Ciro Añez Núñez.
El Día Mundial de la Felicidad se conmemora cada 20 de marzo y la Organización de las Naciones
Unidas (ONU) emitió el Informe Mundial de la Felicidad, en el que Bolivia pasó
del puesto 69 al 71, entre los informes 2022 y 2021.
Para llegar a dicho informe,
se realiza una encuesta, donde se tienen en cuenta seis factores: niveles de PIB,
esperanza de vida, generosidad, apoyo social, libertad y corrupción, que se
comparan con los de un país imaginario, llamado Dystopia.
En Dystopia, bajo este enfoque,
vivirían las personas menos felices del mundo, de forma que los ciudadanos de
cualquier otro país serán más felices que los de éste.
Usar el término “felicidad” de
forma muy genérica, ambigua y sin identificarlo adecuadamente puede más bien
traer consigo mayores frustraciones en la psicología humana, pues en este
asunto de la felicidad, existe una retahíla de argumentos que a veces a fuerza
de repetir una y otra vez, llegamos a creerla; una de ellas, es la falsa
creencia de que “hemos venido a este mundo a ser felices”, cuando resulta que
ser feliz es un acto de voluntad, no una misión sino una decisión, por cuanto, “elegimos ser felices”.
El desorden social tiene mucho
que ver con todo el comportamiento emocional negativo que vemos hoy en día y la
única forma de cambiar dicho comportamiento es cambiando nuestra mentalidad. Es
pues nuestra mente, la que nos lleva a determinados comportamientos.
Si como humanidad continuamos moviéndonos
por imitación y usanza según los apetitos del cuerpo, siendo más animal que
racional, zafios carentes de sentido común, acumulando cada vez más hábitos
autodestructivos y con un fuerte apego hacia el ego y lo tangible (sean éstas personas, animales, vegetales, minerales,
dinero, objetos o cosas) provocándose guerras permanentes motivados por la
avaricia, adictos al afecto o a la compañía como dependencia emocional y/o trastorno
de necesidad extrema de carácter afectivo, esclavizados por los impulsos, placeres lujuriosos
y pasiones sin dominio propio, obviamente el resultado de todo ello, será la
materialización de Dystopia en la globalidad del planeta Tierra, es decir una vida
llena de caos, violencia, corrupción, sufrimiento, detrimento y pérdida de libertades
individuales, menor: empatía, productividad formal, generosidad, apoyo social y
menos esperanza de vida.
Adviertan la cantidad de horribles
crímenes existentes en el país, al extremo que dan cuenta de decapitaciones y
descuartizamientos de personas, en un contexto emocional enorme además de
fanatismo, radicalismo religioso y obsesión por la pareja.
En ese sentido, de nada servirá,
que anualmente se diga quien es más o menos feliz bajo parámetros de que haya
obtenido y/o poseído algo, cuando en realidad esa añorada “felicidad” no está
centrada en nuestras condiciones, apariencias, experiencias, emociones, o
situaciones de la vida, pues reiteramos, se centra en nuestra voluntad; por
ejemplo, recordemos a la destacada poeta rusa Anna Ajmátova, cuya existencia
fue todo un calvario, pero en el núcleo de su libro “Algo acerca de mí”, la
célebre poeta viaja cabalmente por la memoria de su existencia, relatando los
efectos de la guerra en su ciudad, el hambre, los sobresaltos, acosos,
asesinato de su hijo, privaciones de libertad; y, sin embargo, al final
testimonia: “Soy feliz por haber vivido
en estos años y haber visto acontecimientos sin igual”.
De nada sirve que el ser humano
se deprima por alcanzar lo que denomina “felicidad” cuando ésta se encuentra en
sí mismo, es cuestión de decisión, viviendo con sentido común.
La felicidad es una
disposición, una determinación (que decidimos tenerla), la cual se vive y se
refleja e irradia en actitud y, quien decida tenerla, puede contagiarse de ella
(si así lo desea) o, por el contrario, decide estancarse en su propio tormento
plagado de egoísmo, stress, ansiedades, baja autoestima, prejuicios, rencores, envidia,
toxicidad, negativismo, etc.
Más que pensar anualmente en
un Informe Mundial de la Felicidad es menester tener aceptación total del
presente, viviendo siempre agradecidos, aprendiendo a vivir libres, es decir, no boicoteando nuestras libertades con deudas, hábitos autodestructivos, vicios, entre otros.
Nada cambiará ni se
transformará significativamente si antes no existe un cambio de mentalidad. No
ser simples memoriones y/o repetidores de lo que otros imponen como criterios
de moda por el solo hecho de que todos lo hacen o la mayoría así lo dicen bajo el
pretexto de que se debe estar siempre y en todo momento conforme al consenso
mundial sin antes ser lo suficientemente crítico, reflexivo, analítico y creativo.
Tomar decisiones significa
elegir entre varias posibilidades y cada decisión determina el nivel de vida
que tendremos, por consecuencia, elijamos ser felices y tener dominio propio, y
no, estancarnos en la euforia del egocentrismo, criticándonos entre sí sobre nuestras
propias miserias, pregonando condenación a los demás ni incentivando la locura
de actitudes internas que forman un corazón cruel, obscuro y la negación de la
generosidad, la compasión, el amor y la integridad.