Ciro Añez Núñez.
Cuando se habla de este tema, para muchos puede sonar como algo relacionado
a ciencia ficción, por consecuencia, de darse tal panorama, en vez de tomarlo
como mofa más bien debiera preocuparnos, alertarnos y alarmarnos para buscar
mitigar dicha situación.
Recientemente a invitación de la Academia Daniel impartimos un seminario
virtual sobre dicha temática. La ética
es una disciplina normativa que tiene como objetivo definir de forma racional
qué constituye un acto bueno o virtuoso, independientemente de la cultura o las
costumbres en la que se enmarque una o varias sociedades.
Cualquier situación que ocurra, inexorablemente tiene como meta el respeto
recíproco como “el debe ser”, con
exclusión de quienes se dirigen a la falta de respeto al prójimo en provecho
propio (lo cual es una peculiaridad de
los gobiernos autoritarios de muy diversas corrientes).
En una sociedad civilizada, la única manera de contar con armonía de
intereses, es a través de “el deber ser”,
que consiste en el respeto recíproco a los proyectos de vida de todos,
cualesquiera sean estos, sin condescender ni premiar el abuso de poder.
Recordemos que la organización Transparencia Internacional, justamente define corrupción como "el abuso de poder encomendado para ganancia privada".
Todo ser humano tiene por meta pasar de una situación menos favorable (llamémoslo
el ser actual) a una que les proporcione mayor satisfacción (debe ser).
En ese contexto, la ética no constituye una simple decoración, sino algo
eminentemente práctico y de gran utilidad para la realización de las
potencialidades de cada cual, en busca del bien, por ende, contribuye al
sostenimiento de la civilización.
Desde la perspectiva jurídica nacional, el art. 232 de la Constitución
boliviana, menciona a la ética como uno de los principios que debe regir en la
administración pública. El art. 12 del Estatuto del funcionario público establece
que la actividad pública deberá estar inspirada en principios y valores éticos
de: integridad, imparcialidad, probidad, transparencia, responsabilidad y
eficiencia funcionaria. Su fin es garantizar un adecuado servicio a la
colectividad. El art. 13 del referido Estatuto, también promociona que toda
entidad pública deberá adoptar obligatoriamente un Código de ética, que sea
elaborado por la misma entidad u otra entidad afín, de acuerdo al sistema de
organización administrativa. Y a ello, se suman una serie de normativas como
ser: Ley Nº 1178 SAFCO, Ley 004, DS 23318-A y 214 de 22 de julio de 2009, entre
otras más.
Cuando todo lo antes mencionado, resulta que a la gente en realidad poco a
nada le importa, obviamente ésta quedará únicamente en letras, bajo la noción
de que el papel aguanta todo, sin ninguna repercusión real ni práctica,
cumpliendo únicamente una simple fachada o enunciado teórico para aparentar de
que supuestamente se cuidan las formas, olvidándose que todo ello finalmente se
convertirá en un búmeran para la propia sociedad por cuanto caerá en la
barbarie acompañada de una corrupción generalizada y desvergonzada.
Ante tal condición, amerita recordar dos pensamientos de José Ortega y
Gasset, el primero escrito en su libro “El espectador”: “Si usted quiere aprovecharse de las ventajas de la civilización, pero
no se preocupa por sostener la civilización, se ha fastidiado usted. En un dos
por tres se queda usted sin civilización. Un descuido y cuando mira a su
derredor todo se ha volatilizado”.
De esta manera, amerita entender, que lo que sucede y salta a la voz
pública, no se debe quedar en la indiferencia de los demás, creyendo que solo
es el mal del otro, que no es conmigo por ende no importa. Esa perspectiva de
vida, debemos necesariamente transformarla.
Advirtamos de que todos formamos parte de una tribu, por lo tanto, si
llueve donde un vecino, todos tenemos los pies mojados. La abundancia de
corrupción, nos daña a todos. Como diría el filósofo Edgar Morin: "La parte está en el todo y el todo
está en la parte".
Por ello es de tanta importancia preocuparse y ocuparse de trabajar por la
libertad y la ética, que es el oxígeno de la vida civilizada, ameritando
estrechar filas con los honestos y apartarse de los tibios utilitarios y
funcionales, que no tienen honestas intenciones por cuanto se mueven únicamente
por intereses egoístas personales y de su grupo.
Todos deseamos mejorar, pero para ello necesitamos revisar si estamos realmente a la altura de dicha solicitud pues lo peor es cuando las variables "corrupción" e "impunidad", en los hechos, no llega a ser un motivo, para que no se vuelva a elegir a un líder, denotando de esta manera, la falta de integridad de la misma sociedad.
Entendamos que nada viene por azar. Para recibir lo que deseamos
antes debemos desprendernos de lo que no queremos, de lo que nos daña. En
consecuencia, esforcémonos de ser verdaderamente parte de la solución y no del
problema, dejando a un lado la mentira, detestando el engaño y tratemos de ser
íntegros, pragmáticos e integrales, pues ninguna mejora existirá en nosotros si
seguimos premiando a la mentira y al engaño que son los gérmenes de la
corrupción.
En cualquier lugar (un país, una
empresa, un hogar, grupos familiares, etc.) cuando la situación de
corrupción es generalizada aparece a la par la total falta de vergüenza, siendo
para el sinvergüenza normal que para asegurar el resultado acuda a la
corrupción, afirmando que es la única manera de conseguir las cosas. Al extremo
inclusive de llegar a una total distorsión desvergonzada hacia las creencias
místico-religiosas tales como la bendición de balas, sacralización de los
negocios fraudulentos, aquella afición a rezos, pidiendo a la divinidad que le
salga bien el soborno, la mentira y el engaño, moviéndose entre la bala y el
rezo, entre la hipocresía y la plegaria, surgiendo inclusive frases a manera de
pretextos para justificar la mediocridad de conseguir sus propósitos mediante
la corrupción, viviendo tan solo en función a las emociones. Una muestra de
dichas frases, que tratan de romantizar la picardía, la infidelidad y el engaño,
son, por ejemplo: “con ética, dignidad e
integridad, no se come”, “los que nos cuestionan son envidiosos puritanos u
odiosos moralistas”; “esos son más moralistas que el Papa”; “la ética es un
estorbo para enriquecerse y gozar de la vida”; “la energía es limitada, así que
otros se dediquen a eso (a lo ético), yo no estoy para esas tonterías”.
Por otro lado, entendamos también de que no se trata de rótulos, es decir, no
porque una sociedad diga ser cristiana allí no existirá corrupción. Por
ejemplo, Transparencia Internacional y Pew Research Center, tienen el dato de que
la corrupción es una traba muy seria en países latinoamericanos con mayorías
cristianas, aún en aquellos donde existe una creciente y significativa presencia
de iglesias; por ende, la relación cristiandad y una mejor gobernabilidad no
pareciera ser automática o de ipso facto; por lo tanto, es importante el
dominio propio y pregonar con el ejemplo, sobre la no corrupción, más allá del
rótulo o denominativo religioso que se tenga.
Si se desea tener una auténtica influencia ética es mediante el ejemplo
(dando el ejemplo, de manera individual); y, a su vez, es mediante el control
social eficiente (arts. 241 y 242 de la Constitución boliviana), para que se
haga bien las cosas. No basta simplemente con el ejemplo, se debe también
supervisar que se hagan bien las cosas (que
los demás también lo hagan, especialmente las autoridades y los servidores
públicos).
El gran problema es la jaula del ego (la
egolatría) y la falta de dominio propio pues aquella visión utilitaria
egoísta sin ética conlleva a la destrucción de la institucionalidad.
Ese “mundo de las apariencias” (aquella
de la portada, del frontis, de los rótulos, de los títulos, del uso de términos
altilocuentes para impresionar y manipular, entre otras modalidades ególatras
más) conlleva a que sin importar la procedencia del dinero, bajo la idea
utilitarista corrupta de que el fin justifica los medios, no les importa si lo
obtuvo con engaños, mentiras o delitos
(corrupción, narcotráfico, contrabando, lavado
de dinero, etc.), solo desean obtenerlo, para que con ello, puedan pagar la
estética (esto es, que consentidos en la
vanidad, buscan la belleza para sentirse valorados), y que consideran que
por mejorar la apariencia física acompañado de la exhibición de opulencia (adquisición y uso de: bienes inmuebles
lujosos, vehículos de alta gama, etc.), se piensa que por eso se es mejor
persona que otra, de que con ello se es más exclusivo, confundiendo “mejor” con
“exclusividad” y el “éxito” con la “codicia”, llegándose a sentirse plenamente
realizados por todo aquello, cuando en realidad resulta que el origen de toda
esa vanidad es simplemente la corrupción cuya raíz es la mentira y el engaño.
Con todo ello, se debe redefinir el éxito desde el sentido común y la
objetividad, esto es, el éxito debiera medirse en estar realmente agradecidos
de vivir (como una constante permanente
mientras se existe); y, en consecuencia, llegando contento a sus últimos
días (morir) dado que la muerte es parte del proceso de vivir. No llevar una
vida arrogante, hipócrita, pesimista, fastidiado y fastidiando a todos los
demás con corrupción y competencia desleal camuflada, desatendiendo el “deber
ser”.
El segundo pensamiento pertenece al libro “La rebelión de las masas” de José Ortega y
Gasset, señala: “Ahora, por lo visto,
vuelven muchos hombres a sentir nostalgia del rebaño. Se entregan con pasión a
lo que en ellos había aún de ovejas. Quieren marchar por la vida bien juntos,
en ruta colectiva, lana contra lana y la cabeza caída. Por eso, en muchos
pueblos […] andan buscando un pastor y un mastín. El odio al liberalismo no
procede de otra fuente. Porque el liberalismo, antes que una cuestión de más o
menos en política, es una idea radical sobre la vida: es creer que cada ser
humano debe quedar franco para henchir su individual e intransferible destino”.
De allí, la necesidad de revisarnos como sociedad. No caer en fanatismos
dogmáticos, endiosando al Estado, agigantándolo e instaurando gobiernos
autoritarios, los cuales generan abuso de poder y tampoco caer presos en el
mundo de las apariencias basados en la locura de la codicia.
Por ejemplo, muchas veces son percibidos los políticos, como aquellos que
necesariamente abandonan lo que “debe ser” para amoldarse a lo que “es” (reflejo de lo que es su propia sociedad,
gira en ello. De allí que amerita con total franqueza examinarnos como sociedad). En otros términos, los políticos se adaptan a lo que la opinión pública puede
al momento digerir, si es que desean continuar en la tribuna política, tal como
menciona el economista Alberto Benegas Lynch (h), quien además agrega lo siguiente: cuando
los políticos despotrican en sus discursos poniendo énfasis desmedido,
generalmente en voz muy alta, en los supuestos principios que defenderán a capa
y espada, pero la verdad es que su ocupación consiste en “ceder, componer -de componenda, es decir de llegar a acuerdos incompletos, provisionales y muchas veces inmorales- y conciliar”; por ende, no
necesariamente luchan por principios sino por propios intereses. El que se cree el discurso, cuando reclama airadamente y con gran
desilusión de su candidato, le replica con toda naturalidad: “¿Y qué quiere? Se trata de un político”.
Pese a todo aquello, aún todavía hay quienes alegan cual, si fuese una letanía, de que todo se resolverá, con un nuevo plan económico, con un nuevo gobierno o con algún líder mesiánico que les diga lo que desean escuchar. Sin embargo, eso se viene repitiendo por décadas en muchos países sudamericanos y seguimos en lo mismo o incluso peor que antes.
Adviértase que "siempre se puede estar peor", por ende, al margen de esa eterna crisis de confianza, lo alarmante
es entender que los Estados soportan todas las crisis, pero no así la gente,
ella es la que verdaderamente sufre.
Cualquier país con el nombre que éste tenga seguirá siendo un determinado país,
pero sus ciudadanos son quienes en realidad padecen las consecuencias de todas
las malas decisiones de aquellos políticos circunstanciales carentes de ética en
cada país, peor aún, cuando desde la agenda ONU 2030 se pretende promover la peregrina
idea de concentrar el poder en un gobierno universal sometidos a un mayor
control mundial, lo cual es una afrenta a los valores de la sociedad libre.
Con todo ello, todavía hay quienes siguen con la ilusión, creyendo de que
algún otro político devolverá la confianza y todo andará de nuevo para
adelante, y que así de la nada (así por así) lo mejor está por venir, sin antes siquiera esforzarse como sociedad por cuidar sus libertades
y trabajar para mejorar de forma íntegra e integralmente para bien, evitando aquellos gobiernos
con características autoritarias y devastadoras.
Con todo ello, más que hablar de proyecto de poder (cuyo anhelo es sostener y permanecer en el poder buscando
garantizarse impunidad) o más que hablar de proyecto de país, se debiera
tomar mayor énfasis a algo más crucial y grave, que es el “proyecto de futuro”,
es decir, la vida de nuestros hijos, nietos y futuras generaciones, pues una
sociedad desmotivada (sin educación de
calidad, sin salud ni seguridad, dejándola cada vez más sin libertad y propiedad
privada), viviendo amedrentada, abusada, controlada y manipulada, carente de motivación
para trabajar, para mejorar, apostando simplemente por la mediocridad a través
de la corrupción, la desfachatez, el cinismo y acrecentándose la pésima
práctica de enriquecerse a través de la mentira y el engaño, acabará en la total incultura y barbarie.
Como vemos, el desafío siempre será grande. No podemos cambiar (totalmente)
al mundo, pero podemos comenzar a cambiarlo, a través de nuestra integridad y
honestidad, como reflejo de nuestras convicciones y principios durante nuestro
permanente relacionamiento con los demás, hasta nuestros últimos días. Si
estamos vivos en el presente es porque somos necesarios, cumplimos un
propósito, seremos reemplazables (frente
a los demás) pero no repetibles, esto es, de que cada persona es exclusiva,
porque es única entre otras, en consecuencia, dicha exclusividad, no depende del lugar donde éste habite o pernocta.
En ese contexto, finalizamos con las palabras de Benegas Lynch (h), quien afirma: “siempre debe haber personas que actúen desde afuera para señalar con rigor el camino que conduce al irrestricto respeto recíproco, sin componendas de ninguna naturaleza. Sólo así —y no con los aplaudidores y serviles de siempre— es posible abrigar alguna esperanza de vivir en una sociedad civilizada”.