Ciro
Añez Núñez
La entropía es la segunda ley
de la termodinámica, y éste término fue introducido por el célebre
termodinámico alemán Rudolf Clausius al definir dicha segunda ley.
Posteriormente, el científico
austriaco, Ludwig Eduard Boltzmann, definió el concepto de entropía,
señalando que era el desorden de un sistema, desde una perspectiva microscópica.
Todo proceso, sea natural o artificial, se realiza a costa de la generación de
entropía. Es algo así como el número de microestados posibles que son
compatibles con un macroestado dado. En el sentido más amplio se puede decir
que entropía es el grado de desorden de un sistema.
Más adelante, en los años 90,
la idea de aplicar la termodinámica a la sociedad, fue gracias a las
contribuciones realizadas por el sociólogo estadounidense Kenneth D. Bailey.
Desde la perspectiva social,
cambiamos de actores, es decir, a las moléculas, por miembros de una sociedad
humana, por ende, la noción de sistema viene a ser el entorno social. Extrapolándolo en términos de termodinámica diríamos que la sociedad funciona
como una súper máquina.
De esta manera, queda claro
que toda sociedad para su supervivencia y “desarrollo” requiere gestionar “energía”,
pero no puede hacer uso de toda energía que ingresa, debe ser racionalizada no
sobrecargada ni contaminada. De allí que, en dicho proceso de generar trabajo
útil, consume lamentablemente una parte como entropía, ésta última es la denominada
“entropía social”.
Esta entropía social surge de
los propios actores (miembros de una sociedad),
quienes de forma individual son dueños de aquella energía libre (libre
albedrio); y, por lo tanto, la entropía social es la suma de todos los estados
caóticos que acontecen en un tiempo determinado a nivel social.
Aquella “energía” es administrada
por los gobiernos del Estado, la cual emerge de los impuestos y la debida
gestión de país, destinando inversión económica adecuada en los agentes del
orden para mantener baja la entropía social.
Sin embargo, lo que no se
encuentra en aquella ecuación que busca el equilibrio, son las anomalías, las
cosas inesperadas, los hechos fortuitos y la peor anomalía de todas: la
corrupción.
Por ejemplo, en estos tiempos
de pandemia global, resulta que el virus Covid-19, por sí mismo, personifica el
caos y la desgracia de los seres humanos, por lo tanto, es también entropía,
pero ésta en algún momento pasará (tal
como ha ocurrido a lo largo de la historia, por cuanto la humanidad sufrió y ha
superado muchas pandemias). De allí que decimos que la peor entropía anómala
es en realidad la corrupción, pues ésta resulta permanente y nunca es superada.
La desgracia total y el gran problema
devastador para todos los países surge cuando nos encontramos ante un sistema
institucionalizado de corrupción, llamando Malo a lo Bueno y Bueno a lo Malo, lo
anormal como normal.
Esto ocurre, por ejemplo, cuando dentro de la administración pública, los delitos de “cohecho” y “contribuciones y ventajas ilegítimas” (previstos en los arts. 158 y 228 del Código Penal boliviano) pierden sentido al ser considerado “normal” el hecho de que todas las personas
que ocupan un cargo público, para mantenerse en su puesto de trabajo, deban
hacer contribuciones a la autoridad superior, a las campañas del partido en función de gobierno en épocas electorales, se vean obligados a asistir y contribuir económicamente en sus concentraciones políticas partidarias, etc.; o, si se considera “normal” que, para conseguir cualquier adjudicación de
obra o servicio profesional externo para la administración pública, se deba sobornar,
preestableciéndose un porcentaje sobre el valor de la obra o del trabajo a realizar, y
quien desee acceder al mismo, incluso ya lo lleva presupuestado de antemano
como “comisión” por “gestión empresarial”.
Existe un refrán popular que dice: “el mal de muchos, consuelo de
tontos”, y esto lamentablemente se hace evidente en el momento que la entropía social anómala es generalizada, donde más del 70% de la sociedad es informal, cuando existe o se
busca amnistía para graves violaciones a los Derechos Humanos (infringiendo Tratados internacionales sobre
DDHH, jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos – Caso Gelman
Vs. Uruguay, sentencia 24 de febrero de 2011-); o, para darse ínfulas
de persona próspera, muy importante e inteligente, empieza a incentivar y practicar el
mercantilismo de Estado, el amiguísimo, formando parte de la red de corrupción
institucionalizada o se camufla o mimetiza con bajo perfil en alguna agencia o compañía privada después de haberse enriquecido en la función pública ante el temor de ser perseguido judicialmente; lamentablemente ese país es y será una total desgracia.
Esta absurda idea de unirnos con
personas que se encuentran en la misma situación de desdicha no es suficiente
para mejorar como país y menos aún para resolver el problema. Mientras existan
gobiernos interesados en tergiversar su propia historia a punta del abuso de
poder y amnistías a graves violaciones de los Derechos Humanos, echan por los
suelos el incentivo a la educación de calidad, la innovación, la inversión
productiva y el desarrollo.
Para que exista
transformación, conforme a la primera ley de la termodinámica, se requiere la
existencia de una relación entre la energía interna del sistema y la energía
que intercambia con el entorno en forma de calor o trabajo; por lo tanto, desde el enfoque social, no es
con reformas legislativas, publicaciones de libros, ni resúmenes
jurisprudenciales, tampoco con aquellos majestuosos congresos o cumbres
nacionales que incluyen rondas de conferencistas nacionales e internacionales,
ni con las rimbombantes comisiones de notables del más altísimo nivel, que conllevan más distracción social, gasto público y/o ingresos económicos a terceros.
Debemos entender que toda
reforma legislativa enmarcado en aspectos textuales normativos, si bien
condicionan determinadas conductas humanas externas sin embargo jamás serán
determinantes para un verdadero cambio, ya que toda verdadera transformación no
es externa sino interna. Todo cambio externo (de fachada) es simple reforma
mientras que el cambio interno es verdaderamente capaz de producir
transformación.
En términos de la
termodinámica, esa “energía interna” emerge, en este caso, de los actores (de los
miembros de la sociedad), quienes, cansados de tanta corrupción y abuso de
poder, apoyados en el sentido común, exteriorizan su reproche en forma de trabajo bien cohesionado,
ejerciendo con valentía mayor control social eficiente a toda la
administración pública, desconociendo aquel funcionario que abusa de su cargo,
exigiendo su renuncia, revocándolo del cargo, por cuanto toda autoridad o
servidor público pierde su potestad y credibilidad ante el abuso de poder (corrupción) que ha
ejercido, por haber consumado la máxima traición a la confianza pública.
El art. 7 de la Constitución boliviana establece que la soberanía reside en el pueblo, entendiéndose "pueblo" como la "suma de los individuos" que salen en defensa de sus libertades individuales, son los actores (los miembros de la sociedad).
Para que existan buenos e idóneos administradores de la cosa pública, autoridades y servidores públicos donde prime la ética profesional y la moralidad, no solo se trata de una adecuada formación profesional (la cual sin duda alguna es también importante) sino que primordialmente debemos entender que la limpieza empieza desde uno mismo, es decir de adentro hacia afuera, no socapando o encubriendo la corrupción ni conformándose con los brazos cruzados bajo el disparatado consuelo de que es el mal de muchos. Caso contrario, nos pasaremos en permanente entropía anómala (corrupción endémica institucionalizada y generalizada), a manera de circulo vicioso, en constante fuera de equilibrio, distraídos disipando entropías menores mientras somos tragados por el abuso de poder, el caos absoluto, la incertidumbre y el desorden total.