Ciro Añez Núñez.
Es así que por su fruto o producto se conoce que el manchineel es un árbol peligroso
además que el solo contacto con la savia produce una violenta sensación de
ardor, inflama los tejidos y provoca ampollas y erupciones en la epidermis. Es decir, que sus
hojas son tan venenosas que, si te paras debajo de ella durante una tormenta,
se crearán ampollas en la piel.
El nombre científico de este vegetal se debe a una alusión al pasado, pues según
los expertos, deriva de las palabras griegas ‘hippo’, que significa caballo, y
‘mane’ de manía o locura. Fue nombrada así por el filósofo griego Teofrasto
(371 a.C.-287 a.C.) tras ver que los caballos se volvían locos luego de comerse
la fruta de este árbol. Gracias a esta experiencia pasada, en aquel momento histórico,
ya se advertía del peligro que este árbol podía producir.
Haciendo una analogía de la comunidad social con un árbol, podemos utilizar
la imagen de un árbol para representar, a través de ella, la realidad de los
participantes y caracterizar la comunidad social de su entorno.
Es así que los políticos, por ejemplo, que fungen como autoridades públicas
en cualquier país del mundo, son frutos o productos de su propia sociedad, sin
que ello obviamente los exonere de responsabilidad; sin embargo, quien los
elige es su propia sociedad, por ende, es importante aprender del pasado para
no repetir las mismas equivocaciones de siempre y seguir eligiendo fatalmente.
En ese sentido, es absurdo que una sociedad se queje de lo mal que está su
país o que los gobiernos pretendan olvidar el pasado mediante el ejercicio de
la fuerza, la imposición, la suplantación o la distracción basados en la
mentira.
Nada de ello cambiará para bien, si no se empieza con una verdadera transformación
inductiva que comienza desde lo particular hacia lo general. Es decir, si se es
un buen árbol social esto conllevará a que las personas que se
arrimen a ella, buena sombra les cobijará y sus frutos ratificarán esa su satisfactoria
condición.
Lastimosamente, si una sociedad en la práctica, se mueve únicamente por codicia,
viviendo de la mentira, enriqueciéndose de la mentira y del engaño, buscando siempre
aprovecharse de los demás, sacar siempre tajada de todo, llegando incluso a ser
absolutamente desvergonzados, atrevidos e insolentes de creer o creerse sus propias
mentiras como verdades absolutas bajo una serie de pretextos, entre ellas, por
ejemplo, aquellas absurdas etiquetas o clichés casi dogmáticas carentes de sentido
común, que reza: “sin dinero la persona
no vale nada o que sin dinero nada se puede hacer”.
Estas creencias avariciosas que luego son inculcadas a su descendencia como
una cadena generacional esclavizante cuyo resultado obviamente será la de una sociedad
totalmente corrupta, cual si se tratase de un árbol manchineel (el más peligroso del mundo que puede herir, enfermar y matar), esto
es, con corrupción generalizada y desvergonzada, donde se valora el dinero o el
oro más que la propia salud o la vida, donde existen altos niveles de
violencia, restricciones y pérdida de libertades individuales, crímenes, personas
que tienen el hábito de usar a unas para olvidar a otras, que a través del
entretenimiento, la distracción y el abuso de poder engañan a los demás sumado a
otras formas innovativas de manipulación, que al no existir cambio de conducta
desde lo particular lógicamente jamás existirá una verdadera mejoría en lo
social ni en lo político.
La realidad es que es imposible olvidar el ayer precisamente porque el
recuerdo es inherente a la memoria, por lo tanto, aquellos gobiernos autoritarios,
en vez de aprender de las lecciones del pasado resulta que por el contrario desean
sepultarlas mediante el abuso de poder, la confrontación, la distracción y la
división para imponerse, para perpetuarse en el poder y con ello obtener
impunidad, traduciéndose todo ello, en una mala calidad de vida hacia los administrados,
quienes por sus pésimas decisiones y no aprender de la experiencia pasada, redunda
en su propia desgracia.
Las cosas no se resuelven, pretendiendo borrar u olvidar el pasado ni
escondiendo la cabeza bajo la tierra, como avestruz asustada, dejando el resto
del cuerpo a la intemperie.
El pasado, afortunadamente, no se puede olvidar. Por ello, en cada hogar siempre
debemos recordar y transmitir la historia vivida, las luchas cívicas, la defensa
de las libertades y la propiedad privada, la resistencia y resiliencia en pandemia,
entre otras más, concernientes a nuestra propia prosapia destinadas hacia nuestras
siguientes generaciones, así como recordamos, el rostro de los seres queridos
que ya no están con nosotros (a quienes no los borramos de nuestras vidas ni eliminamos sus fotografías tampoco nos escapamos ni nos escondemos
para no verlas), guardando aquellos momentos que son verdaderamente mágicos
en nuestro corazón, por cuanto es nuestro cuaderno de bitácora, donde se deja
constancia de todo lo acontecido en el mismo, la forma en la que habían podido
resolver los problemas, facilitando futuras travesías.
Con todo ello, lo que debemos intentar es recordar siempre lo positivo que
hay en nuestra vida, sacar lo bueno de toda experiencia negativa pues la verdad
siempre nos liberará mientras que la mentira nos hunde cada vez más, por cuanto,
una mentira es una semilla y para que ésta persista, resulta que se agrava, inventándose
más mentiras, dando por resultado, una vida diaria o habitual de mentiras y de engaños,
que constituyen el germen de una existencia totalmente corrupta reflejada en
permanentes crisis (en lo social,
judicial, etc.), tal como si fuese la savia del árbol de manzanilla de la
muerte (manchineel) que todo lo contamina y daña a quien se cobija en ella en tiempos
de tormenta. No seamos un árbol social de la muerte y busquemos ser cada vez
más íntegros, integrales y pragmáticos.