Ciro Añez Núñez.
El propósito de este artículo reside en que podamos discernir determinados
conceptos, distinguiéndolos unos de los otros, señalando sus diferencias
concernientes a la noción de felicidad.
Existen Constituciones (como la japonesa),
que menciona a la felicidad como logro (esto
es, gozar o disfrutar algo; conseguir o alcanzar lo que se intenta o se desea),
afirmando en su artículo decimotercero, que, en tanto no interfiera con el
bienestar público, la felicidad deberá ser respetada como la vida y la libertad.
Advirtamos, todo logro se origina de un acto firme y decidido de voluntad
(sin ella no existiría lo otro), por ende, la felicidad no es una emoción sino voluntad
humana.
En este asunto de la felicidad, existe una retahíla de argumentos que a
veces a fuerza de repetir una y otra vez, llegamos a creerla; una de ellas, es
la falsa creencia de que “hemos venido a este mundo a ser felices”, cuando
resulta que ser feliz es un acto de voluntad, no una misión sino una decisión, por
cuanto, elegimos ser felices.
Si no llegamos a comprender esto, no nos sorprendamos que, en épocas electorales, algún político, embromando más el asunto, se le ocurra publicitar la idea de “felicidad pública”, para arrebatar el poder público y conseguir más impuestos (aumentando más cargas a los formales), es decir, toda una paradoja y una locura total, cuando la felicidad se trata de algo de carácter inherentemente personal.
La felicidad no está centrada en nuestras condiciones, apariencias,
experiencias, emociones, o situaciones de la vida, pues reiteramos, se centra
en nuestra voluntad; por ejemplo, recordemos a la destacada poeta rusa Anna
Ajmátova, cuya existencia fue todo un calvario, pero en el núcleo de su libro “Algo
acerca de mí”, la célebre poeta viaja cabalmente por la memoria de su
existencia, relatando los efectos de la guerra en su ciudad, el hambre, los
sobresaltos, acosos, asesinato de su hijo, privaciones de libertad; y, sin
embargo, al final testimonia: “Soy feliz por haber vivido en estos años y haber
visto acontecimientos sin igual”.
Otra evidencia más, ahora en el ámbito cristiano, es el referido
a Pablo de Tarso (más conocido como San Pablo o el “apóstol de los gentiles”),
quien aun encontrándose en graves circunstancias de aflicción extrema- dijo:
"Me considero feliz – me tengo por dichoso-..." (Hechos 26:1-2). Todo
lo que a Pablo le podía pasar no cambiaba su estado de ánimo de felicidad
(habiendo afirmado: "me tengo por dichoso o gozoso"). Por lo tanto,
su gozo, su alegría no se basaba en condiciones externas sino en su decisión
personal.
Como vemos, la vida es una serie de decisiones (de ser o no ser, de hacer o
no hacer). Las decisiones que tomemos, son con ellas con las que viviremos por
el resto de nuestra vida. La verdadera felicidad permanece a pesar de las
circunstancias (pandemia, epidemias, crisis, catástrofes, etc.).
Tanto es así que, no podemos pensar que hemos venido a ser felices puesto que esto
último se asienta únicamente en la propia voluntad de cada persona, “no es una
misión, por la cual hemos venido a este mundo, sino simplemente es una decisión
personal”.
La felicidad es una disposición, una determinación (que decidimos tenerla), la cual se vive y se refleja e irradia en actitud y, quien decida tenerla, puede contagiarse de ella (si así lo desea) o, por el contrario, decide estancarse en su propio tormento plagado de prejuicios, rencores, envidia, toxicidad, negativismo y ausencia de sentido común.
Otro de los barullos, también es confundir: la vida con justicia. La vida
no es justa ni injusta, la vida es vivir, son las personas las justas e injustas.
Entonces, si de antemano sabemos que este mundo o la sociedad está
compuesta por personas vivientes e imperfectas, muestra de ello es que también
nosotros somos imperfectos (podemos equivocarnos, pecar, etc.), entonces, no
pensemos que la vida tiene que ser justa o perfecta, cuando todos somos
imperfectos.
Aquel que piense que la vida debe ser, a nuestro propio gusto y capricho
(circunstancias ideales), vivirá en constante disconformidad, sufrimiento, deprimido y
finalmente morirá auto engañado, habiendo desperdiciado el gozo de vivir la
vida, tan solo por un problema de mentalidad y de enfoque.
La vida, es tal como es, y simplemente hay que aceptarla. La vida, en sí
misma, no es buena ni mala (son las personas quienes podemos percibirlas con esos
adjetivos de buenas o malas). La vida simplemente consiste en existir, en vivirla.
En este punto, seguramente muchos dirán, porqué entonces hablamos de “vivir
bien”. El empleo de esa palabra (vivir bien), si lo vemos desde la perspectiva
de la administración pública, en realidad está configurado para que nosotros
los administrados, lo advirtamos como un principio orientador para que los
administradores públicos, las autoridades y los servidores públicos, respeten
nuestra vida, nuestras libertades, nuestros proyectos individuales de
existencia, sin ser atropellados por el abuso de poder.
La Constitución boliviana, en su artículo 8, menciona como principio ético
moral, el “vivir bien” (suma quamaña), “vida armoniosa” (ñandereco), “vida
buena” (teko kavi), pero lo hace, justamente como eso: “principios
constitucionalizados” inherentes a la sociedad plural boliviana, que constituyen de
manera general en el fin primordial del Estado Plurinacional, respecto de todos
sus habitantes, en cuyo cumplimiento se deben implementar políticas sociales,
económicas, jurídicas, productivas, etc., que respondan al paradigma del “vivir
bien”, representando un imperativo para todo servidor público que debe
respetar.
La apreciación antes mencionada se encuentra establecida en línea jurisprudencial
constitucional vinculante (SCP 0006/2013, 0079/2015, entre otras más), por tal
motivo, el ciudadano debe aprender a creérsela y no considerarla tan solo como
un simple postulado teórico de relleno.
Con todo ello, si de venir a este mundo se trata, el requisito obvio y sine
qua non, es pues estar primero vivo, de tal modo que, hemos venido a vivir, a
ser real, a ser auténticos. Hemos venido a servir a los demás mediante el
despliegue de nuestros talentos. A tratar de mejorar como seres humanos e
influenciar positivamente a nuestro entorno, pero sin esperar (por eso) llegar a
ser perfectos.
Sin embargo, claro está, probablemente, otros tengan por finalidad:
destruir, engañar, imponer, atropellar, esclavizar, someter, oprimir, abusar, delinquir,
robar, corromperse, coartar libertades, matar, masacrar, etc.; razón por la cual,
el pueblo (entiéndase como la "suma de los individuos" que sale en
defensa de sus libertades individuales) debe acudir al principio ético moral
“vivir bien” como paladín para “orientar” y “ubicar” a aquel individuo o grupo
desaforado (sea éste servidor público, legislador, autoridad, o administrado),
que ha venido a “servir” no a dañar ni a servirse arbitrariamente de los demás.