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viernes, 12 de abril de 2024

Liderazgo: Ser más que saber.

Ciro Añez Núñez

El cambio es inevitable pues es la única constante en la vida (que está vinculada al futuro); y, por consecuencia, es habitual que emerjan los conflictos; sin embargo, estos problemas provienen en realidad de la desintegración, el cual es consecuencia del cambio. 

De allí, la importancia de aprender a manejar el cambio a través de la integración, la toma de decisiones, la implementación vinculado con el interés común y la responsabilidad.

En un país como en una familia o en una gran empresa, lo más valioso es la cultura organizacional, entender y reconocer que todos somos distintos pero todos unidos en la diferencia. Es decir, no se trata de pretender que todos seamos enteramente iguales, pues es absurdo y no habrá crecimiento. Una pared no se hace con un solo ladrillo, hay que pasar del yo y el tú, al nosotros.

Como diría Stephen Covey, las fortalezas están en nuestras diferencias, no en nuestras similitudes.

Para ello, es menester una estructura diversificada que incluya equipo complementario con trabajo colaborativo (no son intenciones sino escuchar y aprender unos de otros) y con unidad de propósito, tanto con valores éticos morales comunes como con una visión común mediante metodología y reglas de comportamiento, cabe mencionar, entre ellas: leyes útiles y justas, no con fanatismos, dogmatismos, caprichos, ni con pragmatismo corrupto y menos aún con normativas instrumentalizadas para la dominación, la manipulación, el engaño (la trampa), el sometimiento y la esclavitud.

Para mantener una integración sólida es mediante “la confianza mutua y el respeto mutuo”, lo cual posibilita, encontrar las salidas a los conflictos, a las crisis y a los problemas de toda índole.

Como bien sabemos, estamos sujetos a cambios, no siempre será lo mismo ni se mantendrá todo exactamente igual. Es decir, los cambios siempre existirán (mientras más cambios existan conllevarán más conflictos), pero dependerá de nosotros verlo el cambio como problemas o como oportunidades para mejorar, siendo íntegros, integrales y pragmáticos. Los problemas pueden ser destructivos como pueden ser constructivos, todo depende de nosotros mismos.

No es cuestión de resistirse al cambio sino manejar el cambio acorde a nuestras capacidades, implementando las decisiones sustentadas en el “interés común” (no en el interés propio o el interés de grupo, motivados por la codicia, avaricia, lujuria y la angurria de poder), sabiendo nuestras limitaciones, conforme a la realidad, sin renunciar principios y valores, cubriendo determinadas necesidades, evitando la sobrecarga, el desgaste crónico, agudo y el sobreendeudamiento, sin descuidar el peligro de la desintegración interna, tomando énfasis en la “confianza y el respeto mutuo”, lo cual posibilita una continua reintegración.

En un país, donde no exista la confianza ni el respeto mutuo tampoco “valores éticos morales comunes”, “interés común” ni “visión común”, es un país desintegrado, por ende, experimentarán permanentes problemas y conflictos destructivos, debilitándose cada vez más entre sí mismos, mediante incesantes disputas por el poder, la posesión y la impunidad.

Lo más peligroso, de todo aquello, es cuando acaban en su total desintegración como ocurrió en países como Checoslovaquia, Yugoslavia, entre otros más. Lo mismo ocurre con las familias y las grandes empresas cuando acaban desintegrándose por falta de afecto natural, amor y un verdadero liderazgo.

Es así que los llamados a la integración, son los líderes, pero no cualquier líder sino aquellos líderes de “confianza y respeto”.

La base de la confianza y el respeto está en la integridad, no la mentira y el engaño; por lo tanto, líderes corruptos y mentirosos conllevan al desastre, al autoritarismo, a la muerte, al caos, a la destrucción y a la desintegración.

Si en un país, la gente se enriquece con la mentira porque las demás personas quieren siempre ser engañadas, corre el riesgo de ser liderados por mafias, condenándose a ser un riesgo país de manera perenne donde reine la inseguridad total, la miseria y las pésimas condiciones de vida.

Entonces, queda claro, que lo peor es tener gente que solo desea escuchar mentiras porque su final como sociedad y como país será catastrófico, se fundirá.

Siempre que exista gente que desee escuchar lo real, lo veraz (aunque les moleste, pero están predispuestos a aprender y a mejorar), evitando ser manipulados con la distracción, el entretenimiento, la superficialidad, el idilio, la mentira y el engaño, tiene posibilidades de manejar el cambio y solidificar la integración, que los llevará a una sociedad densa con crecimiento más sostenido en el tiempo, viviendo con sentido común y no de crisis en crisis.

Adviértase, los gobiernos autoritarios y corruptos en el mundo, buscan tener sociedades laxas y con moralidad distraída, para asegurarse impunidad, control, dominación, sometimiento, hegemonía, abuso de poder consolidando cleptocracias y/o Estados fallidos.

En ese sentido, de nada servirán aquellos lideres (por muy multifacéticos que sean), que tengan ojos altivos, envidia, poco o nada de carisma, que sean pretenciosos, que vivan fingiendo decencia, simulando que son invencibles, implacables e infalibles, pregonando una falsa humildad, que confunden autoestima con egolatría, con arrogancia intelectual, que no ven lo esencial, que quieren que los miren y respeten pero ellos no respetan a los demás, pues por mucho que sepan o tengan altos conocimientos, si en realidad no es una persona íntegra, que sea realmente decente, con honestas intenciones y auténticas actitudes nobles, no son ni serán personas de confianza ni de respeto.

No existe respeto mutuo, quien se considere mejor que otros por sus presumidas posesiones, esto es, por tener opulencia, por tener más cosas, por poseer supuesta intelectualidad o sabiduría, engreimiento, soberbia o por simple vanidad y/o prejuicios. Más que escucharlos o mirarlos en los medios hay que ver su conducta (moral y ética), sus actos y ademanes.

Los líderes que jalarán un país hacia su mejoramiento (es decir, aquellos que buscan la calidad de vida de todos los demás y entienden que, si se desea un mejor futuro, es mejorando el presente, estableciendo arquitectura organizacional donde se refleje la diferencia - los estilos diferentes-) son personas integradoras, de confianza y respeto, no aquellos que aparentan serlo o que se esfuerzan ininterrumpidamente en propagandearse como tales (bombardeándonos con la idea de que son una eminencia, de que son humildes, buenitos o de que son los mejores), sino que simplemente son auténticos e íntegros y lo demuestran a diario con sus actos, su pasado historial o testimonio de vida.

Con esto no digo que se desprecie el saber o de que no sirva el saber, sino que eso no basta, en liderazgo, además, es importante y primordial “ser”, no parecer (cayendo luego en la petulancia, dictaduras, totalitarismos o en dictamocracias).

De la era de la razón y del conocimiento (que lleva consigo mucho cerebro y ansias de poder), con su intelecto dominante, el cual es finito (es decir, el porvenir, no será tan solo, ilusionarse y aprender inteligencia artificial, pues al final se extenuará); y, toda vez que el futuro es cambiante, se deberá dar un salto a la era del corazón, un cambio hacia la conciencia. Se debe sembrar y desarrollar conciencia, en búsqueda de cambiar la calidad de vida de las personas (el bienestar común, el interés general humanitario).