Ciro Añez Núñez.
Esta vida no
debe ser vista como una carga o una cruel desgracia. Saboreemos la vida como el
buen café, donde no importa el recipiente (si
es la mejor taza o el mejor vaso) porque ésta no añade calidad al café. La
taza solamente disfraza o reviste lo que bebemos. A veces por concentrarnos tan
sólo en la taza dejamos de disfrutar el café.
Empecemos cada
día con paz interior hasta el último segundo. La gente alegre es quien goza de
auténtica paz interior, no quien vive en puras imposturas (exhibiendo desvergonzadamente algo falso). La experiencia humana
es causada desde adentro, no desde afuera. Nada que tengamos externamente,
física o materialmente, nos hace mejor, sino que nosotros mismos debemos
mejorar como persona (lo mejor posible),
desde adentro. Eres una persona alegre o eres una persona miserable.
Como seres
humanos somos más que intelecto y fuerza. Evitemos ser esclavos de las
situaciones externas, de los pensamientos descontrolados, del pesimismo y del
egocentrismo (estar muy lleno de sí
mismo: yo y los míos).
No acabemos
siendo un manojo de prejuicios, soberbia, creencias, ideologías, dogmas,
filosofías, doctrinas, fanatismos, posibilidades económicas, arrogancias (presumidos) y, tampoco nos
identifiquemos en las manifestaciones psicológicas y fisiológicas (sufriendo dolor psicológico, emocional y
físico, debido a nuestro actuar compulsivo, imprudente y falto de dominio
propio). Estamos por encima de todo eso. Somos más que eso, no perdamos el
sentido común.
No confundamos comodidad
con felicidad pues advirtamos que muchas veces, la gente termina sacrificando
grandes dosis de felicidad por cuidar su miligramo de comodidad (Ej.: trabaja estresado e insatisfecho toda
su vida activa sólo por la paga que le permita mantener esa su comodidad;
aguanta algo desagradable y convive con quien no ama porque teme la soledad y
simplemente quiere una compañía y alguien quien lo atienda; permite cosas
inadmisibles o simplemente se adapta infelizmente a una vida miserable, amarga
y corrupta -que se enriquece de la mentira y del engaño- ensimismado únicamente
en la búsqueda de la comodidad para sí mismo y los suyos).
La gente más
alegre no es la que tiene lo mejor de todo sino la que hace lo mejor con lo que
tiene. La cantidad baja la calidad. Vivamos plenamente sin comparaciones (sin miramientos; nadie compite con nadie
sino con uno mismo), liberando a nuestro intelecto humano del miedo, la
culpa y la codicia, rompamos el cascarón ilusorio, la manipulación y aspiremos
lo excelso.
“Vivir bien” (art. 8 de la Constitución boliviana) no
significa destruir el ecosistema por dinero y menos aún estar mejor que el
vecino (no se trata de compulsación o de
vivir a costa del bienestar del otro, sometido bajo la envidia, la tensión, la
ansiedad y el resentimiento. No consiste en ser el número 1).
Si tu alegría
está en el fracaso del otro, eso es estar enfermo mentalmente, es decir, ser una persona
miserable y tirana, quien abandonó su humanidad y solo piensa egoísta y
exclusivamente en su propio bienestar y el de los suyos, sin importarle el
resto ni el daño que comete y, todavía farsantea que lo está haciendo muy bien,
es admirable o ejemplar, creyendo neciamente que el dinero, lo es todo. Eso es
algo realmente vil, perverso, es un desastre, una total locura.
Por mucho dinero
que tengas, nadie puede comprar su propia vida, dado que todos somos mortales (por más que pretendamos forzar y alargar
artificialmente nuestra vida, retrasar la muerte, algún día moriremos y nuestro cuerpo volverá a la
tierra, será absorbido); por lo tanto, vivamos conscientemente en armonía
con la creación del Creador.
No tengamos una
identidad acotada, inflexible y con visión limitada, expandamos nuestra
experiencia de la vida siendo parte de ella, exuberante, totalmente
involucrados, responsables e inclusivos.
La vida no se
trata de afluencia y estilo de vida al precio de destruir el planeta sino de
vivirla con plenitud (de acuerdo con
nuestra capacidad, a nuestros tiempos y según sea necesario, acorde a nuestra
competencia, talentos que nos fue dado y habilidades desarrolladas). Toda
persona que llega a su esplendor (que
florece al máximo como un árbol frondoso), podría llegar a ser un activo
invalorable para la humanidad.