimientos sobre arte, ciencia, ingeniería, arquitectura, astrología,
etc., por ende, fueron grandes civilizaciones, obviamente no perfectas, pero sí
con excelsitud.
Sin embargo, pese a ello, no
faltan quienes todavía aseguran (sin ningún fundamento sólido, demostrable y
comprobable), que dichas obras no fueron realizadas por nuestros ancestros,
sino que fueron los extraterrestres, por lo tanto, nuevamente asumen que todas
esas culturas no eran capaces de hacer eso, porque para ellos sólo eran una
población de imbéciles perdedores que tan sólo fueron usados como mulas, esclavos y payasos (que distraen y divierten).
Todas esas falsas creencias
anidan muchas veces en las mentes por generaciones en nuestros países, creyendo
que los demás continentes, siempre fueron y son, mucho mejores a nosotros.
Ante esa carencia de
autoestima, resulta que luego entre nosotros mismos nos boicoteamos, vivimos
peleando y divididos. Empezamos grotescamente a compararnos, a ofendernos, a
burlarnos y menospreciarnos entre nosotros mismos, compitiendo de forma
insensata para ver quién es el menos pobre (afirmando, seré pobre, pero
tú eres más miserable), midiendo quien es el menos mediocre o más
desdichado de todos o quien es el que está en mayor desgracia, como si eso,
fuese un aliciente para nosotros mismos, bajo la necia arrogancia de buscar una
supuesta autoestima, cimentados en la bajeza.
No seamos acomplejados, únicamente con observar los vestigios y las evidencias
históricas existentes, de nuestros antepasados, podemos darnos cuenta que no
fueron unos absolutos merluzos.
Existen
muchas mentiras (que buscan que vivamos avergonzados de nuestro
pasado), subsisten mitos y muchas falsas creencias anidadas en la mente
por generaciones. Hasta en muchas películas, persiste aún la idea de que somos
los más villanos del mundo.
Percatémonos, que tampoco es
cierto, de que nuestros antecesores fueron los peores salvajes, sanguinarios,
infames e ignorantes del mundo, y que, debido a eso, genéticamente estamos
condenados al subdesarrollo, al fracaso y que solo los países de otros
continentes o las potencias mundiales son las mejores, son los más inteligentes
y que merecen siempre ganar (para que los admiremos).
Sin embargo, si revisamos la
historia, basta con recordar los episodios históricos nazis, la segregación
racial, entre otros antecedentes más, para darnos cuenta que no es tan así.
Al tener un mundo globalizado
es evidente que actualmente seguimos polarizados, bajo bloques de potencias y
con una gran maquinaria publicitaria en ambos lados, proliferando ejércitos de
influencers que bombardean constantemente por las redes sociales, haciendo
barra al bando al que simpatizan, pertenecen y pregonan, totalmente
parcializados. En otras palabras, muchos de ellos no son asesores sino
publicistas, es decir, poseen y darán siempre una opinión direccionada.
Entonces, cabe preguntarnos,
¿si deseamos realmente resultados distintos, por qué vamos a seguir, haciendo y
repitiendo más de lo mismo de siempre? ¿Por qué como Latinoamérica vamos a
continuar polarizándonos, merced a los caprichos foráneos?, ¿por qué siempre
vamos a estar obligados a caminar por los extremos, si podemos hacerlo por el
camino del medio?, máxime si podemos mantener una política responsable y seria
de neutralidad ante las disputas de intereses geopolíticos foráneos y velar por
la unidad continental latinoamericana, pudiendo comercializar con todos los
bloques y países, con ética, transparencia, responsabilidad, no impunidad,
destacándonos con nuestro productos marca país y desempeñarnos conforme a los
intereses de la región, evitando los fanatismos políticos que llevan a la
polarización y a la confrontación, desterrando la corrupción que tanto
estropicio causa en el mundo entero, debiendo nosotros demostrar una genuina
democracia, con respeto y protección a los DDHH, con procesos electorales
libres y diáfanos, con el debido control de actas y con un padrón electoral
depurado, manteniendo incólume la independencia de poderes u órganos, de los
pesos y contrapesos sin que concurran ánimos de judicialización de la política
o politización de la justicia, evitando la cooptación de la institucionalidad
en cada país latinoamericano, y reducir esa corrupción generalizada y desvergonzada.
No es cuestión
de creernos extranjeros en nuestro propio país, para vivir esperanzados en
tener a nuestra descendencia en otro lugar (que no sea Latinoamérica), considerando que eso siempre será lo mejor para la
vida de los suyos, cuando en realidad, podemos mejorar y desarrollarnos,
nosotros mismos, como países y como continente, con verdadera autoestima y
unidad.
Advirtamos lo siguiente: la
autoestima viabiliza transitar por relaciones sanas, sin constantes agresiones
y chantajes. Tener una autoestima positiva nos ayuda a sentirnos bien con
nosotros mismos, propicia la confianza y nos permite afrontar los retos de la
vida de manera más efectiva.
Ahora bien, no debemos olvidar
que la base de la confianza es la honestidad y que gracias a la confianza es
posible la auténtica unidad; por lo tanto, la unidad, es mucho más que la
simple ausencia de conflictos porque hipócritamente se puede aparentar un cese
de violencia, pero ante la carencia de confianza, se estará siempre a la
defensiva, en permanente manipulación, control, vigilancia y persecución.
Con todo ello, como pueblos
latinoamericanos para lograr unidad, primero debemos tener una sólida
autoestima y esto debe verse reflejado en no tener una mentalidad de lacayo o
de vasallo (tanto el pueblo como los políticos), sin permitir
y/o alentar ridículamente la polarización, tampoco idealizando a las potencias
ni radicalizándose a un determinado polo, bando o bloque de potencias con
intereses geopolíticos, es decir, es menester romper la cadena mental de que
para sobrevivir en este mundo, el único camino que tenemos es el de decidir en
cuál de los dos bandos debemos estar y aferrarnos únicamente a eso hasta
nuestros últimos días de existencia física y, durante todo ese tiempo,
mantenernos fanáticos, dogmáticos, divididos, enfrentados, ideologizados y
enfrascados en perniciosas luchas intestinas de supuestas Derecha Vs
Izquierda (que tan sólo pretenden dividir y rivalizar entre pueblos,
manteniéndolos pobres y ninguneados), buscando siempre un amo foráneo a
quien rendirle pleitesía, comportándonos de forma enteramente contradictoria,
porque por un lado, decimos que somos profundamente democráticos, pero al mismo
tiempo, vivimos aterrados con la convicción de la ley de la selva del más
fuerte, por lo que corremos a estar con el bando que creemos que es bueno,
menos injusto, bajo criterios maniqueístas, olvidando que en realidad, no
existe potencia buena o potencia mala, pues todas ellas y cada una de ellas, se
mueven y se moverán indudablemente cuidando sus propios intereses, destrozando
soberanías, si así lo ven conveniente, acorde a sus propios intereses.
Un pésimo político es aquel
egocentrista fanático que pregona un sistema opresor, que está plagado de
corrupción, lleno de obligaciones, deudas, déficit fiscal, enriquecimiento con
la mentira, el engaño y el prebendarismo, carente de superávit fiscal, economía
distorsionada, estanflación y a la vez adolece de restricciones al haberse
alineado a uno de los bandos y, lo peor de todo, está dispuesto a hacer sufrir
a su pueblo, convirtiéndose en un tirano, con un bajo nivel de conciencia que
está dispuesto a matar a otro por dinero, por pasiones, por imponer un
capricho, etc.; y, a su vez, entrega el territorio para que sea patio trasero
de riñas de potencias, donde quien pone los heridos y los muertos es el propio
pueblo de dicho país, que está siendo mal gobernado.
En esa línea, lo más
detestable es cuando entre compatriotas nos destruimos y nos trastocamos en
ser defensores fanáticos e iracundos de aquellos ajenos intereses foráneos
contrarios al propio país y a la región latinoamericana, por lo tanto, debemos
evitar tales extremos, recordando lo siguiente:
La gente perversa es quien
abusa del poder, provoca contienda y desencadena división. El violento únicamente
piensa en perfidia y vileza, lisonjea a su prójimo y hace que éste ande por mal
camino, pretende sucumbirlo (al pueblo) en la extrema
necesidad para hacerlos más dependientes, llevándolos por senderos de escasez,
sufrimiento y muerte, para lo cual despliega ambigüedad (jugando con el
gris intermedio, es decir, donde hay momentos cuando se pone agresivo y en
otros instantes menos belicoso, supuestamente calmo), burlándose de
ellos, trastornándolos en búsqueda de la resignación y el conformismo; para después
obtener la imposición y el autoritarismo pleno.
En ese sentido, dejemos de
ridiculizarnos y hacernos tanto daño entre nosotros mismos, no caigamos como
pueblo en las confrontaciones internas por regionalismos, absurdos egos
inflados, por fanatismos y dogmatismos politiqueros delirantes y tampoco
permitamos que como pueblo nos dividan los mediocres facinerosos, quienes solo
buscan el dominio y la impunidad de ellos mismos en sus propios países, porque
saben de antemano que un pueblo desunido se convierte en una débil presa,
fácilmente manipulable, sometida, distraída y sumergida en la necesidad por la
pobreza, no solo de recursos económicos sino principalmente la pobreza mental,
rendidos en la ignorancia y la confusión; y, por consecuencia, completamente
engañados y atemorizados.
Con todo ello, sin tener
xenofobia alguna por ningún extranjero, busquemos y alcancemos la unidad con
personalidad, dominio de temperamento, paz, integridad, meritocracia,
pragmatismo, integralidad, industria, comercio y ciencia. Tenemos riqueza por
donde se vea y, todos somos necesarios, por lo tanto, como pueblos
latinoamericanos tendamos puentes y estrechemos nuestros lazos mutuamente, con
afecto y sentido común, sin menospreciarnos interna y externamente, dentro y
fuera de nuestros países.
Usualmente, muchos se limitan únicamente a decir que la unidad latinoamericana es una utopía; sin embargo, olvidan que justamente la utopía, cumple (es útil) y sirve "para avanzar", no para darse al muere, condenándose a un mundo sin ninguna posibilidad, tan sólo conformarse en repetir más de lo mismo perennemente, sabiendo de antemano el resultado, resignándose únicamente a la esperanza, de que el resultado ya sabido, solo se suavice y, que sea por cuestión del azar, cada vez menos malo, adaptándose a un encerradero (o a un chiquero) como lamentable presente continuo. Eso hay que evitar.