Ciro Añez Núñez
Recientemente, a invitación de la
Academia Daniel, participé como panelista conjuntamente con el Dr. Iván Tapia y
la Dra. Carolina Ortuste como moderadora, en un interesante e importante conversatorio
sobre “Reforma de la justica, desde la cosmovisión bíblica”.
Entre los temas conversados se
abordó: la importancia de la justicia dentro del Estado Constitucional y
Democrático de Derecho; el resultado de informe final del Grupo
Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) el 2021 sobre el estado de
la justicia en Bolivia y de otros estudios similares; las propuestas de
reformas judiciales que se han presentado hasta la fecha; la visita del relator
de Naciones Unidas en el mes de febrero de este año; el anuncio realizado por la CIDH sobre la instalación de la Mesa de Seguimiento a las Recomendaciones del GIEI-Bolivia; la
cosmovisión bíblica en relación a la administración de justicia y forma en la
que deben conducirse las autoridades judiciales y la aplicación de dichos preceptos
en la actualidad.
Durante el conversatorio se hizo
énfasis a la corrupción en la justicia como uno de los problemas más serios de
gobernabilidad en América Latina, en especial en la interferencia en la
independencia e imparcialidad judicial, tanto respecto de los poderes públicos
del Estado como en relación a cualquier grupo o persona.
La corrupción es una de las
principales causas de pérdida de independencia e imparcialidad judicial, pues
al ser instrumentalizada la administración de justicia para hacer el mal a los
demás; y, no actuar en corrección y justicia, conlleva a perversidad, descomposición
y ruina de la institucionalidad.
La corrupción está íntimamente ligada
a esa angurria al dinero, a la codicia y a la avaricia, amor al dinero, al
transformar el dinero en deidad y que todo gire alrededor de él, en búsqueda de
satisfacciones plenas y que sea lo más inmediato posible.
Cabe mencionar que el profesor de
Derecho, Lawrence Lessing, de la Universidad de Harvard, señala que “la independencia judicial es una
dependencia debida, es decir, un sistema judicial que depende de la ley y no
del presidente, de la política, o de cualquier otro factor, que pueda
contaminar a la justicia”.
Roberto Laver (ex abogado senior
del Banco Mundial), por su parte, afirma: “la
independencia judicial ha sido obstaculizada en gran medida por la influencia
penetrante e indebida que han ejercido actores provenientes del Poder Ejecutivo.
Es habitual que los gobiernos interfieran en la gestión de nombramientos y
procesos judiciales”.
En ese sentido, cuando los países
llegan a esos altos y generalizados niveles de corrupción, lastimosamente es en
complicidad con el factor social, derivando a que lo jurídico sea tan solo apariencia
o simple apantallamiento pues en realidad lo que más pesa y es más efectivo es la
corrupción, vulgarmente conocidos como los amarres o arreglos económicos con
los factores políticos judiciales sumado en algunos casos, a la propaganda
mediática como distracción, entretenimiento, tergiversación o manipulación al
pueblo, convirtiéndose los procesos judiciales en reality shows (nacionales e
internacionales) para simular que se estaría luchando efectivamente contra la corrupción.
Desde tiempos inmemorables se
vienen repitiendo la misma fórmula de siempre: “reformas”; sin embargo, toda reforma
es simple fachada, mucha reforma formal poco real.
Existe un exagerado énfasis en
situar las reformas institucionales como la solución al problema de la
corrupción. Si bien las cuestiones relacionadas con la distribución del poder
político y los pesos y contrapesos son de vital importancia, pero no debemos
olvidar que las prácticas sociales o normas culturales constituyen un factor clave,
aunque marginado en el discurso y análisis sobre la independencia judicial. Lo
institucional no es suficiente sin un cambio de cultura política.
Recordemos, el Informe 2010 de la
Corporación Latinobarómetro, donde ya advertían que el uso del poder y la
influencia política para promover el favoritismo hacia los familiares, amigos y
otros “contactos” se concibe con frecuencia en sociedades latinoamericanas,
como una conducta aceptable y legítima. Encontrándose este problema presente en
todos los estratos y sectores de la sociedad.
La corrupción provoca una
degeneración cultural, es un tema cultural degenerativo. La contaminación
social con la corrupción es enorme porque mucha gente las comete porque “todo
el mundo lo hace” habiendo sido la CORRUPCION INTERNALIZADA en la sociedad, por
ende, es menester cambiar aquel chip mental social.
Ahora bien, tampoco creamos que,
por ser un país religioso, éste será menos corruptos. Los datos demuestran lo
contrario (Ej.: en casi todos los países de América Latina, las personas que
profesan alguna fe religiosa superan en algunos casos el 90 % de la población
respectiva; sin embargo, la situación de corrupción se encuentra generalizada);
por lo tanto, no es cuestión de religión, sistema de gobierno o país pobre o
país rico, es un tema de valores y principios enraizados y cultivado en las
personas.
La investigadora Heather
Marquette opina con bastante claridad de que: “el creciente llamado a que se
utilice la religión para combatir la corrupción se basa en el MITO de que la religiosidad
en una sociedad está asociada a menos corrupción”.
Es así que el desafío es enorme, pues
para salir de la constante crisis judicial es principalmente con un cambio
cultural, una verdadera revolución cultural cimentada en principios y valores
éticos morales.
Pepys Internacional, en su
informe “Justice System”, establece que “las
reformas deben focalizarse en la ética personal y la actitud de la sociedad
hacia la conducta ética. Tiene que haber una creencia compartida en la sociedad
de que la ética importa”.
En el ámbito de las religiones,
si bien es destacable sus contribuciones humanitarias, pero a ello, es necesario
una mayor participación rumbo a un cambio cultural, y allí, los retos son
considerables y amerita que las iglesias, a través de sus líderes,
instituciones y miembros, puedan ser parte más fundamental de la solución,
donde los líderes y creyentes puedan demandar integridad (exigir justicia y buena
gobernabilidad) pero a su vez, también puedan demostrar integridad, proyectando
valores y conductas ejemplares en la ética y moralidad pública de los creyentes,
cada uno en su campo de acción donde se encuentre o le toque estar, sin caer en radicalismo religioso ni corporativismo fanático religioso.
Teniendo en cuenta que debajo del
sol no hay nada nuevo, tan sólo sofisticación, desde una perspectiva bíblica podríamos
decir, que a nivel mundial vamos rumbo a los tiempos de Miqueas, esto es, cada
vez se profundiza más el detestable autoritarismo y tiranía, así como en aquella época (de Miqueas), donde la corrupción estaba arraigada en todos los sectores de
la sociedad, a tal punto que nadie podía confiar en nadie, habiéndose destruido
la confianza social (Miqueas 7: 5).
Sin embargo, el valiente Miqueas
no fue apático a todo ello pues se preocupó por la decadencia moral generalizada
y decidió ocuparse del problema, confrontando a los líderes corruptos tanto
políticos como religiosos de la época, por cuanto entendió que no había
posibilidades de prosperar como nación a menos de que la sociedad cambiara sus
prácticas corruptas y opresivas.
Así
como Miqueas resulta propicio que las religiones deban despertar a la realidad,
esto es: la existencia de una corrupción endémica y con consecuencias devastadoras.
Finalizo, parafraseando a Roberto
Laver, quien afirma: “La fe y la iglesia tiene el potencial de poder contribuir
a una transformación de valores y normas personales y sociales. ¡Líderes y
creyentes en general, es hora de despertar y actuar!”.