El sabio rey Salomón manifestó (Biblia, Eclesiastés
3): “Todo tiene su tiempo, y todo lo que
se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir;
tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado (…)”.
La humanidad entera sufre los embates de
la pandemia global. Actualmente, vivimos tiempos de angustia, tristeza, dolor y
muerte ante las consecuencias que deja a su paso el covid-19.
El peligro de la muerte asecha principalmente
a los grupos más vulnerables, tratemos de cuidarlos, protegernos y fortalezcamos nuestro
sistema inmunológico. Seamos más sensibles, compasivos y solidarios con el prójimo
en medio de esta emergencia mundial, con ayuda médica, brindando apoyo
y fortaleza anímica, compartiendo víveres a los más necesitados, entre otras
acciones más sin esperar nada a cambio.
En aquellos tristes escenarios donde
existan posibilidades serias e inminentes de muerte, desde una perspectiva
cristiana, no veamos a la muerte como algo aterrador, marcado por la tristeza,
la ansiedad y la desesperanza.
Esto no tiene que ser así, sea
que lo aceptemos o no, la muerte es tan natural como nacer. Morir, así
como nacer, es sencillamente un proceso.
Como cristianos entendemos que los tiempos de Dios son perfectos aunque
a muchos esto resulte incomprensible. De allí las palabras iniciales del
presente artículo con aquella cita bíblica pues todo en esta vida tiene su
tiempo.
En el ínterin de los latidos de nuestro
corazón desde que somos concebidos hasta nuestro día final en este mundo,
mantengamos una relación personal, íntima y sincera con Dios, que se haga su
voluntad (que no es conforme a los designios humanos sino al llamado del Ser
Supremo), seamos instrumentos suyo y que nada nos separe de su amor, que es en
Cristo Jesús, Señor nuestro.
Nuestra última exhalación (aliento de
vida) en este mundo no significa que no podamos trascender. Somos seres trinos
(espíritu, alma y cuerpo).
Llegará el momento de la redención del
cuerpo, cuando debamos dejar esta vestidura física que poseemos temporalmente y
entreguemos el espíritu a Dios, a quien nos lo dio.
A veces podemos sufrir al momento de
dejar el cuerpo; sin embargo, debemos entender que el sufrimiento es parte
inherente de nuestra vida; por ejemplo, sufrimos al nacer, cuando nos
enfermamos, cuando envejecemos, y entre otras circunstancias más, las cuales
todas ellas son temporales.
Está en nosotros si al sufrimiento lo
hacemos parte de nuestro aprendizaje o deseamos verlo todo como una
desdicha y absoluta calamidad. Es nuestra decisión, elegir vivir enteramente
deprimidos con él o aprender de él.
Mientras vivamos, seamos bendición para
alguien más (toquemos, agregando valor en el mundo actual con nuestro granito
de arena que nos toca dar) y evitemos que esta tierra sea el único cielo que
conozcamos.