Ciro Añez Núñez
La especie humana es una sola (con
todas sus virtudes, defectos, errores y entes psicológicos), siendo
muchas veces proclive a no esforzarse por tener dominio propio y dejarse
gobernar por el capricho de sus pasiones.
La raza humana posee la cualidad de
que, si así lo desea, puede mejorar o empeorar. De esta manera, algunas
sociedades adoptan determinadas características que comúnmente la denominamos
culturales que incluye el conocimiento, el arte, las creencias, la ley, la
moral, las costumbres y los hábitos que un grupo de personas desempeñan. Podrán
tener sus diferencias de etnias y regionalismos, pero no por ello, dejan de ser
raza humana.
Con todo ello, no podemos afirmar
rotundamente que existen guerras culturales, pues ahí están los imperios que
tienen su apogeo (impero romano, mongol, otomano,
persa, etc.) pero luego caen en decadencia. No existe raza superior, pues
en su esencia, tan solo responden a las complejidades de la propia raza humana,
y tampoco existen culturas que hubieran dominado todo el tiempo, perennemente y por completo.
Es por este motivo, que la humanidad
establece nobles principios morales de carácter universal porque entiende que
eso ayudará al mejoramiento como persona y por consecuencia a su
sociedad.
En Bolivia, la Constitución (art. 8)
establece los principios éticos morales de la sociedad plural.
Recordemos que un principio, es un
axioma que deriva del griego “αξιωμα”, que significa ‘lo que parece justo’,
originariamente significaba ‘dignidad’ y por derivación se ha llamado ‘axioma’
a “lo que es digno de ser estimado, creído o valorado”; así podemos entender
que un principio es el pilar fundamental sobre el que se construyen valores que
deben sostener a los derechos y garantías constitucionales.
El Estado boliviano, asume para sí los
“principios ético-morales”; es decir, hay la necesidad de comprender, el
principio, la ética y la moral, que amerita comprensión mediante “ejes
transversales” que se constituyen en una unidad indisoluble emergente de la
“realidad”, que sólo adquiere su verdadero significado en relación a otras
piezas; por ello los principios están unidos a la ética y a la moral,
constituyéndose en una unidad transversal.
La ética etimológicamente proviene del
griego “ethos”, que significa ‘forma de ser’, es una norma del fuero interno
que impulsa el respeto humano practicada de forma estamentaria en el
conglomerado social.
Con referencia a la moral proviene del
latín “mores”, ‘modos habituales de obrar o proceder’, principios de
comportamiento en la vida privada, cuya base es la norma individual que se
expresa en el comportamiento de cada uno en la sociedad que hace la diferencia.
En materia jurídica –desde la
jurisprudencia constitucional– un principio, no es una norma, ni una garantía,
es el fundamento y base, imprescindible para la existencia de una garantía, por
ello el Constituyente incorporó en la Constitución Política del Estado (CPE),
ocho principios que son rectores imperativos de nuestra sociedad, entre ellos
tenemos, el principio del: ama qhilla, (no seas flojo); ama
llulla, (no seas mentiroso); ama suwa (no seas ladrón), se debe entender
estos tres axiomas, como una unidad inseparable. Es decir, el art. 8-I de la
CPE como reglas de interpretación que permitan alcanzar todos los valores
supremos constitucionales.
Es así que, si una sociedad resta
importancia a los principios éticos morales, no los toma en serio, no los
cumple, los desprecia y menos aún les interesa, eso se verá reflejado en la
vida práctica y cotidiana con graves distorsiones y peligrosas consecuencias,
como los altos índices de corrupción y criminalidad.
Adviértase, por ejemplo, si todos convenimos que “la suma del esfuerzo y el bien personal da como consecuencia
el bien social”, resulta que cuando no hay ética en la actividad humana,
obviamente todo eso se trastoca, quedando los principios éticos morales solo en
palabras y en buenas intenciones teóricas, por lo tanto, surgirá la corrupción
generalizada, la usura, el engaño, la perversa y odiosa impunidad, la
esclavitud, la informalidad delictiva (contrabando, corrupción,
narcotráfico, lavado de dinero, negocios apalancados con dinero sucio, etc.), la
informalidad laboral, entre otras arbitrariedades e ilicitudes, que
conllevan a que la frase anterior que se encuentra entre comillas, solo sea una simple utopía y no porque ésta
sea falsa o irrealizable sino porque aquella sociedad es inescrupulosa.
Es decir, a esa sociedad en realidad
sólo le interesa el crecimiento económico “como
sea y a como dé lugar”, por ende es y será permisiva con la informalidad
delincuencial, totalmente tibia con ella, conviviendo alegremente con ésta por
puro conveniencia egoísta y maquiavélica, quedando en clara evidencia que para esa sociedad, lo ético, moral e íntegro en realidad
constituye un estorbo para lograr ese crecimiento económico avaricioso, pues a
través de ese denominado crecimiento económico busca alimentar su ego y su
vanidad, basado en las apariencias de considerarse “próspero” y/o absurdamente “admirado”
o “reconocido” solo por la cantidad de dinero que ostenta sin importar su
procedencia.
Esto no es novedad, ya lo decía, en el
siglo XIX, el economista alemán Friedrich List: “un individuo puede
prosperar a partir de actividades que perjudiquen los intereses de su nación”.
No olvidemos, progreso y prosperidad no
consiste únicamente en ostentación colosal de dinero, por cuanto, no se trata
de crecer a cualquier precio sino de crecer con integridad porque si todos
somos falsos nuestra propia hipocresía finalmente nos destruirá.
No basta con las manifestaciones
sociales como censura pública contra la delincuencia organizada, si no se
encuentra acompañada de un verdadero cambio de mentalidad, en lo personal e
individual y en su entorno familiar.
Recordemos que en México, el 09 de mayo
de 2011, se realizó una majestuosa marcha (en Plaza del Zócalo, en
México D.F. y en otras ciudades como Guadalajara y Monterrey) contra
la violencia y el narcotráfico, habiendo quedado en la actualidad, tan sólo
como un acto histórico simbólico pues el nivel de violencia del crimen
organizado no disminuyó por el contrario aumentó sumado a la inmensa cantidad
de desaparecidos cuyo nombres se pierden en el tiempo, lo cual también ya viene
ocurriendo en nuestro país.
Es menester de forma sincera, afirmar: ¡No
a la miseria moral! No a las mafias de corrupción, contrabando, del
narcotráfico, trata de personas, legitimación de ganancias ilícitas o lavado de
activos, etc.; por cuanto, es evidente el riesgo que causan con la inseguridad
atroz que producen, destruyendo vidas y afectando a la integridad física, de
propios y extraños, como el reciente asesinato a tres policías y a un civil en
plena ciudad capital.
Las mafias a nivel internacional, no tienen
nacionalidad, pero prefieren a los países en crisis, especialmente aquellos
donde sus habitantes adolecen acentuadamente de falta de integridad.
El riesgo de que la sociedad acabe en
medio de una guerra de mafias, destruyendo un país, siempre existirá a menos que realmente se desee
ser un pueblo más instruido y educado. Y para eso (individuos, familias
y pueblos: educados basados en principios y valores éticos morales), no
existe una solución a corto plazo.
En palabras del economista Silvio
Rodríguez Carrillo, diremos “no existe ni existirá una solución a corto
plazo, porque la misma afectaría a los grupos de poder instalados y enquistados
en la sociedad, y a los que el común de la gente les ha cedido el control. La
única manera de revertir esta situación es con el trabajo de hormiga, hogar por
hogar. Cada uno ocupándose de su metro cuadrado”.
Con todo ello, está claro que, si
realmente buscamos mejorar, es mediante un cambio auténtico de conducta y de
actitud, debiendo primar el respeto y el cumplimiento a los principios éticos
morales, con unidad, paz, trabajo honesto e innovación. Como país se requiere
menos gente “exitista” vanagloriosa (que busca como misión de vida, tan
solo la frivolidad de la fama o la gloria) y más “gente de valor”.
Tratemos auténticamente de marcar la diferencia, seamos verdaderos testimonios
de vida.