Ciro Añez Núñez.
Sabemos de la existencia del “buen camino” de la ética (art. 8 –I de la Constitución boliviana, “el camino noble, el vivir
bien”), la importancia del sentido común y de esforzarnos por ser íntegros,
integrales, pragmáticos, honestos con los demás y consigo mismo, pero resulta que,
en la práctica, la gente sigue moviéndose bajo esperanza (como un sueño), pensando que será el otro quien cambiará sus propias
vidas; continua viviendo bajo ilusiones, en la búsqueda de emociones, de gloria,
fama; y, de añadidura, viene de forma ansiosa repitiendo por generaciones, la
trillada idea, de que hemos venido a este mundo para “distraernos” (en todos los sentidos de la palabra).
En ese sentido, el ser humano ocupa más tiempo de su vida en la adquisición
de recursos económicos, sin dominio propio, yéndose hacia los extremos, por
ejemplo, gastando más de lo que ingresa (es decir, de lo que gana, sea en dinero físico o -a futuro- en moneda
digital); por consecuencia, vive en constante déficit, por lo tanto, no es
de extrañarse, que esto también se vea reflejado en los Estados, principalmente,
en los países sudamericanos, quienes adolecen de permanente déficit fiscal.
Esto, lógicamente debido al exceso de gasto público que incurren los gobiernos
bajo el anhelo de que todos finalmente dependan del Estado, manipulando y mal interpretando, sesgadamente, la definición de Estado únicamente como gobierno; y, de esa manera, muchos políticos buscan asegurarse los privilegios de
permanencia, vigencia, cimentando la ilusión de que son ellos enteramente necesarios e imprescindibles
para todos los demás. Y una vez, en función de gobierno, lamentablemente hay
quienes van restringiendo las libertades individuales y la propiedad
privada de sus gobernados o administrados.
En esa vorágine de ausencia de “sentido común”, en pleno siglo XXI, es
obvio que las temáticas relacionadas a vulneración de derechos y afectación al
bien común (que en realidad debiera
llamarse “intereses generales”) nunca pierden ni perderán vigencia. Esto se
debe, simplemente porque si nos moviéramos bajo “expectativas”
(esto implica la posibilidad razonable de
que algo suceda, porque se tiene, se maneja y procesa datos, estadísticas y
probabilidades), entonces, está claro, que, si las cosas no se hacen por el
“buen camino”, obviamente que todo saldrá mal. En otras palabras y con modismo vulgar, diríamos: “no hay pues donde pelarle”.
Por consiguiente, quien haya escrito sobre dichas temáticas, verá que casi
siempre mantendrá actualidad; y, esto, no necesariamente porque dicha persona
sea ducha, iluminada o genio (aunque a lo
mejor, en lo más profundo de su ser, así lo crea o se dé ínfulas de aquello), sino porque la
humanidad como no desea esforzarse por el dominio propio, simplemente es
previsible, que eso seguirá ocurriendo con mayor o menor intensidad y
peligrosidad, en unas regiones más que en otras.
Adviértase que mientras unos cuantos son los que provocan las crisis
económicas, el déficit fiscal, el impuesto inflacionario, la corrupción pública
(generalizada y desvergonzada) acompañada de la
deficiencia sistemática del Estado de Derecho; otros, se “distraen” más en la
retórica, explicando e interpretando, los hechos, los sucesos y los procesos
traumáticos de afectación a los intereses generales de la sociedad y sus
consecuencias (que los anteriores la provocaron), para verse todo lo antes dicho confirmado o ratificado
más adelante, pero en realidad, casi nadie se ocupa en serio, de lo más
importante, esto es, de cambiar sus propias vidas, tomando conciencia de la
realidad y empezar a cambiarla. Entonces, si casi nadie, realmente lo hace,
pues lógicamente seguirá histórica y cíclicamente, desplegándose el mismo
dilema de siempre.
Es decir, unos son los dañinos (los
que causan o provocan dolor y sufrimiento), otros son los oradores o
narradores de los agravios (los que
cuentan, de múltiples formas y maneras, los daños) y muchos son los que se conforman y se distraen, siendo exclusivamente
oidores (es decir, aquel público oyente, que
se embelesa, se entretiene y se estresa, viendo quien lo dice y cómo lo dice,
llegando incluso a tratar de idealizarlos y/o mitificarlos a sus oradores, haciéndose
ilusiones de ellos, movidos tan solo bajo esperanza, sin exigirse a sí mismo ni
exigir y controlar a sus autoridades y servidores públicos), mientras pocos
son los hacedores del buen camino.
Con todo ello, es de suma importancia que la humanidad sea más sensible para evitar el dolor social extremo y su permisibilidad. Se debe evitar la capacidad de daño de los gobiernos autoritarios, corruptos y violentos.
Me explico, por más de que se diga que existen personas que son más tolerantes al dolor que otras, eso no implica que el dolor no exista o éste hubiera desaparecido. El dolor sigue siendo dolor y está allí, por ende, cuando el dolor es insoportable recién es cuando la persona realmente cambia o decide cambiar, antes no, porque lo tolera y eso genera más complicación futura pues “siempre se puede estar peor” (llegando incluso a conformarse a vivir con casi nada, quedándose afuera, en la inmutable crisis y permanente incertidumbre – la cual paraliza-, muestra de ello, por ejemplo: siempre existen países en la lista negra y gris concerniente a la gravísima y alarmante vulneración de Derechos Humanos y afectación extrema de la calidad de vida de las personas).
Por lo tanto, ningún daño es verdaderamente irremediable, si no se decide antes, auténticamente cambiar, desde lo individual hacia su entorno, pensando más íntegramente en el “nosotros” y no en función a la propia egolatría.
Tampoco debemos olvidar que el buen camino de la “ética” no constituye una simple decoración, sino algo eminentemente práctico y de gran utilidad para la realización de las potencialidades de cada cual, en busca del bien, contribuyendo al sostenimiento de la civilización, por ello, es de suma importancia, ser menos tolerantes: a la corrupción, a la reducción de la actividad económica, al abuso de poder, a la hipocresía de las finanzas, a demorar la inversión (tanto pública como privada), a la manipulación, a ser mal influenciados, entre otras tropelías más, pues, por ejemplo, desde la perspectiva económica, si la gente queda sin liquidez, si finiquita sus ahorros, si se produce un default, podría terminarse en una “estanflación”, con aumento de precios y falta de trabajo. Eso también se debe evitar.